EL QUIJOTE DESFACEDOR DE ENTUERTOS
Cervantes es grande porque interpreta la
vida en términos sencillos con lenguaje preciso y lógica implacable. Su
pensamiento es tan congruente, se acomoda tan bien al espacio social que se
puede aplicar a cualquier situación en la que tercien las relaciones humanas.
Una vez armado caballero en una mala venta por un ventero socarrón que lee en
un libro de asiento de piensos el galimatías de la ceremonia, asistido por dos
putas elevadas a la categoría de doñas (doña Tolosa y doña Molinera) por el
andante, se topa de vuelta al Lugar, al que regresa para proveerse de escudero
y dineros, con la aventura de Juan Haldudo labrador rico y Andrés, su criado a
quién está azotando atado a una encina. Al deshacer el entuerto que se rehace
con creces nada más desaparecer la ilusión de justicia, Don Quijote queda
inundado por la bondad de su destino sin apreciar los daños colaterales que
tendrá su actuación para el inocente.
Sin demasiado
alarde de imaginación se puede trasvasar esta malaventura a nuestro tiempo: El
labrador rico representa al capitalismo, el criado es la fuerza del trabajo y
Don Quijote puede ser equiparado a la amenaza comunista. El paripé que hace el
capital en buena parte del siglo XX ante el peligro aparente de los bolcheviques
lleva al simulacro de estado del bienestar. El posquijotismo en el que estamos
lo aprovecha Haldudo para redoblar el castigo a su criado hasta dejarlo
lisiado, escarmentado y sin trabajo.
Aunque no siempre se sepa la causa lo
casual tiene su por qué. Es el estímulo que enciende la mente: “Che non men che saper
dubbiar m’aggrada” (dudar me gusta tanto como saber), Dante, Infierno, xi, 93. La pregunta es el pórtico de la razón: dudar e intentar
resolver la duda. Es posible que la curiosidad sea
característica genésica de la materia. En última instancia las partículas
elementales se atraen intrigadas por conocer el enigma de la carga de signo
contrario. Ese estigma básico debió animar la mente de los dos grandes genios
intonsos de la literatura universal. Por mucho que le pese a alguno, ni
Shakespeare ni Cervantes pisaron la universidad ni necesitaron la ciencia
oficial para crear un mundo imaginario que parece más real que el biológico. Con
todo el respeto del que soy capaz me atrevo a opinar sobre El Quijote a raíz de
un dibujo que publicó Babelia 1.273 del 16/04/2016, página 8, encuadrada
en el artículo de Antonio Muñoz Molina titulado “Cervantes furtivo”, concepto
con el que estoy de acuerdo y más.
Cervantes entrando y saliendo del
Quijote es una imagen feliz que descubre lo que todo escritor de novelas hace.
Cuando se llega al punto en el que no se alcanza diferenciar lo real de lo
figurado es que se está en paraje de dominar el relato. Es el momento en que se
sabe que aquello acabará en libro. Cervantes, que pensaba hacer algo más corto
supo en seguida que tenía materia para entretenerse y se dejó llevar por el
cuento y por lo que los personajes le obligaban a decir. Solo al final, “cansado
de estas cosas”, el hidalgo pacífico “quiso dejar el mundo” y encaramar al loco
al imaginario popular. (“Tired
with all these, from these would I be gone”: Shakespeare, soneto 66). No se sabe muy bien
cuando regresó Quijano de su aventura de Quijote a su vuelta de Barcelona, cansado,
derrotado pero no vencido. Otro entrar y salir de los que habla el ubetense.
Me ha extrañado
la figura del enano abriendo la comitiva de personajes de Don Quijote en esa
primera imagen que se tiene del Caballero de la Triste Figura. Corría, según
refleja el pie del dibujo, el año 1614. Sería, como la del alba, poco después
de que Cervantes dejara escrito que el bachiller guasón informa que estaban
impresos más de doce mil libros con su historia y que
los
niños la manosean, los mozos la leen, los
hombres la entienden y los viejos la celebran.
Sin atreverme a dudar de la honradez
narrativa de Cervantes que como afirma Muñoz Molina se implica como historiador
o como memorialista, quien dibujó el cuadro no debió pertenecer a ninguna de
las categorías de lectores del libro porque no parece estar informado de
primera mano de su contenido. Que yo recuerde no se maneja ningún enano en el
texto y mucho menos con la categoría del portaestandarte o trompetero que abre
la procesión. Aparece uno en la mente del caballero a su llegada a la
venta-castillo sin llegar a tomar cuerpo. Lo más parecido a un bufón es el
capellán de la casa de los duques que se retira por su cuenta sin necesidad de
que el autor lo elimine, como dicen que hizo
Shakespeare con Mercurio en el tercer acto de Romeo y Julieta para que Mercurio
no acabara con él. Esta imprecisión gráfica demuestra que desde el principio el
Quijote, como ocurre ahora, es más comentado que leído.
No sé si la idea de caballero idealista
que sale a hacer el bien por amor al arte es otra especie de enano al frente de
las interpretaciones del Quijote, a tenor de lo que cuenta Cervantes en el
primer capítulo donde deja bien claro las aspiraciones del personaje que no
deberían alejarse demasiado de los sueños del autor:
En
efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que
jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así
para el aumento de su honra como para el servicio de la república, hacerse
caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las
aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros
andantes ejercitaban, deshaciendo todo género de agravios y poniéndose en
ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase
eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos
del imperio de Trapisonda.
Nombre y fama es lo que añoraba
Cervantes desde el olvido de la Galatea y el mutismo de sus obras de teatro.
Seguro estoy que más de uno vendría a recomendarle que se dedicara a mejorar su
hacienda en lugar de escribir y que en todo caso no perdiera el tiempo y el
dinero intentando publicar. El gran entuerto que desfizo El Quijote fue
rescatar a Cervantes del ostracismo sin llegar a sacarlo de la pobreza y el
abandono del que se queja en el prólogo del Persiles puesto ya el pie en el
estribo, pero no parece que disipara el influjo de los encantadores ni el del vulgo.
Y no
penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde,
que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en
número de vulgo.
Como estrambote habría que preguntarse
si a Cervantes o a cualquier escritor le gustaría que alguien reescribiera su
obra en beneficio propio. Ya se sabe cómo se puso con Avellaneda y aunque ahora
en lugar de insultos recibe halagos el empeño es el mismo. Se habla de
traducción y de hacer un favor al autor que lleva cuatro siglos muerto y al
vulgo al que explica lo que no se entiende. Habrá que recordar que el placer estético
no necesita intermediarios, en todo caso corresponsales, ya que es sustancia
que cada uno envasa a su manera y que El Quijote no es un tratado de física
cuántica sino una novela que interpreta la realidad como su autor dio a
entender.
Cuenta Luis Buñuel en sus memorias que
estando durante la guerra civil española en Biarritz con Dalí y otros “comprometidos”
artistas en compañía de un aristócrata español cuyo nombre no recuerdo, al pedir
la comanda del aperitivo desde el borde de la piscina el noble solicitó un Château
Lafite con hielo. Tardó poco en aparecer el sumiller muy apurado comentando que
se trataba sin duda de una confusión del camarero ya que el Lafite, como no
ignoran los señores, se sirve sin hielo. El patricio español, sacudiendo la
ceniza del cigarro, contestó que él sabía muy bien con qué se sirve el vino y
que se lo tomaba con lo que le salía de los cojones, así que se lo trajeran con
hielo como había pedido. Hay a quien le gusta Cervantes con hielo y no soy
suficiente buen sumiller para ponerle peros,
aunque a mi me gusta saborearlo tal cual salió de bodega tiempo ha.
SALVADOR
PERAN MESA