FIRMA INVITADA: ANTONIO CHECA


EL PESO DE LA INTELIGENCIA

Para Pedro  Ayala Galindo
                       

Tener criterios personales conlleva a veces el deteriorar los impersonales por puro criterio opuesto, pero al tener ese criterio personal que te domina, te hace ver lo que otros no miran, y éstos, se apartan de tu criterio porque entra en juego la percepción en el que pasa el yo cultural del individuo o los conceptos de los que parte en su educación concebida. Mas uno se da cuenta que los criterios –al querer hacerlos públicos desde la percepción individual--, son cortados por el poder económico y político-religioso, ante la potencia que el interés soterrado de algunos hombres y el distribuidor de ideas afines al poder de la avaricia, construyen con sus “técnicos”, y hacen maratones de conjugados conceptos, para idealizar el contenido de una “verdad” construida, no un criterio común.            
 
La singular presencia de contadores de historias que fueron asumidas (para el sueño profundo de los contagiados por la representación escénica de la floración permitida ante el criterio uniforme del hombre conservador), sostiene entre sus brazos, la idea susceptible del engaño o el concepto admitido. Parte del ideal conservador se esconde en la trastienda de la hipocresía  aceptada, si da la cara, es debido a que sabe perfectamente que obtiene beneficios o sujeta sus credos, y en ellos, el concepto de criterio a que se aferra como forma de vida, si no, musita lo construido dentro de su criterio personal y se esconde a la espera de poder aumentar su potencia. La potencia, en este caso no es el peso de la inteligencia derivando el camino a que el  “inteligente” comentado quiera llevarlo, es más bien un criterio asumido en beneficio de su conducta social. Ese peso sería conceptual y crítico cuando fuese común, pero atenido a la personal, es el fruto de un sin vivir por la materia de un consumo  idolatrado cuando en verdad el concepto se puede atribuir o se  atribuye a lo espiritual

Los criterios de la imaginación personal en este caso, son producto de una aspirada conciencia de lo absoluto para algunos individuos, y aunque le cueste sudor y lágrimas,  de la misma forma que la serpiente se traga a un animal mayor que ella, con esfuerzo, pero con esa pausa en la que se ve una necesidad para alimentarse, --una muerte para subsistir--, ésta inteligencia personal opuesta a la equiparación  social, no llega nunca a la pluralidad porque su mente enferma cura su hipertrofia con ansiedad ante las acumulaciones personales sin mirar a nadie. Al final, la Naturaleza corta toda la construcción de la idea, y ese individuo, depara muy tarde que la vida es espíritu construido al lado sensorial de una existencia impartida por los elementos comunes que nos miran desde distintas partes de la tierra, único objeto del que nos olvidamos, a conciencia de su poder ante todo, pero también, de su aportación hacia lo más importante de la vida: la ignorancia, a la que sustituimos por deformación en egoísmo. El egoísmo  lo unimos a la idolatría y, ante todo ello, construimos la simbiosis de la incongruencia humana. Su terquedad acéfala.

Es pues una forma de vender las ideas, el egocentrismo al que se aferra cada individuo en su individual percepción a la hora del beneficio pleno de su ceguera, conlleva la más absoluta frustración en la creencia de lo eterno, ya que la duda aparece insertada en cada suspiro de la vida, en cada acontecer creyéndonos eternos.  La ceguera de un todo con el cual morimos dentro de nuestra propia ignorancia es el resultado de una necesaria  presencia de  lo soñado por  derecho de un deseo de perpetuase en la  finitud de lo movible.

Pero la verdad absoluta es que cada pensante requiere de otro que piense menos para desarrollar el sistema construido, ya que, en cada momento, el poder, ese poder arbitrario, necesita del ser humano más disminuido para ejercer el derecho impuesto a su arbitraria egolatría, a su poder materialista y, de todo eso, la prole, el proletariado, vive y reivindica sus más elementales necesidades, pero se atiene a sus límites, a sus exigencias personales, ya que la sociedad ha construido una escala de clases  sociales, donde se crean los dioses de los rascacielos y los ángeles del asfalto. Todo es un conjunto, todo necesariamente necesita de la reciprocidad del individuo para hacer y deshacer la estructura social en la que estamos sometidos, otra cosa es lo que se ha dado en llamar la nobleza de clases; en eso, va la imbecilidad de quien con su inteligencia, multiplica su poder amparándose a veces en la  selección divina para tal uso, ahí decae su inteligencia y empieza el peso que conlleva el  tener una preparación privilegiada, ya que todo se contrae en un golpe de suerte o la suerte heredada, de todas formas, la pobreza  de lo económico, a veces, se contradice en la grandeza de quien se siente feliz con un atardecer luminoso o el canto del pájaro, las helicónides en este caso sirven para la evasión de la usura, para el deleite, pero sobre todo, para que las musas tengan un sitio donde incubar lo que la vida refleja en su hermosura.

Es pues la vida de la modernidad óptica, el cambio del  pasado en su desajuste social, con el concepto --señor caciquil-- de donde parten algunas conductas expresivas de nuestra convivencia. Se inventó la Democracia y con ella el imperio de los dioses unido a los césares omnipotentes al par que dioses. Se inventó el salario atribuido a un elemento físico cambiado por el esfuerzo y sudor del trabajo que, equivocadamente, abolía la esclavitud del hombre. No fue así, se cambió el concepto, la ley fue traspasando de un sitio a otro cambiando nombres comunes de aboliciones, pero fueron naciendo las estructuras a las que nos vemos sometidos hoy, la fuerza del poderoso, del Cesar, se cambió por la política dialogada, pero con trampas, de ahí que, el hombre luche ante el hombre y se sienta culpable de la herejía social que, inventada, hace una conciencia socializada, donde se lucha diariamente por la justicia de ser, no hacer del ser el huso promovido por la inteligencia de varios para la explotación de muchos. Las Helicónides se han juntado en el copioso solar de un pensamiento ideológico, éstas, se difuminan en las palabras que se deterioran con la construcción de las mismas, pero sobre todo, confiemos en quienes aparte de tener el peso de la inteligencia, dan algo más al sentido de la vida, mejor, de nuestra existencia en ella.

Hay motivos para pensar que la cultura heredada es el símbolo del deterioro espiritual mal concebido. El llamado espíritu es un producto léxico al que al usarlo, le damos varios sentidos morfológicos y de ellos, lo hacemos místico o creativo, pero la espiritualidad es la equivalencia de una medida mediática, de la que tomamos un receptivo encuentro con la inteligencia, o también con la creencia religiosa y anímica, ya que del  peso específico de la palabra sacamos el contenido social al que nos debemos, y de él, el volumen que en nuestra conciencia exportamos como símbolo de un término acumulativo de conceptos ultra-humanos, o sometidos a la ignorancia de algo inmaterial y dotado de razón. Nunca una contraposición puede llegar a términos tan desafortunados, ya que, la razón, o el pensamiento, están forzosamente ligados a la materia orgánica de nuestro cuerpo, del que depende el mundo sensorial de la conciencia humana y no a la espiritualidad de un concepto religioso.

Si divagamos por los lados opuestos de nuestras culturas, apreciaremos el formalismo del credo helicónides como refugio de musas, pero éstas, parten del pensamiento y no del espacio físico. Es pues la palabra con la que intentamos apreciar lo físico de lo anímico pero más implicado en las dos terminologías como unidad colectiva.

De ella, de esa colectividad en el pensamiento, induce a la creación de la óptica humana de la que partimos, o a la que queremos llegar, no de la ciencia óptica en la que fraguamos  nuestro concepto. La que fraguamos pertenece a la literatura común invertida para acceder a la conciencia humana, y de ésta, el caminar en lo creativo con una verdad que nunca es plena, ni aceptada totalmente.

Exponemos la vertiente literaria de un individuo en su estado solitario, y llegaremos a las musas con la influencia de de un solo concepto, el de la sociedad que mira, ve, y no se activa ante la creación propia del “sistema” construido, en él, veremos una imagen deteriorada de la que deducimos que la inteligencia, es lo creado por ella, pero sin ella, también se puede llegar al sueño de las helicónides y sentir como el hombre se adapta a sus necesidades.

¿Pero, qué son las necesidades’: ahí aparecen las conciencias modernas de los modernos sentimientos, pero se enturbian ante la herencia de los tiempos en los que el hombre fue creciendo y creciendo buscando una realidad inexistente.

Ni dormidos podemos dejar que  la mente deje de ser algo que nos induce a los sueños, por ello, la realidad dispone en su alacena, del contenido fundamental de la mente.

Hoy,  la mente que induce a la belleza ofrecida por la tierra y la generosidad, está borrada por la materia embadurnada de contenidos económicos, donde nos inducen unos ideales puramente conservadores que invierten la terminología de lo humano: lo humano es sentimiento en pro y el proyecto de la vivencia actual es la aceleración de el ansia acumulativa de poder. Falla una cosa: el tiempo, ese se acaba, en todos, se va lo físico, se muere todo, lo malo de la percepción es que, hay una palabra inventada que se llama herencia, con ella mucha gente, reinventa la avaricia donde se aprecia que todo es evolución y en este caso es degradante.

 ANTONIO CHECA LECHUGA
                                   Baeza 30 de Diciembre de 2012.