EL ‘SÍNDROME SOLDADOS DE SALAMINA’
“Haremos entre todos cuenta nueva”.
Ángela Figuera Aymerich
En memoria de Juan Miguel
Rodríguez.
ANTONIO CHICHARRO
Presidente de la Academia
de Buenas Letras de Granada
Cada comienzo de curso y desde que mis compañeros
me dieron la responsabilidad de presidir la Academia de Buenas Letras de
Granada, me gusta asomarme a estas páginas de opinión de IDEAL, puesto que hoy
inauguramos el curso académico, para hacerles llegar a los lectores de este
diario un balance de resultados y una lista de propósitos de nuestra Academia.
Sin embargo, hoy quiero aprovechar esta ocasión para contarles una historia
donde, de manera sorprendente por cierto, se anudan la vida en su verdad y la
verdad de la literatura ―no en balde voy a hablarles del recuerdo de un hecho
real y de una novela testimonial donde ciertos sucesos se anudan en la ficción―,
al tiempo que se desprende de la misma un dorado brillo que tanto me llena de
esperanza como resta su protagonismo a los años de hierro por los que
atravesamos. Es ésta.
El
pasado mes de abril tuve la oportunidad de participar en un congreso en
Varsovia en cuyo programa figuraba un coloquio-entrevista con el escritor
Javier Cercas. Como el lector sabe, su novela “Soldados de Salamina”, publicada
en 2001, tuvo tal éxito en su recepción que dos años después había alcanzado su
vigésimo novena edición y se calcula que en 2005 había vendido un millón de
ejemplares, además de haber sido llevada al cine por David Trueba en 2003.
Cuando leía la novela, con vivo interés y emoción, y pude conocer lo que allí
contaba Cercas ―el fusilamiento fallido en una ejecución colectiva de Rafael
Sánchez Mazas, fundador de la Falange Española, su huida de ese escenario
sangriento y, cuando es buscado, encontrado y encañonado por un soldado
republicano, éste finalmente le perdona la vida― lo leído me resultó conocido y
enseguida lo asocié con lo que una persona cercana a mi familia, Juan Miguel
Rodríguez, extraordinario ser humano y persona de gran bondad, me contó una
tarde de hará al menos treinta años dando un paseo por Baeza. Fue tal el
impacto que produjo en mí lo escuchado que no recuerdo nada de la conversación
que nos había llevado hasta allí y, desde luego, pocos detalles más de lo que
aquí escribo.
Me dijo que en el frente ―la
zona de Jaén había caído del lado republicano durante la guerra civil y fue
primera línea del frente durante gran parte de su duración― un soldado que tenía
a tiro a un enemigo, cuando le iba a disparar, levantó el arma y dijo “Que te
mate Dios que te ha criado”. Había tanta verdad en sus palabras y en su emocionada
y sonriente mirada azul que ambas, indelebles, vivirán conmigo para siempre
como un signo de que aún no todo está perdido y de que, como Ángela Figuera escribió,
“Haremos entre todos cuenta nueva”.
Por eso, se comprenderá,
que conforme iba avanzando en mi lectura por los párrafos de la novela, con la
que su autor por cierto trata de indagar en qué es lo que llevó al joven
soldado a no disparar ni a delatar al prisionero huido que estaba a su merced,
de alguna manera yo ya tenía una respuesta a la misma. Me quedaba claro que
aquel soldado que bajo la lluvia había bailado con su fusil mientras cantaba
“Suspiros de España”, ajeno a la presencia de sus compañeros de armas, y que es
el protagonista novelesco de tan alta decisión, habría podido pensar en
analogía que nuestro único bien es la vida y que ningún ser humano puede
arrebatarla: “Que te mate Dios que te ha criado”, esto es, muere naturalmente por
causa de tu propio vivir. ¿Quién soy yo para matarte?
Y
decía al comienzo lo del congreso, porque tras la intervención de Javier Cercas,
en la que buena parte del tiempo, cómo no, se lo llevó tan famosa novela más
por el interés del público asistente que por el del propio escritor, me dirigí
a él en privado para contarle esta insólita historia esperando conocer así de
primera mano su reacción. Pues bien, tras escucharme, me dijo que en muchos de
los sitios que había visitado para hablar de su obra, no era infrecuente que,
como yo había hecho, se dirigieran a él para contarle algo parecido que había ocurrido
en tal o cual guerra ―la de Vietnam, por ejemplo― hasta el punto de que ya se
empezaba a hablar del síndrome Soldados de Salamina.
No se puede imaginar el lector
la alegría que me llevé al oír su comentario por lo que el mismo significaba de
triunfo de la vida sobre la muerte y qué alegría interna sentí al saber que el
mundo está lleno de héroes anónimos, aquellos que aman la vida. Bendito
síndrome que nos reconcilia con nuestro existir.
Feliz nuevo curso a los
miembros de la Academia y a los amigos de la misma.
______________
Publicado en IDEAL, Granada, 19 de octubre de 2015, p. 19.