Manuel Vázquez Montalbán en el arranque de
La pervertida sentimentalidad de Pío Baroja dice: “Sin más títulos que
mi frecuencia lectora de Baroja, quisiera no practicar ensayismo telúrico y
explicar cómo he resuelto…” Aceptando que la frecuencia lectora de Vázquez
Montalbán cunde más que la mía, me atengo a mi condición de aficionado para
aproximarme, sin títulos y sin soporte erudito, a un escritor que admiro casi
tanto como a Cervantes, sin otra pretensión que entretenerme y si es posible
entretener. Espero completar el escrutinio de la obras que más me gustan del
poeta inglés dividendo el comentario en tres partes: i) un resumen, ii) mis divagaciones
y iii) los pensamientos más sugerentes del libreto.
Revisitando
El rey Lear
Sinopsis de la obra
El rey Lear, en un alarde de originalidad impropia de la época, divide el
reino de Inglaterra entre sus tres hijas. Enajenado por lo insólito de su
decisión deshereda a la que parece sincera en favor de las que muestran afecto
fingido. La incongruencia es notada no solo por los espectadores sino también
por los personajes del reparto, pero como quién protesta, véase Kent, es
desterrado, deciden no complicarse la vida. Asumida la extravagancia
del monarca, que se instala en el territorio de una de sus hijas, le siguen la
corriente. Mientras tanto el consejero Gloster se deja llevar por la calumnia
que su hijo bastardo monta contra el legítimo.
Como
era de esperar las hijas aduladoras se revuelven contra el padre e incumplen lo
convenido de albergar al rey con su séquito de cien caballeros. A hurtadillas
rivalizan por los favores amorosos del hijo bastardo de Gloster. Cuando el rey
se ve rechazado por las dos herederas, además de mesarse los cabellos, es
decir, lamentar lo que todos sabían que tendría que lamentar, se vuelve loco.
Kent, que ha vuelto disfrazado al reino para ayudar a su señor, y el hijo legal
de Gloster, al que el padre engañado manda perseguir, se encuentran en el
bosque. El primogénito de Gloster se hace el loco y junto con el Bufón
sintonizan con las extravagancias de Lear. El bastardo de Gloster sigue
intrigando hasta hacer que le saquen los ojos a su padre que ha salido en ayuda
del rey contra la orden de sus hijas.
La hija menor que se ha
casado con el rey de Francia viene en ayuda de su padre y desembarca cerca de
Dover. Al enterarse los ingleses organizan un ejército y van a su encuentro. En
el revuelo de los preparativos de la batalla Gloster encuentra a su hijo que se
finge loco y es cuando dice aquello de “es fatalidad de estos tiempos que los
locos conduzcan a los ciegos”. Antes de que se produzca el combate el marido de
una de las hijas es muerto en una pelea con un servidor con el contento de su
viuda que piensa tener vía libre para unirse al bastardo de Gloster que es
quien dirige el ejército inglés. La batalla la ganan los ingleses que capturan
al rey Lear y a su hija buena a la que ahorcan. Los dos hijos de Gloster
combaten en un justa con heraldos y al vencer el legal se desencadenan las defunciones.
Las hijas se matan entre sí, Gloster muere casi satisfecho, el rey también
fallece tras penosa agonía, quedando para contarlo Kent, el hijo de Gloster y
el yerno bueno del rey Lear.
Comentario
La inmediatez de la representación teatral
necesita evidencia y plasticidad para que el relato resulte creíble. En la
estrechez del tiempo escénico no hay espacio para las medias tintas. La
obligada rentabilidad que se les exige al gesto y a la palabra son el precursor
del mensaje publicitario. Por eso los planteamientos maniqueos, y cuanto más
maniqueos mejor, dan mucho de sí. Los caracteres
radicales sirven a la perfección para delimitar el territorio: a un lado los
buenos, al otro los malos. Recursos utilizados para mantener el interés son
ocuparse de temas trascendentales y cargar las tintas. En casi ninguna de sus
obras, por no decir en ninguna, Shakespeare le hace ascos a los grandes
asuntos. En El rey Lear cuestiona la legitimidad intelectual del
monarca, medita sobre la ambición, la sinceridad, la lealtad, la honradez, el
honor masculino, el saber médico, la infidelidad, la insolvencia de los
convencionalismos y algunas cosas.
Parece
ser que Shakespeare escogía obras que circulaban por los teatros de Londres y
las engrandecía con talento prodigioso. Es lo que hizo Dios con el barro que
amasó in situ y Homero con las leyendas que se cantaban en Grecia. Alma le
pedía Miguel Ángel a su Moisés cuando lo invitaba a hablar y es que dar vida a
una obra, sea original o no, es lo que consagra a los genios. Se sabe que en
1594 se estrenó la muy famosa crónica historia de Leyre, rey de Inglaterra, y
sus tres hijas y que nueve años más tarde aparece impresa La Verdadera
Crónica Historia del Rey Lear y sus tres hijas Gonorila, Regania y Cordelia
(de la introducción de Luis Astrana Marín para la edición de las Obras
Completas en Aguilar, 1951).
No
sé si Shakespeare quería pintar a Lear como bueno o como malo, pero a mi
entender, queda muy por debajo de sus súbditos como persona (aunque no se trate
realmente de personas sino de prototipos). Tanto Gloster como Kent sufren los
golpes y dardos de la insultante fortuna, que diría el otro, con entereza,
mientras el rey enloquece por problemas que él mismo causa. Empieza la obra con
un cotilleo entre buenos que se extrañan de que el rey no mejore en el reparto de sus reinos al
yerno bueno, el duque de Albania. Las cosas de estado no se improvisan y los
consejeros deberían saber lo que el rey se traía entre manos. Subiendo a la
nube una idea que luego dará bastante de sí, el conde de Gloster opina con
ironía sobre el tema del linaje al reconocer que no hay diferencia afectiva
entre su hijo bastardo, al que llama hijo de puta pero también del amor y del
placer, y el legal.
La
credibilidad de la escena depende de la apariencia de realidad con la que
suceden los hechos. Lo que se presente como verosímil debe ser sensato ya que
si introduce dudas peligra el enredo. Antes de desbarrar hacia la incongruencia
el rey Lear plantea el tema sucesorio con razonamientos que debería meditar la
actual soberana inglesa:
Sabed que hemos dividido nuestro
reino en tres partes y que es nuestra firme
resolución desembarazar a nuestra vejez de todos cuidados y negocios,
confiándolos a fuerzas más jóvenes, mientras nosotros, descargados, nos
encaminamos paulatinamente hacia la muerte.
Pero a continuación aparece la primera
trampa: lo que la escena da a entender al público es malinterpretado por el
rey. Cordelia, la hija que tiene todas las trazas de ser la buena, es repudiada
por el padre mientras las falsas son premiadas. Lo lógico sería que la
sensibilidad paterna supiera quien finge y quien dice la verdad como parece
conocer todo el mundo. A pesar de que la desheredada le promete no casarse para
seguir siendo hija (el corazón no da para dos amores absolutos), la deformación
profesional del padre quiere oír lisonjas antes que verdades. En la diplomacia
palaciega lo que prima es la falsedad, la adulación y no la sinceridad: “Bien;
¡sigue así! Tu franqueza sea entonces tu dote”, le dice a Cordelia que acababa
de protestar: “estoy segura de que mi amor es más rico que mi lengua”.
Como
se ha dicho antes, para que el perfil sicológico de los personajes quede bien
dibujado y sea visible a primera vista requiere que sus líneas estén marcadas
de manera radical: los malos deben ser bien malos y los buenos debe aparentar
ser buenos. Los intérpretes materializan las ideas que al autor quiere
transmitir, así que para darse a entender hay que intensificar los colores. Es
la manera de que queden las cosas claras desde
el principio. Shakespeare era un maestro en el arte de sintetizar pensamientos
profundos y frases eficaces: “Majestad, dice Cordelia, si la razón de mi ofensa
es la falta de ese arte fluido y untuoso de hablar sin razonar…” Lo que da
categoría a la creación artística es la hondura de pensamiento. Hay arte
decorativo y arte creativo.
El
rey Lear creía tener un poder que no tenía. Reparte el reino entre sus dos
hijas, las malas, porque pensaba que la autoridad y el cariño paterno seguirían
gobernando, pero se equivoca sin causa que lo justifique. Aquí el autor
prioriza el mensaje relajando la forma. Al enfrentar sinceridad y adulación
descuida el contexto haciendo poco creíble el argumento. Contrasta con la
claridad con que presenta el otro conflicto fratricida entre los hijos de
Gloster, el legítimo y el espurio, basado en el infundio. El conde que parece
honrado, aunque no muy inteligente, hace caso a la intriga verosímil que monta
el bastardo. Es el valor de la información oral no contrastada: cotilleo,
habladurías, murmuración, toda la ronda de imprudencia verbal que daña sin
datos.
Cuanto
Kent intenta mediar el rey se revuelve con dureza ante el fiel servidor que le
confiesa lealtad:
Rey Lear, a quien siempre honré
como a mi soberano, amé como a mi padre, serví como a mi amo e invoqué en mis
plegarias como a mi gran patrón… ¿Piensas que el deber tendrá miedo de hablar,
cuando el poder se doblega a la adulación? El honor debe rendirse a la
sinceridad cuando la majestad se humilla a la locura.
A partir de aquí el argumento empieza a
hacer agua. Ya no solo son los espectadores quienes advierten la irracionalidad
del rey, es su fiel consejero Kent quien lo acusa de locura, de incongruencia y
hasta el futuro yerno Francia se da cuenta de lo insostenible del planteamiento:
“¡Es muy extraño que hasta hace poco fue objeto de vuestra predilección, el
tema de vuestras alabanzas, el bálsamo de vuestra vejez, la mejor, la más
querida haya cometido en un tris una acción tan monstruosa que la desate de tan
numerosos pliegues de favor!” El gran escollo de la incoherencia de la
introducción lo resuelve Shakespeare utilizando los mismos recursos que
Cervantes emplea en el Quijote: que sean los propios personajes los que lo
aclaren. La duda que se ha sembrado en el espectador sobre lo absurdo del
castigo de Cordelia es asumida por los cómicos. Con ello el autor admite el
abuso haciendo a todos cómplices del enredo, como cuando don Quijote resuelve
el engaño de la falsa segunda parte de su historia diciéndole a don Jerónimo,
en una venta de Aragón, que no piensa poner los pies en Zaragoza para sacar a
la plaza del mundo la mentira de ese historiador moderno. Al final serán las
dos herederas quienes achaquen a la locura la decisión del rey Lear que ni
ellas entienden, con lo que queda justificado el traspié. Pero en escena el rey
no enloquecerá hasta el acto tercero, por lo que su conducta hasta ahora podrá
ser arbitraria o caprichosa pero no patológica. Hay que tener en cuenta que el
espectador es de por sí crédulo y va por donde lo lleven.
Remendado de esta
manera el guión inicial y aceptado que no hay marcha atrás, el drama avanza
majestuoso hacia la tragedia. Una vez que todos han sido rebajados a la
condición de perdedores, cuando están empapados en la “calamidad de estos
tiempos donde los locos guían a los ciegos”, la lógica maniquea conduce hacia
el triunfo de los buenos, dejándose por el camino a tirios y troyanos como
prescribiría el guión matriz. Soy consciente de la osadía de tratar de
enmendarle la plana a Shakespeare, pero teniendo en cuenta que el original no
es suyo, vayan los reproches para el primitivo autor y mi admiración hacia el
genio.
Cuando cursaba
siquiatría en quinto de medicina me ilustraron sobre nuevos principios activos
que prometían sustituir el electroshock por inducción al sueño. En el acto
cuarto, escena IV el Doctor trata la locura del rey con una cura de sueño y lo
razona con no menos solvencia que me lo explicaron cuatro siglos después: “Hay
recursos para ello, señora. El gran reparador de la Naturaleza es el reposo, y
reposo es lo que más le falta. Para provocarlo tenemos muchos simples activos,
de tal virtud, que hasta los ojos del dolor tienen el don de cerrar”. Como era
de esperar el tratamiento dio resultado y al igual que don Quijote después de
un profundo sueño recobró el juicio, se despidió de todos y murió cuerdo; el
rey Lear despertó sano con el tiempo justo para despedirse de los suyos y
entregar el ánima.
Otra cuestión que no
deja de tener actualidad es el diálogo entre Gonerila y su esposo el Duque de
Albania cuando más tensa está la escena y del que copio el final de una serie
de descalificaciones.
GONERILA.- ¡Oh ridículo imbécil!
ALBANIA.- ¿Trasto disfrazado y encubierto, por
pudor, no cambies tus rasgos en los del monstruo! Si me fuera permitido dejar a
estas manos obedecer a mi sangre, estarían lo bastante dispuestas para dislocar
y desgarrar tu carne y tus huesos. A pesar de que eres un demonio, una forma de
mujer te escuda.
GONERILA.- ¡Pardiez! ¡Vuestra hombría! ¡Miau!
Incluso en los momentos
de máxima violencia dramática el varón educado perdona a la mujer injurias que
no perdonaría a un hombre. Eso, que algunos interpretarán como menosprecio,
reconoce que el respeto de género se basa en la desigualdad. Aunque sea
Gonerila quien traspasa el límite de la prudencia Albania no puede responder
alimentando el ciclo de la agresividad que le daría ventaja. Creo que a pesar
del tiempo transcurrido y de la evolución que ha experimentado la sociedad y
las relaciones de pareja, no hay otra respuesta que la que dio Albania a
Gonerila, ni más elegante. Por cierto, Cervantes al que tampoco le asustaban
los grandes temas, interpretó lo que hasta hace poco se llamaba crimen pasional
invirtiendo el sesgo mayoritario al poner como víctima al hombre a manos de la
celosa Claudia Jerónima que, para seguir con paralelismos, es cegada por un
infundio.
Fragmentos de la obra de interés
reflexivo
Acto Primero
Escena I
LEAR.- Sabed que hemos dividido nuestro
reino entres partes y que es nuestra firme resolución desembarazar a nuestra vejez
de todos cuidados y negocios, confiándolos a fuerzas más jóvenes, mientras
nosotros, descargados, nos encaminamos paulatinamente hacia la muerte.
CORDELIA.- Estoy segura de que mi amor es
más rico que mi lengua.
LEAR.- Bien; ¡sigue así! Tu franqueza sea
entonces tu dote.
KENT.- Rey Lear, a quien siempre honré
como a mi soberano, amé como a mi padre, serví como a mi amo e invoqué en mis
plegarias como a mi gran patrón.
LEAR.- Tirante y curvado está el arco:
evitad la saeta.
KENT.- ¿Piensas que el deber tendrá miedo
de hablar, cuando el poder se doblega a la adulación? El honor debe rendirse a
la sinceridad cuando la majestad se humilla a la locura. No están vacíos los
corazones cuyo tímido son no hace recuperar ningún sentimiento hueco.
KENTE.- Está bien; mata al médico y otorga
una recompensa a la repugnante enfermedad.
FRANCIA.- ¡Es muy extraño que hasta hace
poco fue objeto de vuestra predilección, el tema de vuestras alabanzas, el
bálsamo de vuestra vejez, la mejor, la más querida haya cometido en un tris una
acción tan monstruosa que la desate de tan numerosos pliegues de favor!
Ciertamente ha de ser de tal magnitud la ofensa, que raye en lo monstruoso, o,
de lo contrario, el afecto que antes le profesabais adolecía de tacha. Y
solamente por la fuerza de la fe creería eso de ella, pues la razón, sin que se
obrase un milagro, nunca podría convencerme.
CORDELIA.- Suplico todavía a Vuestra
Majestad, si la razón de mi ofensa es la falta de ese arte fluido y untuoso de
hablar sin razonar (ya que lo que bien me propongo lo cumplo antes de decirlo).
Escena II
EDMUNDO.- Naturaleza, eres mi deidad; a tu
ley consagro mis servicios. ¿Por qué me he de someter al azote de la costumbre
y he de permitir a la puntillosa exigencia de las naciones que se me desherede,
por venir al mundo unas doce o catorce lunas a la zaga de un hermano? ¿Por qué
soy un bastardo? ¿Por qué razón un espurio, cuando las proporciones de mi
cuerpo se hallan tan bien conformadas, mi alma tan generosa y mis maneras tan apuestas como pueden serlo las del
retoño de una mujer honrada?
GLOSTER.- La calidad de nada no tiene tal
necesidad de ocultarse.
GLOSTER.- Estos últimos eclipses de sol y
de luna no nos presagian nada bueno; aunque el conocimiento de la Naturaleza
pueda explicarnos así y asá, ella misma, no obstante, se encuentra azotada por
los efectos consiguientes.
EDMUNDO.- ¡He aquí la excelente estupidez
del mundo; que cuando nos hallamos a mal con la Fortuna (lo cual acontece con
frecuencia por nuestra propia falta), hacemos culpables de nuestras desgracias
al sol, a la luna, y a las estrellas; como si fuéramos villanos por necesidad,
locos por compulsión celeste; pícaros, ladrones y traidores por el predominio
de las esferas; beodos, embusteros y adúlteros por la obediencia forzosa al influjo
planetario, y como si siempre que somos malvados fuese por empeño de la
voluntad divina!
Escena III
GONERILA.- Si os mostráis negligente de
hoy adelante en vuestros servicios, haréis bien.
GONERILA.- Quisiera que ello viniera a
debate. Si le disgusta, que se vaya con mi hermana, cuyo pensamiento respecto
de él sé que es idéntico al mío: no ser dominadas.
GONERILA.- Quisiera que de aquí naciesen
ocasiones, y tales, que me permitieran hablar.
Escena IV
KENT.- Me ocupo de no ser menos de lo que
parezco; en servir lealmente al que deposita en mi su confianza; en amar al que
es honrado; en conversar con el que es cuerdo y habla poco; en temer a la
crítica; en combatir cuando no hay otro remedio, y en no comer de pescado.
BUFÓN.- La verdad es un perro que hay que
echar a la perrera.
LEAR.- ¡Pardiez! No, muchacho; de la nada
no puede hacerse nada.
GONERILA.- Dejadme prevenir siempre los
males que temo antes que estar siempre con el temor de que me sorprendan.
ALBANIA.- A veces echamos a perder lo
bueno por esforzarnos en lo mejor.
BUFÓN.- ¡No debías haber envejecido hasta
ser más sensato!
Acto Segundo
Escena II
CORNUALLA.- ¡Silencio, pícaro! ¡Tuno
irracional! ¿No tenéis respeto a nadie?
KENT.- Sí, señor; pero la ira tiene su
privilegio.
Escena IV
BUFÓN.- Te pondremos en la escuela de la
hormiga, para que aprendas que no es en invierno cuando se trabaja.
REGANIA.- Os ruego, padre mío, que puesto
que sois débil lo parezcáis.
LEAR.- Las criaturas perversas se nos
ofrecen bajo un bello aspecto cuando vemos otras más perversas aún: no ser los
peores implica cierto grado de alabanza.
LEAR.- No concedáis a la Naturaleza más de
lo que ella exige, y la vida del hombre será de tan bajo valor como la de las
bestias.
Acto Tercero
Escena I
CABALLERO.- Esfuérzase en el pequeño mundo
de su ser humano
Escena II
KENT.- Soy un hombre contra el que pecaron
más que él pecó.
LEAR.- ¡Arte extraño el de nuestras
necesidades, que troca en preciosas las cosas más viles!
Escena IV
LEAR.- ¡Oh, cuan poco me había preocupado
de ellos! Pompa, acepta esta medicina; exponte a sentir lo que sienten los
desgraciados, para que pueda verter sobre ellos lo superfluo y mostrar a los
cielos más justos.
Escena V
EDMUNDO.- ¡Suerte cruel la mía, que me
hace arrepentirme de ser justo!
Escena VI
EDGARDO.- Cuando vemos que los que están
por encima de nosotros soportan nuestros mismos males, apenas pensamos que
nuestras miserias nos son enemigas.
Acto Cuarto
Escena I
EDGARDO.- Vale aún más ser así, y saberse
despreciado, que sentirse siempre despreciado y con adulación.
GLOSTER.- Es calamidad de estos tiempos
que los locos guíen a los ciegos.
Escena II
GONERILA.- Yo he de cambiar en casa la
insignia de mi sexo y poner la rueca en manos de mi marido.
ALBANIA.- ¡La prudencia y la bondad
parecen viles al vil! Los seres inmundos solo gustan de sí propios.
Si los cielos no envían pronto a sus
ángeles en forma ostensible para reformar tan viles ofensas, es que la
Humanidad va a hacer presa forzosamente en sí misma, como los monstruos del
abismo.
GONERILA.- ¡Oh
ridículo imbécil!
ALBANIA.- ¿Trasto disfrazado y encubierto, por pudor, no cambies tus rasgos
en los del monstruo! Si me fuera permitido dejar a estas manos obedecer a mi
sangre, estarían lo bastante dispuestas para dislocar y desgarrar tu carne y
tus huesos. A pesar de que eres un demonio, una forma de mujer te escuda.
GONERILA.- ¡Pardiez! ¡Vuestra hombría!
¡Miau!
Escena III
CABALLERO.- Dijérase que se esfuerza en
ser reina de su pesar, que, muy parecido a un rebelde, trataba de reinar sobre
ella.
Escena IV
DOCTOR.- Hay recursos para ello, señora.
El gran reparador de la Naturaleza es el reposo, y reposo es lo que más le
falta. Para provocarlo tenemos muchos simples activos, de tal virtud, que hasta
los ojos del dolor tienen el don de cerrar.
Escena VI
LEAR.- El arte está en esto, por encima de
la Naturaleza.
LEAR.- ¿Morir por adulterio? No; eso lo
hace hasta el pajarillo llamado reyezuelo, y la mosquita de doradas alas se
entrega a la lujuria ante mi vista. ¡Que prospere la cópula!
LEAR.- Se puede ver como va el mundo sin
tener ojos. Mira con las orejas. [Esto lo repite Valle-Inclán en alguna parte
del Ruedo Ibérico que ahora no recuerdo].
LEAR.- Los vicios pequeños se ven a través
de los andrajos; pero la púrpura y el armiño lo ocultan todo. Cubre con
planchas de oro el crimen, y la terrible lanza de la justicia se romperá
impotente ante él; ármalo con harapos, y, para pasarlo de parte a parte, bastará
una paja en manos de un pigmeo.
EDGARDO.- Un hombre muy pobre a quien han
hecho manso los reveses de la fortuna.
Escena VII
KENT.- Verse reconocido, señora, es estar
pagado con usura
Acto Quinto
Escena I
ALBANIA.- Yo nunca pude mostrarme valeroso
allá donde no me consideré honrado.
EDMUNDO.- Mi interés no está en hacer
cábalas, sino en defenderme.
Escena III
CORDELIA.- No somos los primeros que con
la mejor intención hemos dado en lo peor.
EDMUNDO.- Ya sabes que los hombres los
hace la ocasión.
CAPITÁN.- No puedo tirar de un carro ni
comer avena seca; pero si es cosa que pueda hacerla un hombre, la haré.
EDMUNDO.- Y en el ardor de un natural
sentimiento, la guerra más justa resulta abominable por aquellos que sientes el
dardo de sus golpes.
KENT.- ¡Dejadla marchar! Sería odiarla
querer extenderla más tiempo sobre el potro de tortura de este mísero mundo.
EDGARDO.- Ha desaparecido, en verdad.
KENT. El asombro es que haya vivido tanto
tiempo; no hacía sino usurpar su vida.
EDGARDO.- Preciso es que nos sometamos a
la carga de estas amargas épocas; decir lo que sentimos, no lo que deberíamos
decir.
Macbeth en el subconsciente
Sinopsis de la obra
Al alzarse el telón aparecen tres brujas
que hacen sus aquelarres en una llanura desierta antes de desaparecer. A
continuación se escucha un fragor lejano de batalla y se ve a Duncan, rey de
Escocia, recibiendo mensajeros que le informan de la victoria sobre el rey de
Noruega conseguida por su ejército capitaneado por Macbeth. De vuelta de la
batalla Macbeth y Banquo se encuentran con las brujas que predicen que el
primero será rey y el segundo tronco de reyes. Ambas cosas se cumplirán, pero
desde que se verbaliza el pronóstico los diálogos destilan desconfianza.
Macbeth cree merecer lo que anuncia la profecía y Banquo y Duncan lo notan. El
rey comunica que ha decidido transferir la corona a su hijo Malcolm y promete
títulos de nobleza a sus amigos. Se dirigen al castillo de Macbeth que anticipa
por carta la llegada a su mujer sin ocultar la idea de asesinar a Duncan para
hacerse con el trono. Lady Macbeth (LM) se entusiasma y presiente que su esposo
flaqueará en sus propósitos, como así ocurre, por lo que adquiere el compromiso
de fortalecerlo y preparar la escena del crimen.
Asesinado
el rey, Macbeth sale de la cámara más asustado que arrepentido exhibiendo el
arma homicida y es LM quien tiene que rematar la faena poniendo el puñal en
manos del cadáver de los chambelanes para responsabilizarlos del crimen. Van
llegando los miembros de la corte que se estremecen por el suceso y los hijos
de Duncan, Donalbain y Malcolm, entendiendo que están en peligro, huyen el uno
a Irlanda y el otro a Inglaterra. Macbeth es proclamado rey de Escocia y parte
hacia Scone para ser investido.
Para
romper la profecía que señala que Banquo será tronco de reyes, Macbeth encarga
a dos asesinos acabar con Banquo y su hijo. En el momento de la emboscada
aparece un tercero que crea una cierta confusión lo que permite escapar al hijo
de Banquo. El fracaso ablanda la fortaleza de Macbeth que ve el espectro de
Banquo durante la cena que ofrece a sus vasallos. LM lo disculpa en público
pero le reprocha en privado sus extravíos con los que ahuyenta la alegría de la
reunión. Macbeth decide consultar a las brujas quienes le aseguran que ningún
hombre dado a luz por mujer puede dañarlo y que no será vencido hasta que el
gran bosque de Birnan suba marchando para combatirle a la alta colina de
Dunsinante.
Con
estas seguridades Macbeth continúa su reinado de terror pero el ejército
coaligado al mando de Malcolm que da la orden de
que cada soldado corte una rama y la lleve delante de sí para ocultar el número
de combatientes cerca el castillo. En el palacio se suicida LM, le comunican
que el bosque de Birnan avanza al tiempo que entran los invasores. Con la
seguridad de que no será muerto más que por quien no haya nacido de mujer
Macbeth se entrega a la lucha hasta que Macduff le dice: ¡Desconfía de hechizo!
¡Y deja al ángel del mal, de quien eres siervo que te diga que Macduff fue
arrancado antes de tiempo del vientre de su madre!
Comentario
Si al inicio de la obra Shakespeare (SK)
señala a las brujas es porque, tratándose de teatro, tratándose de ficción,
quizás no sean lo que parecen. El reto es creer o no en ellas. Si aparecen y
desaparecen es porque son inspiración más que presencia, pero si aciertan en
sus predicciones es que poseen algún tipo de poder. A mi entender, y creo que
también en el de Macbeth, las brujas presagian desgracias (son los malos
pensamientos). Sus profecías causan inquietud en lugar de alegría que es lo que
presumen traer. Los favores que prometen condicionan el libre albedrío
reduciendo la capacidad de decidir. Como la credibilidad es cuestión de fe, el
mensaje de las brujas deprime la razón. Desde esta premisa Macbeth no lucha
contra su conciencia sino contra su destino. Su comportamiento es un montaje
del destino. Tanto los halagos de los informadores como las predicciones de las
brujas son propaganda. Para creer en uno mismo se necesitan referencias
inmateriales, son los sueños que inducen las hermanas fatídicas. Para que los
demás crean en ti se necesitan avales: los informes que le dan a Duncan. En
política somos lo que dicen que somos y en la realidad somos lo que soñamos que
somos.
El método científico
arranca en incertidumbre y termina en profecía. El alcance del descubrimiento
científico depende de la audacia de la pregunta y de la lucidez de la
respuesta. Los científicos puede que sepan cómo funciona el estómago arquetipo,
pero no saben lo que hace cada estómago en un momento dado. Los escritores que
diseñan personajes aportan datos para la comprensión del funcionamiento
platónico de la mente. Los que poseen sutileza de observación, como Shakespeare
(SK), dan información valiosa, pero si además, la expresan con belleza alcanzan
la excelencia. La tragedia de Macbeth analiza un hecho histórico desde un punto
de vista sicológico. Se podría decir que abre el objetivo para hacerse
preguntas que superan la simple descripción: ¿Por qué descarría Macbeth? ¿Cómo
puede un hombre llegar a ser tan canalla? ¿Hasta donde alcanza la maldad
humana? Y al igual que la ciencia, predice lo que ocurrirá. Es más, provoca al
espectador para que deduzca lo que sería la convivencia si se eligiera el
camino de la maldad.
Si
a Macbeth lo hacen los demás, LM se hace a sí misma: es la voluntad de ser que
necesita un instrumento para realizarse, como era normal en la mujer del siglo
XVI. SK define mujeres fuertes en Macbeth y en El rey Lear. LM
utiliza a su marido para cristalizar y Gonerila se enfrenta a Albania para ser
ella. Cuando llega Macbeth para concretar el proyecto que le ha contado a su
mujer por carta, LM está excitada por el salvaje futuro y expresa uno de los
hallazgos más logrados de SK: “¡Gran Glamis, digno Cawdor, más grande que ellos
dos por el salvaje futuro! Tu carta me ha transportado más allá del oscuro
presente, y estaba ahora, en este instante, haciéndome gozar del porvenir”.
Este recrear lo que se va a hacer es una actividad intelectual que practica
mucha gente, desde profesores que mentalizan la clase a cirujanos o deportistas
que visualizan sus intervenciones. Lo que define el carácter de LM es que goce
con un porvenir criminal. Macbeth también prepara mentalmente su actuación en
el monólogo del segundo acto cuando habla con el puñal y se concentra en lo que
tiene que hacer de manera profesional: “¡Tú me marcas la dirección que he de
seguir y el arma misma que debo usar!...”. El contraste entre las dudas que
acosan a Macbeth aconsejado por las brujas y el convencimiento de LM es
evidente. En ambos casos el hombre es el instrumento que utilizan los espíritus
femeninos para realizar sus planes. Lo aclara LM al exclamar “¡Mi hombre!...”,
cuando vuelve Macbeth de realizar el regicidio. Aquí se puede ver quien diseña
y quien ejecuta los designios de la Naturaleza.
Con
toda la riqueza del español no existen expresiones que maticen el posesivo ‘mi’.
Lo mismo se dice ‘mi pluma’ que ‘mi hermana’, ‘mi madre’, ‘mi mujer’ o ‘mi
perro’; sujetos con los que se mantienen diferentes tipos de relación. La idea
que flota en el ambiente es que la personalidad de Macbeth ha sido moldeada por
Lady Macbeth. La escena en la que lo empuja al crimen del rey muestra el
dominio que ejerce sobre él. Por eso, cuando al verlo llegar con las manos
ensangrentadas grita ¡Mi hombre! se puede pensar que LM se felicita a sí misma
y no que muestre admiración al instrumento del que se ha valido para gozar del
porvenir en el que estaba enganchada, máxime cuando tiene que ir ella en
persona a completar la obra. ¿Quién tiene el poder, el que lo ostenta o quien
lo inspira[U1] ?.
La
existencia humana se debate entre la realidad y los sueños. Lo que es y lo que
se quisiera que fuera. En el Génesis ya se plantea ese dilema y como en
el pecado original, SK muestra a la mujer mediadora entre las fuerzas del mal y
el hombre. En este caso las brujas insinúan los pensamientos atrevidos que alientan
la ambición. ¿Qué hubiera sido de la especie sin ese instinto transgresor, sin inquietud
y curiosidad, ese deseo de saber más de lo que muestran las apariencias? El
afán de conocimiento es un don que desciende de algún estrato superior: si es
para el bien común se llama altruismo y si pretende el bien propio, egoísmo.
La
ambición legítima lleva al triunfo y la desleal
a la tragedia. El ambicioso Macbeth acaba de ganar para el ambicioso rey Duncan
una batalla y mientras el poderosos se ve obligado a premiar al héroe con
resquemor presintiendo que no se va a contentar con eso y le va a exigir lo más
valioso: “Ojalá fueran menos tus méritos a fin de que la balanza de la gratitud
y el galardón se inclinaran a favor mío. Nada me resta por decirte, sino que tu
deuda es mayor que todo cuanto puedo pagar.”. Y seréis como dioses le dice el
demonio a los hombres en el paraíso. “¡Salve Macbeth que en futuro serás rey!”,
concreta la Bruja, pero LM, como la sagrada escritura, eleva el tiro: “Cuando
os atrevíais a ello, entonces erais un hombre; y más que hombre seríais si a
más os atrevieses”. Tan claro está que es el destino quien guía a Macbeth que
en el acto tercero cuando concierta la muerte de Banquo para torcer el sentido
de la profecía que lo hace tronco de reyes, confiesa que antes que aceptar el
fracaso de su proyecto: “¡Antes que eso, ven Destino, desciende al palenque y
luchemos tú y yo hasta morir!”.
El
vaticinio de las brujas dice que Macbeth va a ser rey sin herederos y que
Banqueo encabezará una dinastía. Haciendo caso a la profecía, como le ocurrió a
Herodes, Macbeth intentará cortar la cadena dinástica: “y os encargo igualmente
(sin dejar rastro de la obra) Fleance, su hijo que le acompaña, y cuya
desaparición me es tan esencial como la de su padre, comparta la suerte de esta
hora fatal”. El peligro no viene de las personas sino del tiempo que es el
ejecutor del destino: “Si podéis penetrar en los gérmenes del tiempo y predecir
qué semilla cuajará y cual no, habladme también a mí, que ni solicito vuestros
favores ni temo vuestro odio”, pide Banquo a las brujas.
La
predicción de las brujas es un delirio que, extrañamente, comparten Banquo y
Macbeth. Si los sueños son personales, el que haya testigos aunque da
credibilidad a las brujas cara al espectador, introduce la duda sobre el plano
en que se sitúa la acción. En los cuentos de niños se pueden utilizar recursos
imaginarios, pero en los de adultos se debe dejar una puerta a la especulación.
El espectador es inducido a creer en las brujas, máxime cuando se cumplen sus
predicciones. En el Quijote queda claro que el caballero andante sufre
alucinaciones, pero como las brujas no existen; el que tengan Banquo y Macbeth
el mismo desvarío no puede deberse más que a una confabulación. “Mi obediencia
está unida para siempre con vos por un lazo indisoluble” le recuerda Banquo al
recién proclamado rey Macbeth al inicio del acto tercero y como confirmación de
los pactado afirma:
De aferrárseos al alma esa
creencia, bien podrían elevarse vuestros deseos hasta la corona, por encima del
título de Thane y de Cawdor… Pero esto es extraño; y frecuentemente, para
atraernos a nuestra perdición, los agentes de las tinieblas nos profetizan
verdades y nos seducen con inocentes bagatelas para arrastrarnos pérfidamente a
las consecuencias más terribles… Primo, una palabra, os ruego.
Pero si todavía hay dudas de que las
brujas son una cortina que tapa el complot, aquí está la propuesta que lanza
Macbeth a Banquo para zanjar el asunto: “Meditad en lo sucedido, y más tarde,
habiendo reflexionado en el ínterin, hablaremos mutuamente a corazón abierto”,
a las claras, sin intermediarios sobrenaturales. Lo que pasa es que los
traidores no se fían entre sí porque saben que el mejor confidente es el que no
habla. Cuando Macbeth interviene en el destino matando a Banqueo trastoca el
futuro y el espectro de éste se presenta para reprochárselo. Al ser cosa de
ellos los demás no lo ven: si estás en el plano de las brujas y te dejas llevar
por su delirio te enfrentas a los poderes ocultos que vuelven para defender lo
que les pertenece. Pero los poderes ocultos conducen a la locura porque el
propósito de acabar con la línea sucesoria de Banquo ha fracasado. “¡He aquí
mis fiebres que vuelven! De lo contrario, me hubiera quedado tranquilo,
compacto como el mármol, firme como la roca, sin trabas, tan libre y amplio
como el aire que envuelve al mundo”.
Una
vez que ha desaparecido el testigo del complot, Macbeth no tiene más remedio
que enfrentarse a la realidad para lo que decide ir a visitar a las hermanas
fatídicas. Hécabe descubre el artilugio:
De la punta del cuerno de la luna
creciente pende una gota de vapor de misteriosa virtud. Yo la recogeré antes
que caiga sobre la tierra, y, destilada por artificios mágicos, hará surgir
artificiales espíritus que, por la fuerza de su ilusión, le precipitarán a su
ruina.
Lo que le ocurre a Macbeth es producto de
artificiales espíritus que operan desde sí mismo.
El sistema vegetativo
es el piloto automático que utiliza el Sistema Nervioso Central para controlar
las funciones orgánicas básicas. Bajo su mando actúan los órganos a los que la
voluntad no tiene acceso: el latido cardíaco, el aparato digestivo, el riñón,
la respiración. El subconsciente es el vegetativo del cerebro. En el
subconsciente se puede influir indirectamente. Se sabe que se está ahí, pero se
desconoce el terreno que se pisa. Cuando Macbeth se entrevista con las brujas,
éstas trastean su subconsciente estimulando la vanidad.
Evitando la existencia
de seres extrasensoriales, se puede imaginar el diálogo entre los vencedores,
Macbet y Banquo, del rey de Noruega; sus quejas sobre la desproporción de lo
que exponen en la batalla y lo poco que reciben, la decisión de hacer valer su
fuerza, en fin, los vaticinios que atribuyen a las brujas: si hiciéramos esto
seríamos lo que merecemos. A partir de ahí, trabaja el subconsciente.
En
la escena I del IV acto Macbeth decide dejarse de ensoñaciones y hacer lo que
le pide el corazón dando vía libre a la pasión. Ha ido a consultar a las brujas
que le muestran la descendencia de Banquo. Macbeth se debate entre el deber y
la ambición, lo racional y lo pasional. Los impulsos le vienen sugeridos por
seres imaginarios: las brujas que representan la ambición y el espectro que es
el remordimiento. La conciencia, el ser que es Macbeth controla las dos
pasiones hasta que en el acto IV se deja llevar por el impulso del corazón. La
decisión de ser un malvado que se presenta como acto voluntario, es fruto de la
debilidad. Resulta más fácil dejarse llevar por el impulso (este es un tema que
hace dudar a SK: ser o no ser) en lugar de controlarse. El final catastrófico
es el resultado de las decisiones que Macbeth toma desde el fatalismo. Las
desgracias son la conclusión necesaria, porque lo irracional no conduce a buen
puerto. A Macbeth le falla la intuición, a Shakespeare le guía el
subconsciente.
Fragmentos de la obra de interés
reflexivo
Acto Primero
Escena I
SARGENTO.- El implacable Macdonwald (digno
de ser rebelde, pues para esto las multiplicadas villanías de la Naturaleza se
amontonaron en él).
DUNCAN.- Tus palabras te ennoblecen tanto
como tus heridas; una y otras son la ejecutiva del honor.
Escena III
BANQUO.- Si podéis penetrar en los
gérmenes del tiempo y predecir qué semilla cuajará y cuál no, habladme también
a mi, que ni solicito vuestros favores ni temo vuestro odio.
BANQUO.-De aferrárseos al alma esa
creencia, bien podrían elevarse vuestros deseos hasta la corona, por encima del
título de Thane y de Cawdor… Pero esto es extraño; y frecuentemente, para
atraernos a nuestra perdición, los agentes de las tinieblas nos profetizan
verdades y nos seducen con inocentes bagatelas para arrastrarnos pérfidamente a
las consecuencias más terribles… Primo, una palabra, os ruego.
MACBETH.- Esta solicitación sobrenatural
puede no ser mala, y puede no ser buena.
¡Los temores presentes son menos horribles
que los que inspira la imaginación!
Nada existe para mi sino lo que no existe
todavía.
BANQUO.- Los nuevos honores le sientan
como vestido recién hechos; no tomarán su forma sino con ayuda del uso.
MACBETB.- ¡Suceda lo que quiera, el tiempo
y la ocasión seguirán su marcha a través de los días más difíciles!
MACBETH a Banquo.- Meditad en lo sucedido,
y más tarde, habiendo reflexionado en el ínterin, hablaremos mutuamente a
corazón abierto.
Escena IV
MALCOLM.- Nada en su vida lo enalteció
tanto como esa manera de haberla perdido.
DUNCAN.- ¡No existe arte que pueda
descifrar el sentido del alma en la líneas del rostro!
Ojalá fueran menos tus méritos a fin de
que la balanza de la gratitud y el galardón se inclinaran a favor mío. Nada me
resta por decirte, sino que tu deuda es mayor que todo cuanto puedo pagar.
DUNCAN.- He comenzado a plantarte, y me
esforzaré hasta que alcances tu pleno crecimiento.
Escena V
LADY MACBETH.- Pero desconfío de tu
naturaleza. Está demasiado cargada de la leche de la ternura humana para elegir
el camino más corto. Te agradaría ser grande, pues no careces de ambición; pero
te falta el instinto del mal, que debe secundarla. Lo que apeteces
ardientemente lo apeteces santamente. No quisieras hacer trampas: pero
aceptarías una ganancia ilegítima. ¡Quisieras, gran Glamis, poseer lo que te
grita: Haz esto para tenerme! y esto sientes más miedo de hacerlo que deseo de
no poderlo hacer. ¿Ven aquí, que yo verteré mi coraje en tus oídos y barreré
con el brío de mis palabras todos los obstáculos del círculo de oro con que
parecen coronarte el Destino y las potestades ultraterrenas!
LADY MACBETH.-¡Gran Glamis, digno Cawdor,
más grande que ellos dos por el salvaje futuro! Tu carta me ha transportado más
allá del oscuro presente, y estaba ahora, en este instante, haciéndome gozar
del porvenir.
LADY MACBET.- Para engañar al mundo
parecer como el mundo.
Escena VII
MACBETH.- ¡Si con hacerlo quedara
hecho!...
No tengo otra espuela para aguijonear los
flancos de mi voluntad, a no ser mi honda ambición, que salta en demasía y me
arroja del otro lado…
LADY MACBETH.- ¿Tienes miedo de ser el
mismo en ánimo y en obras que en deseos?
MACBETH.- ¡Silencio, por favor! Me atrevo
a lo que se atreve un hombre, quien se atreva a más, no lo sé.
LADY MACBETH.- Cuando os atrevíais a ello,
entonces erais un hombre; y más que un hombre seríais si a más os atrevieses.
Acto Segundo
Escena I
BANQUO.- ¡Potestades misericordiosas refrenad en mi los malos pensamientos
por que se deja arrastrar la Naturaleza durante el reposo!...
MACBETH.- ¡Tú me marcas la dirección que
he de seguir y el arma misma que debo usar!...
Escena II
LADY MACBETH.- De tomar las cosas tan en
consideración, acabaríamos locos.
MACBETH.- Y la voz siguió gritando de
aposento en aposento: “!No dormirás más!... ¡Glamis ha asesinado al sueño y,
por tanto, Cawdor no dormirá más! ¡Macbeth no dormirá más!...”
LADY MACBETH.- ¡No os dejéis perder tan
miserablemente en vuestros pensamientos!...
MACBETH.- ¡Conocer mi acción! ¡Mejor
quisiera no conocerme a mí mismo!
Escena III
MACBETH.- El trabajo en que hallamos
placer cura la pena que causa.
MALCOLM.- ¡Nada de asociarnos con ellos!
¡Al hombre falso le es fácil afectar un dolor que no siente!
Escena IV
MACDUFF.- Y que nuestros vestidos nuevos
sean más cómodos que los viejos…
Acto Tercero
Escena I
MACBET.- Sí, en el catálogo pasáis por hombres, igual que los galgos,
podencos, lebreles, mastines, perdigueros, de agua y de presa, llevan el nombre
de perros; un tanto alzado distingue, no obstante, al perro ágil, al perezoso,
al sutil, al cazador, al guardador de la casa, cada uno según las cualidades
que la bienhechora naturaleza les ha departido, y que les hace recibir un
título particular en la lista donde todos son comúnmente inscritos. Así sucede
con los hombres.
MACBETH.- Y aunque con mi autoridad
pudiera a cara descubierta barrerle de mi vida, sin otra escusa que mi voluntad
soberana, no me conviene hacerlo por consideración a ciertos amigos suyos, que
también lo son míos, cuyo afecto no quiero perder y ante los que debo llorar la
caída del que derribo. Por eso he recurrido a vuestra ayuda, para disimular el
asunto ante la opinión pública por varias razones de peso.
MACBETH.- Y os encargo igualmente (sin
dejar rastro de la obra) Fleance, su hijo que le acompaña, y cuya desaparición
me es tan esencial como la de su padre, comparta la suerte de esta hora fatal.
Escena II
LADY MACBETH.- Nada se gana; al contrario,
todo se pierde cuando nuestro deseo se realiza sin satisfacernos.
Debe darse al olvido lo que no tiene
remedio. Lo hecho, hecho está.
MACBETH.- ¡Triste necesidad, que debamos
por prudencia lavar nuestros honores en los torrentes de la adulación y hacer
de nuestras caras máscaras de nuestros corazones, para ocultar lo que son!...
MACBETH.- ¡Las cosas que principian con el
mal, solo se afianzan con el mal!
Escena IV
MACBETH.- ¡He aquí mis fiebres que
vuelven! De lo contrario, me hubiera quedado tranquilo, compacto como el
mármol, firme como la roca, sin trabas, tan libre y amplio como el aire que
envuelve al mundo.
MACBETH.- ¡Me atrevo a cuanto se atreve un
hombre!
¡Vano fantasma, fuera!... Bien, así… Se
fue… Vuelvo a ser hombre.
LADY MACBETH.- Tenéis necesidad de lo que
condimenta toda naturaleza humana: el sueño.
Escena V
HÉCATE.- De la punta del cuerno de la luna
creciente pende una gota de vapor de misteriosa virtud. Yo la recogeré antes
que caiga sobre la tierra, y, destilada por artificios mágicos, hará surgir
artificiales espíritus que, por la fuerza de su ilusión, le precipitarán a su
ruina.
Acto Cuarto
Escena I
APARICIÓN.- ¡Sé sanguinario, valiente y
atrevido! ¡Búrlate del poder del hombre, pues ninguno dado a luz por mujer
puede dañar a Macbeth!
APARICIÓN.- Macbeth no será nunca vencido
hasta que el gran bosque de Birnam suba marchando para combatirle a la alta
colina de Dunsinane.
Escena II
ROSS.- Cuando nos llega el vago rumor de
que debemos temer y no sabemos lo que tememos.
LADY MACDUFF.- Pero recuerdo ahora que
estoy en este mundo terreno donde hacer mal es frecuentemente laudable, y hacer
bien es algunas veces locura peligrosa.
Escena III
MALCOLM.- Lloraré por lo que crea, creeré
lo que sepa, y cuando la ocasión se muestre amiga, dirigiré lo que pueda ser
dirigido.
MALCOLM.- Lo que sois no pueden cambiarlo
mis pensamientos.
MALCOLM.- ¡Ahora le conozco!... ¡Dios
misericordioso! ¡Aleja las causas que nos convierten en extranjeros!...
MALCOLM.- La desgracia que no habla,
murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que la quiebra.
MALCOLM.- ¡No hay noche, por larga que
sea, que no encuentre al fin el día!
Acto quinto
Escena I
MÉDICO.- ¡Vaya, vaya! Sabéis lo que no debíais saber.
DAMA.- Ella es quien ha hablado lo que no
debía hablar.
Escena II
ANGUS.- Ve ahora que sus asesinatos
secretos le atan las manos; que las revueltas que se suceden de minuto en
minuto, le reprochan su mala fe, pues los que mandan no obedecen sino a la voz
de mando, pero no a la del afecto; ve, en fin, que su dignidad real flota
alrededor de él como el manto de un gigante que hubiera robado un enano.
Escena III
MACBETH.- ¡Cúrala!... ¿No puedes calmar su
espíritu enfermo, arrancar de su memoria los arraigados pesares, borrar las
angustias gravadas en el cerebro, y con un dulce antídoto olvidador arrojar de
su seno oprimido las peligrosas materias que pesan sobre el corazón?
MÉDICO.- En tales casos, el paciente debe
ser su mismo médico.
Escena IV
MALCOLM.- Que cada soldado corte una rama
y la lleve delante de sí. Ocultaremos de este modo el número de nuestros
combatientes e induciremos a error las informaciones de los exploradores
enemigos.
Escena V
SEYTON.- Señor, la reina ha muerto.
MACBETH.- ¡Debería haber muerto un poco
después! ¡Tiempo vendrá en que pueda yo oír palabras semejantes!... El mañana y
el mañana y el mañana avanzan en pequeños pasos, de día en día, hasta la última
sílaba del tiempo recordable; y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos
el camino hacia el polvo de la muerte…¡Extínguete, extínguete, fugaz
antorcha!... ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se
pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más…; un
cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!
MACBETH.- Empiezo a sospechar el equívoco
del demonio que miente bajo la máscara de la verdad.
MACDUFF.- ¡Desconfía del hechizo! ¡Y deja
que el ángel del mal de quien es siervo, que te diga que Macduff fue arrancado
antes de tiempo del vientre de su madre!
Macbeth
acosado
En el acto V de Macbeth Shakespeare
escenifica el final de un tirano acosado por los remordimientos, los hechos, la
gente honrada y sobre todo, el ejecutor, un hombre singular, justiciero y del
que había sido prevenido Macbeth por unas brujas que le adelantaron que no
sería muerto por hombre que hubiera nacido de mujer, lo que en definitiva le
acarrearía su perdición por un exceso de confianza.
El dramaturgo inglés
dibuja admirablemente el perfil del hombre que se va quedando solo y resume su
angustia con trazos maestros. El deterioro de quién lo ha tenido prácticamente
todo es progresivo e implacable. Poco a poco ha ido perdiendo la confianza de
sus súbditos a medida que se ha ido conociendo la realidad que mezquinamente
había ocultado el aparato de la corte y de los validos. El acto V es la
culminación del drama personal de Macbeth arrinconado finalmente en su soledad
"pues los que manda no obedecen sino a la voz de mando, pero no a la de
afecto" de la que no puede zafarse ya que "sus asesinatos secretos le
atan las manos" y en definitiva "su dignidad flota alrededor de él
como el manto de un gigante que hubiera robado un enano".
"¿Quién censurará,
entonces, sus sentidos exasperados por retroceder y sobresaltarse, cuando todo
lo que en él existe siente vergüenza de hallarse allí?". Pero Macbeth
resiste a pesar del cerco y del acoso ya que se ve amparado por la
inviolabilidad que le depara la profecía en la que se refugia consumiendo los
últimos ánimos que le quedan: "hasta que el bosque de Birnam no se
traslade a Dunsinane, no me contagiaré del miedo. Los espíritus que conocen las
consecuencias de todo lo mortal se expresaron así “No temas Macbeth; ningún
hombre dado a la luz por mujer tendrá poder sobre ti”. Por el alma que me guía
y el corazón que me late, no sucumbiré jamás bajo la duda, ni me agitaré bajo
el temor..." dice en un parlamento famoso muy recordado.
Pero las cosas
improbables se hacen posible y el bosque de Birnam se acerca hasta las puertas
del castillo de Dunsinane en forma de ejército camuflado en donde Macbeth se ha
hecho fuerte y en donde empieza a flaquear aunque se vea imposibilitado a
abandonar ya que "me han amarrado a un poste, no puedo huir; pero como el
oso debo hacer frente a la embestida". Enfrente le cercan quienes están
dispuestos a "derramar la última gota de su sangre para curar a la
patria", aunque él no teme más que a ese hombre revestido de un poder
especial, el único que puede deshacer su hechizo protector y ese no es otro que
Macduff quién finalmente se le enfrenta y en lucha desigual le corta la cabeza
que ofrece al nuevo rey. Ni que decir tiene que Macduff nació, seguramente
mediante una primitiva cesárea, sin ser dado a luz y que era conocedor de su
poder puesto que había sido amigo y confidente de Macbeth.
Lo tranquilizante de la
historia de Macbeth es que no es cierta, la realidad fue muy diferente.
Macbeth no fue un asesino traidor sino que utilizó la táctica usual en la edad
media y en la casi tribal Escocia para acceder al poder. Aparte de los
legítimos derechos al trono que podía abrigar por motivos de parentesco, tenía,
además, las razones de una vieja enemistad entre la familia de su esposa, los
Gruoch, y la del rey Duncan. Así que se levantó contra el soberano y lo venció
en batalla. Es más, gobernó en Escocia durante diecisiete años de manera eficaz
hasta que el hijo de Duncan lo volvió a vencer en otra batalla tan legal como
la que le dio el poder a Macbeth. No hubo ni la denigrante traición del
asesinato alevoso del rey cuando gozaba del privilegio de la hospitalidad, ni
por supuesto, hombre no nacido de mujer que destruyera a Macbeth. Las intrigas
de lady Macbeth por imposibles de comprobación histórica no deben ser tenidas
en cuenta por muy verosímiles que parezcan.
Pero si lo
tranquilizante es que no hubiera habido nunca tal canalla, lo preocupante es
que la ficción tenga más credibilidad que la realidad a la que suplanta. De
esto se han beneficiado siempre las religiones, salvadoras de almas, a las que
les ha resultado mucho más rentable vender prodigios inquietantes que intentar
solucionar realidades palpables y a los demagogos, salvadores de patrias, que se
esconden en la verborrea y en la tergiversación para escabullirse también de la
realidad. De todas formas en lo aleatorio es en donde únicamente está escrito
el porvenir.
No sabemos más, dice
Siward otro aspirante a rey que logró vencer a Macbeth en una batalla no
decisiva, sino que el tirano, lleno de confianza, permanece todavía en
Dunsinane y quiere esperar allí nuestro asedio. Y ahí introduce Shakespeare la
lógica de la justicia formal para darle dramatismo al drama, diseccionando el
comportamiento del culpable atrincherado en su palacio, donde cree no poder ser
vencido con los métodos, digamos tradicionalmente legales; pensaba Macbeth que
para engañar al mundo hay que parecer como el mundo. Pero ya que él mismo
utilizó la traición, la simulación y el engaño, será puesto a prueba por
alguien que, aunque no lo parezca, tiene el poder de acorralarlo y vencerlo,
sin necesidad de esperar nada sobrenatural. En el drama lo matan por donde
menos se esperaba, en la realidad lo vence el hijo de Duncan en una segunda y
definitiva batalla después que Siward lo hubiera derrotado previamente.
Shakespeare mezclando de manera distinta los mismos ingredientes que manejó la
realidad ha compuesto una historia de perfiles muy agudos que hieren al que se
roza descuidadamente con ellos. Algunos, tratando de escenificar una realidad
contada, se hacen gozar del porvenir, como lady Macbeth, echando leña al fuego
sin medir las consecuencias, ya que la intriga tiene eso, que alimenta de
manera irresponsable el vacío del sueño, mientras que desvela el descanso
cuando no se quiere dar la cara a la realidad, pero a la postre, aunque no
puedan los actos, los miedos serán los que les acusen de traidores.
..