FIRMA INVITADA: "UNA INTERPRETACIÓN INGENUA DE SHAKESPEARE", por SALVADOR PERÁN MESA



UNA INTERPRETACIÓN INGENUA DE SHAKESPEARE



Manuel Vázquez Montalbán en el arranque de La pervertida sentimentalidad de Pío Baroja dice: “Sin más títulos que mi frecuencia lectora de Baroja, quisiera no practicar ensayismo telúrico y explicar cómo he resuelto…” Aceptando que la frecuencia lectora de Vázquez Montalbán cunde más que la mía, me atengo a mi condición de aficionado para aproximarme, sin títulos y sin soporte erudito, a un escritor que admiro casi tanto como a Cervantes, sin otra pretensión que entretenerme y si es posible entretener. Espero completar el escrutinio de la obras que más me gustan del poeta inglés dividendo el comentario en tres partes: i) un resumen, ii) mis divagaciones y iii) los pensamientos más sugerentes del libreto.





Revisitando El rey Lear



Sinopsis de la obra



El rey Lear, en un alarde de originalidad impropia de la época, divide el reino de Inglaterra entre sus tres hijas. Enajenado por lo insólito de su decisión deshereda a la que parece sincera en favor de las que muestran afecto fingido. La incongruencia es notada no solo por los espectadores sino también por los personajes del reparto, pero como quién protesta, véase Kent, es desterrado, deciden no complicarse la vida. Asumida  la extravagancia del monarca, que se instala en el territorio de una de sus hijas, le siguen la corriente. Mientras tanto el consejero Gloster se deja llevar por la calumnia que su hijo bastardo monta contra el legítimo.

            Como era de esperar las hijas aduladoras se revuelven contra el padre e incumplen lo convenido de albergar al rey con su séquito de cien caballeros. A hurtadillas rivalizan por los favores amorosos del hijo bastardo de Gloster. Cuando el rey se ve rechazado por las dos herederas, además de mesarse los cabellos, es decir, lamentar lo que todos sabían que tendría que lamentar, se vuelve loco. Kent, que ha vuelto disfrazado al reino para ayudar a su señor, y el hijo legal de Gloster, al que el padre engañado manda perseguir, se encuentran en el bosque. El primogénito de Gloster se hace el loco y junto con el Bufón sintonizan con las extravagancias de Lear. El bastardo de Gloster sigue intrigando hasta hacer que le saquen los ojos a su padre que ha salido en ayuda del rey contra la orden de sus hijas.

La hija menor que se ha casado con el rey de Francia viene en ayuda de su padre y desembarca cerca de Dover. Al enterarse los ingleses organizan un ejército y van a su encuentro. En el revuelo de los preparativos de la batalla Gloster encuentra a su hijo que se finge loco y es cuando dice aquello de “es fatalidad de estos tiempos que los locos conduzcan a los ciegos”. Antes de que se produzca el combate el marido de una de las hijas es muerto en una pelea con un servidor con el contento de su viuda que piensa tener vía libre para unirse al bastardo de Gloster que es quien dirige el ejército inglés. La batalla la ganan los ingleses que capturan al rey Lear y a su hija buena a la que ahorcan. Los dos hijos de Gloster combaten en un justa con heraldos y al vencer el legal se desencadenan las defunciones. Las hijas se matan entre sí, Gloster muere casi satisfecho, el rey también fallece tras penosa agonía, quedando para contarlo Kent, el hijo de Gloster y el yerno bueno del rey Lear.



Comentario



La inmediatez de la representación teatral necesita evidencia y plasticidad para que el relato resulte creíble. En la estrechez del tiempo escénico no hay espacio para las medias tintas. La obligada rentabilidad que se les exige al gesto y a la palabra son el precursor del mensaje publicitario. Por eso los planteamientos maniqueos, y cuanto más maniqueos mejor, dan mucho de sí. Los caracteres radicales sirven a la perfección para delimitar el territorio: a un lado los buenos, al otro los malos. Recursos utilizados para mantener el interés son ocuparse de temas trascendentales y cargar las tintas. En casi ninguna de sus obras, por no decir en ninguna, Shakespeare le hace ascos a los grandes asuntos. En El rey Lear cuestiona la legitimidad intelectual del monarca, medita sobre la ambición, la sinceridad, la lealtad, la honradez, el honor masculino, el saber médico, la infidelidad, la insolvencia de los convencionalismos y algunas cosas.

            Parece ser que Shakespeare escogía obras que circulaban por los teatros de Londres y las engrandecía con talento prodigioso. Es lo que hizo Dios con el barro que amasó in situ y Homero con las leyendas que se cantaban en Grecia. Alma le pedía Miguel Ángel a su Moisés cuando lo invitaba a hablar y es que dar vida a una obra, sea original o no, es lo que consagra a los genios. Se sabe que en 1594 se estrenó la muy famosa crónica historia de Leyre, rey de Inglaterra, y sus tres hijas y que nueve años más tarde aparece impresa La Verdadera Crónica Historia del Rey Lear y sus tres hijas Gonorila, Regania y Cordelia (de la introducción de Luis Astrana Marín para la edición de las Obras Completas en Aguilar, 1951).

            No sé si Shakespeare quería pintar a Lear como bueno o como malo, pero a mi entender, queda muy por debajo de sus súbditos como persona (aunque no se trate realmente de personas sino de prototipos). Tanto Gloster como Kent sufren los golpes y dardos de la insultante fortuna, que diría el otro, con entereza, mientras el rey enloquece por problemas que él mismo causa. Empieza la obra con un cotilleo entre buenos que se extrañan de que el rey no mejore en el reparto de sus reinos al yerno bueno, el duque de Albania. Las cosas de estado no se improvisan y los consejeros deberían saber lo que el rey se traía entre manos. Subiendo a la nube una idea que luego dará bastante de sí, el conde de Gloster opina con ironía sobre el tema del linaje al reconocer que no hay diferencia afectiva entre su hijo bastardo, al que llama hijo de puta pero también del amor y del placer, y el legal.

            La credibilidad de la escena depende de la apariencia de realidad con la que suceden los hechos. Lo que se presente como verosímil debe ser sensato ya que si introduce dudas peligra el enredo. Antes de desbarrar hacia la incongruencia el rey Lear plantea el tema sucesorio con razonamientos que debería meditar la actual soberana inglesa:



Sabed que hemos dividido nuestro reino en tres partes y que es nuestra firme resolución desembarazar a nuestra vejez de todos cuidados y negocios, confiándolos a fuerzas más jóvenes, mientras nosotros, descargados, nos encaminamos paulatinamente hacia la muerte.



Pero a continuación aparece la primera trampa: lo que la escena da a entender al público es malinterpretado por el rey. Cordelia, la hija que tiene todas las trazas de ser la buena, es repudiada por el padre mientras las falsas son premiadas. Lo lógico sería que la sensibilidad paterna supiera quien finge y quien dice la verdad como parece conocer todo el mundo. A pesar de que la desheredada le promete no casarse para seguir siendo hija (el corazón no da para dos amores absolutos), la deformación profesional del padre quiere oír lisonjas antes que verdades. En la diplomacia palaciega lo que prima es la falsedad, la adulación y no la sinceridad: “Bien; ¡sigue así! Tu franqueza sea entonces tu dote”, le dice a Cordelia que acababa de protestar: “estoy segura de que mi amor es más rico que mi lengua”.

            Como se ha dicho antes, para que el perfil sicológico de los personajes quede bien dibujado y sea visible a primera vista requiere que sus líneas estén marcadas de manera radical: los malos deben ser bien malos y los buenos debe aparentar ser buenos. Los intérpretes materializan las ideas que al autor quiere transmitir, así que para darse a entender hay que intensificar los colores. Es la manera de que queden las cosas claras desde el principio. Shakespeare era un maestro en el arte de sintetizar pensamientos profundos y frases eficaces: “Majestad, dice Cordelia, si la razón de mi ofensa es la falta de ese arte fluido y untuoso de hablar sin razonar…” Lo que da categoría a la creación artística es la hondura de pensamiento. Hay arte decorativo y arte creativo.

            El rey Lear creía tener un poder que no tenía. Reparte el reino entre sus dos hijas, las malas, porque pensaba que la autoridad y el cariño paterno seguirían gobernando, pero se equivoca sin causa que lo justifique. Aquí el autor prioriza el mensaje relajando la forma. Al enfrentar sinceridad y adulación descuida el contexto haciendo poco creíble el argumento. Contrasta con la claridad con que presenta el otro conflicto fratricida entre los hijos de Gloster, el legítimo y el espurio, basado en el infundio. El conde que parece honrado, aunque no muy inteligente, hace caso a la intriga verosímil que monta el bastardo. Es el valor de la información oral no contrastada: cotilleo, habladurías, murmuración, toda la ronda de imprudencia verbal que daña sin datos.

            Cuanto Kent intenta mediar el rey se revuelve con dureza ante el fiel servidor que le confiesa lealtad:



Rey Lear, a quien siempre honré como a mi soberano, amé como a mi padre, serví como a mi amo e invoqué en mis plegarias como a mi gran patrón… ¿Piensas que el deber tendrá miedo de hablar, cuando el poder se doblega a la adulación? El honor debe rendirse a la sinceridad cuando la majestad se humilla a la locura.



A partir de aquí el argumento empieza a hacer agua. Ya no solo son los espectadores quienes advierten la irracionalidad del rey, es su fiel consejero Kent quien lo acusa de locura, de incongruencia y hasta el futuro yerno Francia se da cuenta de lo insostenible del planteamiento: “¡Es muy extraño que hasta hace poco fue objeto de vuestra predilección, el tema de vuestras alabanzas, el bálsamo de vuestra vejez, la mejor, la más querida haya cometido en un tris una acción tan monstruosa que la desate de tan numerosos pliegues de favor!” El gran escollo de la incoherencia de la introducción lo resuelve Shakespeare utilizando los mismos recursos que Cervantes emplea en el Quijote: que sean los propios personajes los que lo aclaren. La duda que se ha sembrado en el espectador sobre lo absurdo del castigo de Cordelia es asumida por los cómicos. Con ello el autor admite el abuso haciendo a todos cómplices del enredo, como cuando don Quijote resuelve el engaño de la falsa segunda parte de su historia diciéndole a don Jerónimo, en una venta de Aragón, que no piensa poner los pies en Zaragoza para sacar a la plaza del mundo la mentira de ese historiador moderno. Al final serán las dos herederas quienes achaquen a la locura la decisión del rey Lear que ni ellas entienden, con lo que queda justificado el traspié. Pero en escena el rey no enloquecerá hasta el acto tercero, por lo que su conducta hasta ahora podrá ser arbitraria o caprichosa pero no patológica. Hay que tener en cuenta que el espectador es de por sí crédulo y va por donde lo lleven.

Remendado de esta manera el guión inicial y aceptado que no hay marcha atrás, el drama avanza majestuoso hacia la tragedia. Una vez que todos han sido rebajados a la condición de perdedores, cuando están empapados en la “calamidad de estos tiempos donde los locos guían a los ciegos”, la lógica maniquea conduce hacia el triunfo de los buenos, dejándose por el camino a tirios y troyanos como prescribiría el guión matriz. Soy consciente de la osadía de tratar de enmendarle la plana a Shakespeare, pero teniendo en cuenta que el original no es suyo, vayan los reproches para el primitivo autor y mi admiración hacia el genio.

Cuando cursaba siquiatría en quinto de medicina me ilustraron sobre nuevos principios activos que prometían sustituir el electroshock por inducción al sueño. En el acto cuarto, escena IV el Doctor trata la locura del rey con una cura de sueño y lo razona con no menos solvencia que me lo explicaron cuatro siglos después: “Hay recursos para ello, señora. El gran reparador de la Naturaleza es el reposo, y reposo es lo que más le falta. Para provocarlo tenemos muchos simples activos, de tal virtud, que hasta los ojos del dolor tienen el don de cerrar”. Como era de esperar el tratamiento dio resultado y al igual que don Quijote después de un profundo sueño recobró el juicio, se despidió de todos y murió cuerdo; el rey Lear despertó sano con el tiempo justo para despedirse de los suyos y entregar el ánima.

Otra cuestión que no deja de tener actualidad es el diálogo entre Gonerila y su esposo el Duque de Albania cuando más tensa está la escena y del que copio el final de una serie de descalificaciones.



GONERILA.- ¡Oh ridículo imbécil!

ALBANIA.- ¿Trasto disfrazado y encubierto, por pudor, no cambies tus rasgos en los del monstruo! Si me fuera permitido dejar a estas manos obedecer a mi sangre, estarían lo bastante dispuestas para dislocar y desgarrar tu carne y tus huesos. A pesar de que eres un demonio, una forma de mujer te escuda.

GONERILA.- ¡Pardiez! ¡Vuestra hombría! ¡Miau!



Incluso en los momentos de máxima violencia dramática el varón educado perdona a la mujer injurias que no perdonaría a un hombre. Eso, que algunos interpretarán como menosprecio, reconoce que el respeto de género se basa en la desigualdad. Aunque sea Gonerila quien traspasa el límite de la prudencia Albania no puede responder alimentando el ciclo de la agresividad que le daría ventaja. Creo que a pesar del tiempo transcurrido y de la evolución que ha experimentado la sociedad y las relaciones de pareja, no hay otra respuesta que la que dio Albania a Gonerila, ni más elegante. Por cierto, Cervantes al que tampoco le asustaban los grandes temas, interpretó lo que hasta hace poco se llamaba crimen pasional invirtiendo el sesgo mayoritario al poner como víctima al hombre a manos de la celosa Claudia Jerónima que, para seguir con paralelismos, es cegada por un infundio.



Fragmentos de la obra de interés reflexivo



Acto Primero

Escena I



LEAR.- Sabed que hemos dividido nuestro reino entres partes y que es nuestra firme resolución desembarazar a nuestra vejez de todos cuidados y negocios, confiándolos a fuerzas más jóvenes, mientras nosotros, descargados, nos encaminamos paulatinamente hacia la muerte.

CORDELIA.- Estoy segura de que mi amor es más rico que mi lengua.

LEAR.- Bien; ¡sigue así! Tu franqueza sea entonces tu dote.

KENT.- Rey Lear, a quien siempre honré como a mi soberano, amé como a mi padre, serví como a mi amo e invoqué en mis plegarias como a mi gran patrón.

LEAR.- Tirante y curvado está el arco: evitad la saeta.

KENT.- ¿Piensas que el deber tendrá miedo de hablar, cuando el poder se doblega a la adulación? El honor debe rendirse a la sinceridad cuando la majestad se humilla a la locura. No están vacíos los corazones cuyo tímido son no hace recuperar ningún sentimiento hueco.

KENTE.- Está bien; mata al médico y otorga una recompensa a la repugnante enfermedad.

FRANCIA.- ¡Es muy extraño que hasta hace poco fue objeto de vuestra predilección, el tema de vuestras alabanzas, el bálsamo de vuestra vejez, la mejor, la más querida haya cometido en un tris una acción tan monstruosa que la desate de tan numerosos pliegues de favor! Ciertamente ha de ser de tal magnitud la ofensa, que raye en lo monstruoso, o, de lo contrario, el afecto que antes le profesabais adolecía de tacha. Y solamente por la fuerza de la fe creería eso de ella, pues la razón, sin que se obrase un milagro, nunca podría convencerme.

CORDELIA.- Suplico todavía a Vuestra Majestad, si la razón de mi ofensa es la falta de ese arte fluido y untuoso de hablar sin razonar (ya que lo que bien me propongo lo cumplo antes de decirlo).



Escena II



EDMUNDO.- Naturaleza, eres mi deidad; a tu ley consagro mis servicios. ¿Por qué me he de someter al azote de la costumbre y he de permitir a la puntillosa exigencia de las naciones que se me desherede, por venir al mundo unas doce o catorce lunas a la zaga de un hermano? ¿Por qué soy un bastardo? ¿Por qué razón un espurio, cuando las proporciones de mi cuerpo se hallan tan bien conformadas, mi alma tan generosa y mis maneras tan apuestas como pueden serlo las del retoño de una mujer honrada?

GLOSTER.- La calidad de nada no tiene tal necesidad de ocultarse.

GLOSTER.- Estos últimos eclipses de sol y de luna no nos presagian nada bueno; aunque el conocimiento de la Naturaleza pueda explicarnos así y asá, ella misma, no obstante, se encuentra azotada por los efectos consiguientes.

EDMUNDO.- ¡He aquí la excelente estupidez del mundo; que cuando nos hallamos a mal con la Fortuna (lo cual acontece con frecuencia por nuestra propia falta), hacemos culpables de nuestras desgracias al sol, a la luna, y a las estrellas; como si fuéramos villanos por necesidad, locos por compulsión celeste; pícaros, ladrones y traidores por el predominio de las esferas; beodos, embusteros y adúlteros por la obediencia forzosa al influjo planetario, y como si siempre que somos malvados fuese por empeño de la voluntad divina!



Escena III



GONERILA.- Si os mostráis negligente de hoy adelante en vuestros servicios, haréis bien.

GONERILA.- Quisiera que ello viniera a debate. Si le disgusta, que se vaya con mi hermana, cuyo pensamiento respecto de él sé que es idéntico al mío: no ser dominadas.

GONERILA.- Quisiera que de aquí naciesen ocasiones, y tales, que me permitieran hablar.

Escena IV

KENT.- Me ocupo de no ser menos de lo que parezco; en servir lealmente al que deposita en mi su confianza; en amar al que es honrado; en conversar con el que es cuerdo y habla poco; en temer a la crítica; en combatir cuando no hay otro remedio, y en no comer de pescado.

BUFÓN.- La verdad es un perro que hay que echar a la perrera.

LEAR.- ¡Pardiez! No, muchacho; de la nada no puede hacerse nada.

GONERILA.- Dejadme prevenir siempre los males que temo antes que estar siempre con el temor de que me sorprendan.

ALBANIA.- A veces echamos a perder lo bueno por esforzarnos en lo mejor.

BUFÓN.- ¡No debías haber envejecido hasta ser más sensato!



Acto Segundo

Escena II



CORNUALLA.- ¡Silencio, pícaro! ¡Tuno irracional! ¿No tenéis respeto a nadie?

KENT.- Sí, señor; pero la ira tiene su privilegio.



Escena IV

BUFÓN.- Te pondremos en la escuela de la hormiga, para que aprendas que no es en invierno cuando se trabaja.

REGANIA.- Os ruego, padre mío, que puesto que sois débil lo parezcáis.

LEAR.- Las criaturas perversas se nos ofrecen bajo un bello aspecto cuando vemos otras más perversas aún: no ser los peores implica cierto grado de alabanza.

LEAR.- No concedáis a la Naturaleza más de lo que ella exige, y la vida del hombre será de tan bajo valor como la de las bestias.



Acto Tercero

Escena I



CABALLERO.- Esfuérzase en el pequeño mundo de su ser humano



Escena II



KENT.- Soy un hombre contra el que pecaron más que él pecó.

LEAR.- ¡Arte extraño el de nuestras necesidades, que troca en preciosas las cosas más viles!



Escena IV



LEAR.- ¡Oh, cuan poco me había preocupado de ellos! Pompa, acepta esta medicina; exponte a sentir lo que sienten los desgraciados, para que pueda verter sobre ellos lo superfluo y mostrar a los cielos más justos.



Escena V



EDMUNDO.- ¡Suerte cruel la mía, que me hace arrepentirme de ser justo!

Escena VI

EDGARDO.- Cuando vemos que los que están por encima de nosotros soportan nuestros mismos males, apenas pensamos que nuestras miserias nos son enemigas.



Acto Cuarto

Escena I



EDGARDO.- Vale aún más ser así, y saberse despreciado, que sentirse siempre despreciado y con adulación.

GLOSTER.- Es calamidad de estos tiempos que los locos guíen a los ciegos.



Escena II



GONERILA.- Yo he de cambiar en casa la insignia de mi sexo y poner la rueca en manos de mi marido.

ALBANIA.- ¡La prudencia y la bondad parecen viles al vil! Los seres inmundos solo gustan de sí propios.

Si los cielos no envían pronto a sus ángeles en forma ostensible para reformar tan viles ofensas, es que la Humanidad va a hacer presa forzosamente en sí misma, como los monstruos del abismo.

GONERILA.- ¡Oh ridículo imbécil!

ALBANIA.- ¿Trasto disfrazado y encubierto, por pudor, no cambies tus rasgos en los del monstruo! Si me fuera permitido dejar a estas manos obedecer a mi sangre, estarían lo bastante dispuestas para dislocar y desgarrar tu carne y tus huesos. A pesar de que eres un demonio, una forma de mujer te escuda.

GONERILA.- ¡Pardiez! ¡Vuestra hombría! ¡Miau!



Escena III



CABALLERO.- Dijérase que se esfuerza en ser reina de su pesar, que, muy parecido a un rebelde, trataba de reinar sobre ella.

Escena IV

DOCTOR.- Hay recursos para ello, señora. El gran reparador de la Naturaleza es el reposo, y reposo es lo que más le falta. Para provocarlo tenemos muchos simples activos, de tal virtud, que hasta los ojos del dolor tienen el don de cerrar.

Escena VI

LEAR.- El arte está en esto, por encima de la Naturaleza.

LEAR.- ¿Morir por adulterio? No; eso lo hace hasta el pajarillo llamado reyezuelo, y la mosquita de doradas alas se entrega a la lujuria ante mi vista. ¡Que prospere la cópula!

LEAR.- Se puede ver como va el mundo sin tener ojos. Mira con las orejas. [Esto lo repite Valle-Inclán en alguna parte del Ruedo Ibérico que ahora no recuerdo].

LEAR.- Los vicios pequeños se ven a través de los andrajos; pero la púrpura y el armiño lo ocultan todo. Cubre con planchas de oro el crimen, y la terrible lanza de la justicia se romperá impotente ante él; ármalo con harapos, y, para pasarlo de parte a parte, bastará una paja en manos de un pigmeo.

EDGARDO.- Un hombre muy pobre a quien han hecho manso los reveses de la fortuna.



Escena VII



KENT.- Verse reconocido, señora, es estar pagado con usura



Acto Quinto

Escena I



ALBANIA.- Yo nunca pude mostrarme valeroso allá donde no me consideré honrado.

EDMUNDO.- Mi interés no está en hacer cábalas, sino en defenderme.



Escena III



CORDELIA.- No somos los primeros que con la mejor intención hemos dado en lo peor.

EDMUNDO.- Ya sabes que los hombres los hace la ocasión.

CAPITÁN.- No puedo tirar de un carro ni comer avena seca; pero si es cosa que pueda hacerla un hombre, la haré.

EDMUNDO.- Y en el ardor de un natural sentimiento, la guerra más justa resulta abominable por aquellos que sientes el dardo de sus golpes.

KENT.- ¡Dejadla marchar! Sería odiarla querer extenderla más tiempo sobre el potro de tortura de este mísero mundo.

EDGARDO.- Ha desaparecido, en verdad.

KENT. El asombro es que haya vivido tanto tiempo; no hacía sino usurpar su vida.

EDGARDO.- Preciso es que nos sometamos a la carga de estas amargas épocas; decir lo que sentimos, no lo que deberíamos decir.




Macbeth en el subconsciente



Sinopsis de la obra



Al alzarse el telón aparecen tres brujas que hacen sus aquelarres en una llanura desierta antes de desaparecer. A continuación se escucha un fragor lejano de batalla y se ve a Duncan, rey de Escocia, recibiendo mensajeros que le informan de la victoria sobre el rey de Noruega conseguida por su ejército capitaneado por Macbeth. De vuelta de la batalla Macbeth y Banquo se encuentran con las brujas que predicen que el primero será rey y el segundo tronco de reyes. Ambas cosas se cumplirán, pero desde que se verbaliza el pronóstico los diálogos destilan desconfianza. Macbeth cree merecer lo que anuncia la profecía y Banquo y Duncan lo notan. El rey comunica que ha decidido transferir la corona a su hijo Malcolm y promete títulos de nobleza a sus amigos. Se dirigen al castillo de Macbeth que anticipa por carta la llegada a su mujer sin ocultar la idea de asesinar a Duncan para hacerse con el trono. Lady Macbeth (LM) se entusiasma y presiente que su esposo flaqueará en sus propósitos, como así ocurre, por lo que adquiere el compromiso de fortalecerlo y preparar la escena del crimen.

            Asesinado el rey, Macbeth sale de la cámara más asustado que arrepentido exhibiendo el arma homicida y es LM quien tiene que rematar la faena poniendo el puñal en manos del cadáver de los chambelanes para responsabilizarlos del crimen. Van llegando los miembros de la corte que se estremecen por el suceso y los hijos de Duncan, Donalbain y Malcolm, entendiendo que están en peligro, huyen el uno a Irlanda y el otro a Inglaterra. Macbeth es proclamado rey de Escocia y parte hacia Scone para ser investido.

            Para romper la profecía que señala que Banquo será tronco de reyes, Macbeth encarga a dos asesinos acabar con Banquo y su hijo. En el momento de la emboscada aparece un tercero que crea una cierta confusión lo que permite escapar al hijo de Banquo. El fracaso ablanda la fortaleza de Macbeth que ve el espectro de Banquo durante la cena que ofrece a sus vasallos. LM lo disculpa en público pero le reprocha en privado sus extravíos con los que ahuyenta la alegría de la reunión. Macbeth decide consultar a las brujas quienes le aseguran que ningún hombre dado a luz por mujer puede dañarlo y que no será vencido hasta que el gran bosque de Birnan suba marchando para combatirle a la alta colina de Dunsinante.

            Con estas seguridades Macbeth continúa su reinado de terror pero el ejército coaligado al mando de Malcolm que da la orden de que cada soldado corte una rama y la lleve delante de sí para ocultar el número de combatientes cerca el castillo. En el palacio se suicida LM, le comunican que el bosque de Birnan avanza al tiempo que entran los invasores. Con la seguridad de que no será muerto más que por quien no haya nacido de mujer Macbeth se entrega a la lucha hasta que Macduff le dice: ¡Desconfía de hechizo! ¡Y deja al ángel del mal, de quien eres siervo que te diga que Macduff fue arrancado antes de tiempo del vientre de su madre!



Comentario



Si al inicio de la obra Shakespeare (SK) señala a las brujas es porque, tratándose de teatro, tratándose de ficción, quizás no sean lo que parecen. El reto es creer o no en ellas. Si aparecen y desaparecen es porque son inspiración más que presencia, pero si aciertan en sus predicciones es que poseen algún tipo de poder. A mi entender, y creo que también en el de Macbeth, las brujas presagian desgracias (son los malos pensamientos). Sus profecías causan inquietud en lugar de alegría que es lo que presumen traer. Los favores que prometen condicionan el libre albedrío reduciendo la capacidad de decidir. Como la credibilidad es cuestión de fe, el mensaje de las brujas deprime la razón. Desde esta premisa Macbeth no lucha contra su conciencia sino contra su destino. Su comportamiento es un montaje del destino. Tanto los halagos de los informadores como las predicciones de las brujas son propaganda. Para creer en uno mismo se necesitan referencias inmateriales, son los sueños que inducen las hermanas fatídicas. Para que los demás crean en ti se necesitan avales: los informes que le dan a Duncan. En política somos lo que dicen que somos y en la realidad somos lo que soñamos que somos.

El método científico arranca en incertidumbre y termina en profecía. El alcance del descubrimiento científico depende de la audacia de la pregunta y de la lucidez de la respuesta. Los científicos puede que sepan cómo funciona el estómago arquetipo, pero no saben lo que hace cada estómago en un momento dado. Los escritores que diseñan personajes aportan datos para la comprensión del funcionamiento platónico de la mente. Los que poseen sutileza de observación, como Shakespeare (SK), dan información valiosa, pero si además, la expresan con belleza alcanzan la excelencia. La tragedia de Macbeth analiza un hecho histórico desde un punto de vista sicológico. Se podría decir que abre el objetivo para hacerse preguntas que superan la simple descripción: ¿Por qué descarría Macbeth? ¿Cómo puede un hombre llegar a ser tan canalla? ¿Hasta donde alcanza la maldad humana? Y al igual que la ciencia, predice lo que ocurrirá. Es más, provoca al espectador para que deduzca lo que sería la convivencia si se eligiera el camino de la maldad.

            Si a Macbeth lo hacen los demás, LM se hace a sí misma: es la voluntad de ser que necesita un instrumento para realizarse, como era normal en la mujer del siglo XVI. SK define mujeres fuertes en Macbeth y en El rey Lear. LM utiliza a su marido para cristalizar y Gonerila se enfrenta a Albania para ser ella. Cuando llega Macbeth para concretar el proyecto que le ha contado a su mujer por carta, LM está excitada por el salvaje futuro y expresa uno de los hallazgos más logrados de SK: “¡Gran Glamis, digno Cawdor, más grande que ellos dos por el salvaje futuro! Tu carta me ha transportado más allá del oscuro presente, y estaba ahora, en este instante, haciéndome gozar del porvenir”. Este recrear lo que se va a hacer es una actividad intelectual que practica mucha gente, desde profesores que mentalizan la clase a cirujanos o deportistas que visualizan sus intervenciones. Lo que define el carácter de LM es que goce con un porvenir criminal. Macbeth también prepara mentalmente su actuación en el monólogo del segundo acto cuando habla con el puñal y se concentra en lo que tiene que hacer de manera profesional: “¡Tú me marcas la dirección que he de seguir y el arma misma que debo usar!...”. El contraste entre las dudas que acosan a Macbeth aconsejado por las brujas y el convencimiento de LM es evidente. En ambos casos el hombre es el instrumento que utilizan los espíritus femeninos para realizar sus planes. Lo aclara LM al exclamar “¡Mi hombre!...”, cuando vuelve Macbeth de realizar el regicidio. Aquí se puede ver quien diseña y quien ejecuta los designios de la Naturaleza.

            Con toda la riqueza del español no existen expresiones que maticen el posesivo ‘mi’. Lo mismo se dice ‘mi pluma’ que ‘mi hermana’, ‘mi madre’, ‘mi mujer’ o ‘mi perro’; sujetos con los que se mantienen diferentes tipos de relación. La idea que flota en el ambiente es que la personalidad de Macbeth ha sido moldeada por Lady Macbeth. La escena en la que lo empuja al crimen del rey muestra el dominio que ejerce sobre él. Por eso, cuando al verlo llegar con las manos ensangrentadas grita ¡Mi hombre! se puede pensar que LM se felicita a sí misma y no que muestre admiración al instrumento del que se ha valido para gozar del porvenir en el que estaba enganchada, máxime cuando tiene que ir ella en persona a completar la obra. ¿Quién tiene el poder, el que lo ostenta o quien lo inspira[U1] ?.

            La existencia humana se debate entre la realidad y los sueños. Lo que es y lo que se quisiera que fuera. En el Génesis ya se plantea ese dilema y como en el pecado original, SK muestra a la mujer mediadora entre las fuerzas del mal y el hombre. En este caso las brujas insinúan los pensamientos atrevidos que alientan la ambición. ¿Qué hubiera sido de la especie sin ese instinto transgresor, sin inquietud y curiosidad, ese deseo de saber más de lo que muestran las apariencias? El afán de conocimiento es un don que desciende de algún estrato superior: si es para el bien común se llama altruismo y si pretende el bien propio, egoísmo.

            La ambición legítima lleva al triunfo y la desleal a la tragedia. El ambicioso Macbeth acaba de ganar para el ambicioso rey Duncan una batalla y mientras el poderosos se ve obligado a premiar al héroe con resquemor presintiendo que no se va a contentar con eso y le va a exigir lo más valioso: “Ojalá fueran menos tus méritos a fin de que la balanza de la gratitud y el galardón se inclinaran a favor mío. Nada me resta por decirte, sino que tu deuda es mayor que todo cuanto puedo pagar.”. Y seréis como dioses le dice el demonio a los hombres en el paraíso. “¡Salve Macbeth que en futuro serás rey!”, concreta la Bruja, pero LM, como la sagrada escritura, eleva el tiro: “Cuando os atrevíais a ello, entonces erais un hombre; y más que hombre seríais si a más os atrevieses”. Tan claro está que es el destino quien guía a Macbeth que en el acto tercero cuando concierta la muerte de Banquo para torcer el sentido de la profecía que lo hace tronco de reyes, confiesa que antes que aceptar el fracaso de su proyecto: “¡Antes que eso, ven Destino, desciende al palenque y luchemos tú y yo hasta morir!”.

            El vaticinio de las brujas dice que Macbeth va a ser rey sin herederos y que Banqueo encabezará una dinastía. Haciendo caso a la profecía, como le ocurrió a Herodes, Macbeth intentará cortar la cadena dinástica: “y os encargo igualmente (sin dejar rastro de la obra) Fleance, su hijo que le acompaña, y cuya desaparición me es tan esencial como la de su padre, comparta la suerte de esta hora fatal”. El peligro no viene de las personas sino del tiempo que es el ejecutor del destino: “Si podéis penetrar en los gérmenes del tiempo y predecir qué semilla cuajará y cual no, habladme también a mí, que ni solicito vuestros favores ni temo vuestro odio”, pide Banquo a las brujas.

            La predicción de las brujas es un delirio que, extrañamente, comparten Banquo y Macbeth. Si los sueños son personales, el que haya testigos aunque da credibilidad a las brujas cara al espectador, introduce la duda sobre el plano en que se sitúa la acción. En los cuentos de niños se pueden utilizar recursos imaginarios, pero en los de adultos se debe dejar una puerta a la especulación. El espectador es inducido a creer en las brujas, máxime cuando se cumplen sus predicciones. En el Quijote queda claro que el caballero andante sufre alucinaciones, pero como las brujas no existen; el que tengan Banquo y Macbeth el mismo desvarío no puede deberse más que a una confabulación. “Mi obediencia está unida para siempre con vos por un lazo indisoluble” le recuerda Banquo al recién proclamado rey Macbeth al inicio del acto tercero y como confirmación de los pactado afirma:



De aferrárseos al alma esa creencia, bien podrían elevarse vuestros deseos hasta la corona, por encima del título de Thane y de Cawdor… Pero esto es extraño; y frecuentemente, para atraernos a nuestra perdición, los agentes de las tinieblas nos profetizan verdades y nos seducen con inocentes bagatelas para arrastrarnos pérfidamente a las consecuencias más terribles… Primo, una palabra, os ruego.



Pero si todavía hay dudas de que las brujas son una cortina que tapa el complot, aquí está la propuesta que lanza Macbeth a Banquo para zanjar el asunto: “Meditad en lo sucedido, y más tarde, habiendo reflexionado en el ínterin, hablaremos mutuamente a corazón abierto”, a las claras, sin intermediarios sobrenaturales. Lo que pasa es que los traidores no se fían entre sí porque saben que el mejor confidente es el que no habla. Cuando Macbeth interviene en el destino matando a Banqueo trastoca el futuro y el espectro de éste se presenta para reprochárselo. Al ser cosa de ellos los demás no lo ven: si estás en el plano de las brujas y te dejas llevar por su delirio te enfrentas a los poderes ocultos que vuelven para defender lo que les pertenece. Pero los poderes ocultos conducen a la locura porque el propósito de acabar con la línea sucesoria de Banquo ha fracasado. “¡He aquí mis fiebres que vuelven! De lo contrario, me hubiera quedado tranquilo, compacto como el mármol, firme como la roca, sin trabas, tan libre y amplio como el aire que envuelve al mundo”.

            Una vez que ha desaparecido el testigo del complot, Macbeth no tiene más remedio que enfrentarse a la realidad para lo que decide ir a visitar a las hermanas fatídicas. Hécabe descubre el artilugio:



De la punta del cuerno de la luna creciente pende una gota de vapor de misteriosa virtud. Yo la recogeré antes que caiga sobre la tierra, y, destilada por artificios mágicos, hará surgir artificiales espíritus que, por la fuerza de su ilusión, le precipitarán a su ruina.



Lo que le ocurre a Macbeth es producto de artificiales espíritus que operan desde sí mismo.

El sistema vegetativo es el piloto automático que utiliza el Sistema Nervioso Central para controlar las funciones orgánicas básicas. Bajo su mando actúan los órganos a los que la voluntad no tiene acceso: el latido cardíaco, el aparato digestivo, el riñón, la respiración. El subconsciente es el vegetativo del cerebro. En el subconsciente se puede influir indirectamente. Se sabe que se está ahí, pero se desconoce el terreno que se pisa. Cuando Macbeth se entrevista con las brujas, éstas trastean su subconsciente estimulando la vanidad.

Evitando la existencia de seres extrasensoriales, se puede imaginar el diálogo entre los vencedores, Macbet y Banquo, del rey de Noruega; sus quejas sobre la desproporción de lo que exponen en la batalla y lo poco que reciben, la decisión de hacer valer su fuerza, en fin, los vaticinios que atribuyen a las brujas: si hiciéramos esto seríamos lo que merecemos. A partir de ahí, trabaja el subconsciente.

            En la escena I del IV acto Macbeth decide dejarse de ensoñaciones y hacer lo que le pide el corazón dando vía libre a la pasión. Ha ido a consultar a las brujas que le muestran la descendencia de Banquo. Macbeth se debate entre el deber y la ambición, lo racional y lo pasional. Los impulsos le vienen sugeridos por seres imaginarios: las brujas que representan la ambición y el espectro que es el remordimiento. La conciencia, el ser que es Macbeth controla las dos pasiones hasta que en el acto IV se deja llevar por el impulso del corazón. La decisión de ser un malvado que se presenta como acto voluntario, es fruto de la debilidad. Resulta más fácil dejarse llevar por el impulso (este es un tema que hace dudar a SK: ser o no ser) en lugar de controlarse. El final catastrófico es el resultado de las decisiones que Macbeth toma desde el fatalismo. Las desgracias son la conclusión necesaria, porque lo irracional no conduce a buen puerto. A Macbeth le falla la intuición, a Shakespeare le guía el subconsciente.



Fragmentos de la obra de interés reflexivo



Acto Primero

Escena I



SARGENTO.- El implacable Macdonwald (digno de ser rebelde, pues para esto las multiplicadas villanías de la Naturaleza se amontonaron en él).

DUNCAN.- Tus palabras te ennoblecen tanto como tus heridas; una y otras son la ejecutiva del honor.



Escena III



BANQUO.- Si podéis penetrar en los gérmenes del tiempo y predecir qué semilla cuajará y cuál no, habladme también a mi, que ni solicito vuestros favores ni temo vuestro odio.

BANQUO.-De aferrárseos al alma esa creencia, bien podrían elevarse vuestros deseos hasta la corona, por encima del título de Thane y de Cawdor… Pero esto es extraño; y frecuentemente, para atraernos a nuestra perdición, los agentes de las tinieblas nos profetizan verdades y nos seducen con inocentes bagatelas para arrastrarnos pérfidamente a las consecuencias más terribles… Primo, una palabra, os ruego.

MACBETH.- Esta solicitación sobrenatural puede no ser mala, y puede no ser buena.

¡Los temores presentes son menos horribles que los que inspira la imaginación!

Nada existe para mi sino lo que no existe todavía.

BANQUO.- Los nuevos honores le sientan como vestido recién hechos; no tomarán su forma sino con ayuda del uso.

MACBETB.- ¡Suceda lo que quiera, el tiempo y la ocasión seguirán su marcha a través de los días más difíciles!

MACBETH a Banquo.- Meditad en lo sucedido, y más tarde, habiendo reflexionado en el ínterin, hablaremos mutuamente a corazón abierto.



Escena IV



MALCOLM.- Nada en su vida lo enalteció tanto como esa manera de haberla perdido.

DUNCAN.- ¡No existe arte que pueda descifrar el sentido del alma en la líneas del rostro!

Ojalá fueran menos tus méritos a fin de que la balanza de la gratitud y el galardón se inclinaran a favor mío. Nada me resta por decirte, sino que tu deuda es mayor que todo cuanto puedo pagar.

DUNCAN.- He comenzado a plantarte, y me esforzaré hasta que alcances tu pleno crecimiento.



Escena V



LADY MACBETH.- Pero desconfío de tu naturaleza. Está demasiado cargada de la leche de la ternura humana para elegir el camino más corto. Te agradaría ser grande, pues no careces de ambición; pero te falta el instinto del mal, que debe secundarla. Lo que apeteces ardientemente lo apeteces santamente. No quisieras hacer trampas: pero aceptarías una ganancia ilegítima. ¡Quisieras, gran Glamis, poseer lo que te grita: Haz esto para tenerme! y esto sientes más miedo de hacerlo que deseo de no poderlo hacer. ¿Ven aquí, que yo verteré mi coraje en tus oídos y barreré con el brío de mis palabras todos los obstáculos del círculo de oro con que parecen coronarte el Destino y las potestades ultraterrenas!

LADY MACBETH.-¡Gran Glamis, digno Cawdor, más grande que ellos dos por el salvaje futuro! Tu carta me ha transportado más allá del oscuro presente, y estaba ahora, en este instante, haciéndome gozar del porvenir.

LADY MACBET.- Para engañar al mundo parecer como el mundo.



Escena VII



MACBETH.- ¡Si con hacerlo quedara hecho!...

No tengo otra espuela para aguijonear los flancos de mi voluntad, a no ser mi honda ambición, que salta en demasía y me arroja del otro lado…

LADY MACBETH.- ¿Tienes miedo de ser el mismo en ánimo y en obras que en deseos?

MACBETH.- ¡Silencio, por favor! Me atrevo a lo que se atreve un hombre, quien se atreva a más, no lo sé.

LADY MACBETH.- Cuando os atrevíais a ello, entonces erais un hombre; y más que un hombre seríais si a más os atrevieses.



Acto Segundo

Escena I

BANQUO.- ¡Potestades misericordiosas refrenad en mi los malos pensamientos por que se deja arrastrar la Naturaleza durante el reposo!...

MACBETH.- ¡Tú me marcas la dirección que he de seguir y el arma misma que debo usar!...



Escena II



LADY MACBETH.- De tomar las cosas tan en consideración, acabaríamos locos.

MACBETH.- Y la voz siguió gritando de aposento en aposento: “!No dormirás más!... ¡Glamis ha asesinado al sueño y, por tanto, Cawdor no dormirá más! ¡Macbeth no dormirá más!...”

LADY MACBETH.- ¡No os dejéis perder tan miserablemente en vuestros pensamientos!...

MACBETH.- ¡Conocer mi acción! ¡Mejor quisiera no conocerme a mí mismo!



Escena III



MACBETH.- El trabajo en que hallamos placer cura la pena que causa.

MALCOLM.- ¡Nada de asociarnos con ellos! ¡Al hombre falso le es fácil afectar un dolor que no siente!

Escena IV

MACDUFF.- Y que nuestros vestidos nuevos sean más cómodos que los viejos…



Acto Tercero

Escena I



MACBET.- Sí, en el catálogo pasáis por hombres, igual que los galgos, podencos, lebreles, mastines, perdigueros, de agua y de presa, llevan el nombre de perros; un tanto alzado distingue, no obstante, al perro ágil, al perezoso, al sutil, al cazador, al guardador de la casa, cada uno según las cualidades que la bienhechora naturaleza les ha departido, y que les hace recibir un título particular en la lista donde todos son comúnmente inscritos. Así sucede con los hombres.

MACBETH.- Y aunque con mi autoridad pudiera a cara descubierta barrerle de mi vida, sin otra escusa que mi voluntad soberana, no me conviene hacerlo por consideración a ciertos amigos suyos, que también lo son míos, cuyo afecto no quiero perder y ante los que debo llorar la caída del que derribo. Por eso he recurrido a vuestra ayuda, para disimular el asunto ante la opinión pública por varias razones de peso.

MACBETH.- Y os encargo igualmente (sin dejar rastro de la obra) Fleance, su hijo que le acompaña, y cuya desaparición me es tan esencial como la de su padre, comparta la suerte de esta hora fatal.



Escena II



LADY MACBETH.- Nada se gana; al contrario, todo se pierde cuando nuestro deseo se realiza sin satisfacernos.

Debe darse al olvido lo que no tiene remedio. Lo hecho, hecho está.

MACBETH.- ¡Triste necesidad, que debamos por prudencia lavar nuestros honores en los torrentes de la adulación y hacer de nuestras caras máscaras de nuestros corazones, para ocultar lo que son!...

MACBETH.- ¡Las cosas que principian con el mal, solo se afianzan con el mal!



Escena IV



MACBETH.- ¡He aquí mis fiebres que vuelven! De lo contrario, me hubiera quedado tranquilo, compacto como el mármol, firme como la roca, sin trabas, tan libre y amplio como el aire que envuelve al mundo.

MACBETH.- ¡Me atrevo a cuanto se atreve un hombre!

¡Vano fantasma, fuera!... Bien, así… Se fue… Vuelvo a ser hombre.

LADY MACBETH.- Tenéis necesidad de lo que condimenta toda naturaleza humana: el sueño.



Escena V



HÉCATE.- De la punta del cuerno de la luna creciente pende una gota de vapor de misteriosa virtud. Yo la recogeré antes que caiga sobre la tierra, y, destilada por artificios mágicos, hará surgir artificiales espíritus que, por la fuerza de su ilusión, le precipitarán a su ruina.



Acto Cuarto

Escena I



APARICIÓN.- ¡Sé sanguinario, valiente y atrevido! ¡Búrlate del poder del hombre, pues ninguno dado a luz por mujer puede dañar a Macbeth!

APARICIÓN.- Macbeth no será nunca vencido hasta que el gran bosque de Birnam suba marchando para combatirle a la alta colina de Dunsinane.



Escena II



ROSS.- Cuando nos llega el vago rumor de que debemos temer y no sabemos lo que tememos.

LADY MACDUFF.- Pero recuerdo ahora que estoy en este mundo terreno donde hacer mal es frecuentemente laudable, y hacer bien es algunas veces locura peligrosa.



Escena III



MALCOLM.- Lloraré por lo que crea, creeré lo que sepa, y cuando la ocasión se muestre amiga, dirigiré lo que pueda ser dirigido.

MALCOLM.- Lo que sois no pueden cambiarlo mis pensamientos.

MALCOLM.- ¡Ahora le conozco!... ¡Dios misericordioso! ¡Aleja las causas que nos convierten en extranjeros!...

MALCOLM.- La desgracia que no habla, murmura en el fondo del corazón, que no puede más, hasta que la quiebra.

MALCOLM.- ¡No hay noche, por larga que sea, que no encuentre al fin el día!



Acto quinto

Escena I



MÉDICO.- ¡Vaya, vaya! Sabéis lo que no debíais saber.

DAMA.- Ella es quien ha hablado lo que no debía hablar.



Escena II



ANGUS.- Ve ahora que sus asesinatos secretos le atan las manos; que las revueltas que se suceden de minuto en minuto, le reprochan su mala fe, pues los que mandan no obedecen sino a la voz de mando, pero no a la del afecto; ve, en fin, que su dignidad real flota alrededor de él como el manto de un gigante que hubiera robado un enano.



Escena III



MACBETH.- ¡Cúrala!... ¿No puedes calmar su espíritu enfermo, arrancar de su memoria los arraigados pesares, borrar las angustias gravadas en el cerebro, y con un dulce antídoto olvidador arrojar de su seno oprimido las peligrosas materias que pesan sobre el corazón?

MÉDICO.- En tales casos, el paciente debe ser su mismo médico.



Escena IV



MALCOLM.- Que cada soldado corte una rama y la lleve delante de sí. Ocultaremos de este modo el número de nuestros combatientes e induciremos a error las informaciones de los exploradores enemigos.



Escena V



SEYTON.- Señor, la reina ha muerto.

MACBETH.- ¡Debería haber muerto un poco después! ¡Tiempo vendrá en que pueda yo oír palabras semejantes!... El mañana y el mañana y el mañana avanzan en pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; y todos nuestros ayeres han alumbrado a los locos el camino hacia el polvo de la muerte…¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha!... ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más…; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!

MACBETH.- Empiezo a sospechar el equívoco del demonio que miente bajo la máscara de la verdad.

MACDUFF.- ¡Desconfía del hechizo! ¡Y deja que el ángel del mal de quien es siervo, que te diga que Macduff fue arrancado antes de tiempo del vientre de su madre!






Macbeth acosado



En el acto V de Macbeth Shakespeare escenifica el final de un tirano acosado por los remordimientos, los hechos, la gente honrada y sobre todo, el ejecutor, un hombre singular, justiciero y del que había sido prevenido Macbeth por unas brujas que le adelantaron que no sería muerto por hombre que hubiera nacido de mujer, lo que en definitiva le acarrearía su perdición por un exceso de confianza.

El dramaturgo inglés dibuja admirablemente el perfil del hombre que se va quedando solo y resume su angustia con trazos maestros. El deterioro de quién lo ha tenido prácticamente todo es progresivo e implacable. Poco a poco ha ido perdiendo la confianza de sus súbditos a medida que se ha ido conociendo la realidad que mezquinamente había ocultado el aparato de la corte y de los validos. El acto V es la culminación del drama personal de Macbeth arrinconado finalmente en su soledad "pues los que manda no obedecen sino a la voz de mando, pero no a la de afecto" de la que no puede zafarse ya que "sus asesinatos secretos le atan las manos" y en definitiva "su dignidad flota alrededor de él como el manto de un gigante que hubiera robado un enano".

"¿Quién censurará, entonces, sus sentidos exasperados por retroceder y sobresaltarse, cuando todo lo que en él existe siente vergüenza de hallarse allí?". Pero Macbeth resiste a pesar del cerco y del acoso ya que se ve amparado por la inviolabilidad que le depara la profecía en la que se refugia consumiendo los últimos ánimos que le quedan: "hasta que el bosque de Birnam no se traslade a Dunsinane, no me contagiaré del miedo. Los espíritus que conocen las consecuencias de todo lo mortal se expresaron así “No temas Macbeth; ningún hombre dado a la luz por mujer tendrá poder sobre ti”. Por el alma que me guía y el corazón que me late, no sucumbiré jamás bajo la duda, ni me agitaré bajo el temor..." dice en un parlamento famoso muy recordado.

Pero las cosas improbables se hacen posible y el bosque de Birnam se acerca hasta las puertas del castillo de Dunsinane en forma de ejército camuflado en donde Macbeth se ha hecho fuerte y en donde empieza a flaquear aunque se vea imposibilitado a abandonar ya que "me han amarrado a un poste, no puedo huir; pero como el oso debo hacer frente a la embestida". Enfrente le cercan quienes están dispuestos a "derramar la última gota de su sangre para curar a la patria", aunque él no teme más que a ese hombre revestido de un poder especial, el único que puede deshacer su hechizo protector y ese no es otro que Macduff quién finalmente se le enfrenta y en lucha desigual le corta la cabeza que ofrece al nuevo rey. Ni que decir tiene que Macduff nació, seguramente mediante una primitiva cesárea, sin ser dado a luz y que era conocedor de su poder puesto que había sido amigo y confidente de Macbeth.

Lo tranquilizante de la historia de Macbeth es que no es cierta, la realidad fue muy diferente. Macbeth no fue un asesino traidor sino que utilizó la táctica usual en la edad media y en la casi tribal Escocia para acceder al poder. Aparte de los legítimos derechos al trono que podía abrigar por motivos de parentesco, tenía, además, las razones de una vieja enemistad entre la familia de su esposa, los Gruoch, y la del rey Duncan. Así que se levantó contra el soberano y lo venció en batalla. Es más, gobernó en Escocia durante diecisiete años de manera eficaz hasta que el hijo de Duncan lo volvió a vencer en otra batalla tan legal como la que le dio el poder a Macbeth. No hubo ni la denigrante traición del asesinato alevoso del rey cuando gozaba del privilegio de la hospitalidad, ni por supuesto, hombre no nacido de mujer que destruyera a Macbeth. Las intrigas de lady Macbeth por imposibles de comprobación histórica no deben ser tenidas en cuenta por muy verosímiles que parezcan.

Pero si lo tranquilizante es que no hubiera habido nunca tal canalla, lo preocupante es que la ficción tenga más credibilidad que la realidad a la que suplanta. De esto se han beneficiado siempre las religiones, salvadoras de almas, a las que les ha resultado mucho más rentable vender prodigios inquietantes que intentar solucionar realidades palpables y a los demagogos, salvadores de patrias, que se esconden en la verborrea y en la tergiversación para escabullirse también de la realidad. De todas formas en lo aleatorio es en donde únicamente está escrito el porvenir.

No sabemos más, dice Siward otro aspirante a rey que logró vencer a Macbeth en una batalla no decisiva, sino que el tirano, lleno de confianza, permanece todavía en Dunsinane y quiere esperar allí nuestro asedio. Y ahí introduce Shakespeare la lógica de la justicia formal para darle dramatismo al drama, diseccionando el comportamiento del culpable atrincherado en su palacio, donde cree no poder ser vencido con los métodos, digamos tradicionalmente legales; pensaba Macbeth que para engañar al mundo hay que parecer como el mundo. Pero ya que él mismo utilizó la traición, la simulación y el engaño, será puesto a prueba por alguien que, aunque no lo parezca, tiene el poder de acorralarlo y vencerlo, sin necesidad de esperar nada sobrenatural. En el drama lo matan por donde menos se esperaba, en la realidad lo vence el hijo de Duncan en una segunda y definitiva batalla después que Siward lo hubiera derrotado previamente. Shakespeare mezclando de manera distinta los mismos ingredientes que manejó la realidad ha compuesto una historia de perfiles muy agudos que hieren al que se roza descuidadamente con ellos. Algunos, tratando de escenificar una realidad contada, se hacen gozar del porvenir, como lady Macbeth, echando leña al fuego sin medir las consecuencias, ya que la intriga tiene eso, que alimenta de manera irresponsable el vacío del sueño, mientras que desvela el descanso cuando no se quiere dar la cara a la realidad, pero a la postre, aunque no puedan los actos, los miedos serán los que les acusen de traidores.



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