LOCOS POR CERVANTES
La búsqueda e
identificación, con suspense, de los restos de Miguel de Cervantes llevada a
cabo en Madrid en los últimos meses ha desatado una suerte de locura por
nuestro autor, a lo que ha ayudado también la celebración del IV centenario de
la publicación de la “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la
Mancha” (1615), la novela de un loco personaje que todos conocemos y con
seguridad amamos. Pero no voy a tratar de estos dos asuntos coyunturales que
llenan de noticias los medios de todo tipo y que generan actividades y
celebraciones de tan magna obra y de tan gran escritor del que, precisamente
hoy, se cumplen 399 años de su muerte, fecha señalada en que celebramos el Día
del Libro, al que me sumo con este recuerdo en forma de palabras. Sí voy a
tratar por el contrario de dos locos que nuestro escritor creara y del sentido
que pudiera tener esa locura de papel vivida por los entes de ficción que son Alonso
Quijano y Tomás Rodaja, protagonistas el primero de la novela antes nombrada y
el segundo de la novela ejemplar “El licenciado Vidriera”.
Las dos novelas mantienen, como se deduce, una relación inequívoca proveniente
de que estos dos personajes están atacados por la locura. En el primer caso,
como consecuencia de la voraz lectura de novelas de caballerías; en el segundo,
por habérsele dado un hechizo para ganar su voluntad amorosa. En ambos hay un
cambio de personalidad reconocida incluso con nuevos nombres. Así, Alonso
Quijano pasa a llamarse Don Quijote de la Mancha; y Tomás Rodaja será
reconocido como el licenciado Vidriera. Pero estos locos literariamente
egregios constituyen la ocasión de que, tanto por sus palabras como por sus
acciones, florezca lo que ellos piensan como verdad, sin que mantengan
actitudes hipócritas ni socialmente acomodaticias, manteniéndola por encima de
lo que piensa el común de las gentes o la corriente del vulgo.
Son, en consecuencia, y por su locura personajes de una ética sin fisuras
ya socialmente risibles o desdeñados, como es el caso de Don Quijote, o ya
protegidos y a su manera respetados, como lo es Tomás Rodaja. El primero se
cree caballero andante; el segundo, un hombre de vidrio en constante peligro de
quebrarse al mínimo golpe. De ahí que se segregue de su propio medio habitual,
llevando una existencia dificultosa, lo que apunta simbólicamente tanto a los
peligros que encierran los demás seres humanos como al cultivo y mantenimiento
de una muy clara conciencia de sí mismo, con un permanente uso del libre
albedrío, que no es otra cosa que la potestad de obrar por reflexión y
elección, lo que es uno de los grandes signos de la modernidad cervantina.
Al igual que ocurre con la aproximación a la conocidísima historia de don
Quijote, el lector se siente de inmediato atrapado por la historia del joven
licenciado que se cree de vidrio y que resulta transparente en su loca verdad y
buen entendimiento, que duerme en un pajar para protegerse, que camina por el
centro de las calles para evitar ser golpeado por la caída de una teja, etc., lo
que no deja de ser un símbolo de la libertad del pensar y de enfrentarse al
curso de la vida para plantear incluso cómo debería ser ésta, pudiendo
interpretarse no pocas de sus cuerdas
palabras a veces en clave satírica y de crítica social o en clave moralizadora,
las dos vías que sigue su autor, Miguel de Cervantes, en su propósito de
ejemplificación novelesca.
Pues bien, ejemplar es la lección del personaje ya desde el primer
párrafo en que aparece cuando hace juvenil gala de su deseo de estudiar como un
modo de alcanzar el saber; ejemplar resulta su continuada defensa de la
honradez y de la verdad; su defensa de las letras y de la poesía en particular,
no confundiendo a los poetas con el resultado de su creación y concibiendo la
poesía como aquella ciencia que encierra en sí todas las demás ciencias: “porque
de todas se sirve, de todas se adorna, y pule y saca a luz sus maravillosas
obras, con que llena el mundo de provecho, de deleite y de maravilla”, en lo
que coincide con Don Quijote –recordemos el famoso capítulo XVI de la segunda
parte de la novela. Y ejemplares son también las sucesivas ridiculizaciones que
el licenciado Vidriera efectúa de las
hipocresías y necedades de las gentes que pululaban por la España imperial, ya
desde entonces en imparable decadencia social, aunque no literaria. Y ejemplar
resulta también la proclamación de la libertad del pensamiento a que conduce
tan racional personaje y, muy especialmente, el ver a través de la
transparencia de sus palabras desmitificadoras.
Hasta aquí mis palabras que no dejan
de quedar impresionadas por el triste final de ambos egregios locos literarios,
pues los dos acaban muriendo de su cordura justo cuando se dan las condiciones
de iniciar —eso sí, literariamente— una suerte de vida humana en plenitud, con
lo que esto tiene de profundo juicio cervantino sobre la sociedad que le tocó
vivir.
Locos por voluntad creadora de Cervantes
estos entrañables personajes y locos nosotros por Cervantes, nuestro celebrado
escritor, del que se han buscado y parece que hallado sus tristes huesos cuando
lo tenemos vivo, más vivo que nunca, en sus textos. Busquémoslo en ellos.
ANTONIO CHICHARRO
Presidente de la Academia de Buenas Letras de Granada
Artículo publicado en IDEAL, Granada, 23 de abril de 2015