"Los romances fronterizos: Crónica poética de la Reconquista Granadina y antología del romancero fronterizo", por Bautista Martínez Iniesta

Autor: Bautista Martínez Iniesta  (CEP de Málaga)
Título Artículo: Los romances fronterizos: Crónica poética de la Reconquista Granadina y Antología del Romancero fronterizo
Fecha de envío: 05/06/2003

FUENTE: http://parnaseo.uv.es/lemir/Revista/Revista7/Romances.htm 


Resumen:
El artículo resalta el valor de los romances fronterizos como documentos poéticos de la historia e intrahistoria de dos comunidades enfrentadas (la cristiana y la musulmana) en el reino de Granada. Poetizan unos hechos históricos de los que se nutren con frecuencia las crónicas de la época, salpicados de escenas entrañables de la intimidad de los protagonistas. Poetas épicos anónimos cantan las tomas de ciudades significativas del reino (Antequera, Álora, Alhama...), que constituirán el preludio de la toma de Granada. Al mismo tiempo los romances fronterizos dan cuenta de otros hechos de armas que se producían en la frontera, como son las correrías y los duelos de paladines.

Abstract:
The article stresses the value of the border romances as poetic documents of the history and intrahistory of two confronted communities (the Christian and the Muslim) in the kingdom of Granada. They poeticise some historical facts frequently nourish that period chronicles, sprinkled with warm scenes of the protagonists intimacy. Anonymous Epic poets sing the conquest of outstanding towns of the kingdom (Antequera, Álora, Alhama...) that will be the prelude of the conquest of Granada. At the same time the border romances they also give information of another armed conflicts that took place on the border, such as the adventures and the duels between paladins.





LOS ROMANCES FRONTERIZOS:
CRÓNICA POÉTICA DE LA RECONQUISTA GRANADINA
y
ANTOLOGÍA DEL ROMANCERO FRONTERIZO

“Los romances son poemas épico-líricos breves que se cantan al son de un instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo en común”.[1] Se trata de composiciones poéticas consistentes en tiradas de versos de dieciséis sílabas monorrimos en asonante,[2] que narran “con un estilo propio una historia de interés general y que, por lo tanto, es retenida y repetida por una parte de aquellos que la oyen, difundiéndose así en el tiempo y en el espacio. Esta repetición no es estática, sino dinámica, ya que suele presentar cambios que dan lugar a una notable gama de variaciones en los diferentes textos de cada romance”,[3] que constituyen versiones del mismo. Parece tener su origen en los cantares de gesta medievales, según la teoría de Menéndez Pidal, popularizados hacia el siglo XIV a través de los juglares, quienes facilitaron la fragmentación de los temas en su divulgación por las ciudades y pueblos de España. Efectivamente, los juglares recitaban los pasajes de los cantares de gesta que más gustaban a su auditorio, deviniendo esos fragmentos en relatos breves, con autonomía narrativa, aunque desligados del cuerpo narrativo a que pertenecían, por lo que no es raro encontrar comienzos abruptos y finales truncos. Tal peculiaridad facilitó, sobre todo en los primeros tiempos, que la historia contada en el romance estuviera abierta a posibles soluciones, que cristalizaron generalmente en versiones distintas del mismo tema. Estos cantos épicos fueron conformando merced a su popularidad el llamado Romancero viejo o tradicional.
 “La producción de romances viejos se inicia en la segunda mitad del siglo XIII y tiene su periodo de mayor actividad desde la segunda mitad del siglo XIV, hasta los dos decenios primeros del XVI”.[4] Al mismo tiempo que se opera la fragmentación de los cantares de gesta, surgen los primeros romances con temática de la época, llamados por M. Pidal “noticieros”, siendo los más característicos los que cuentan hechos acaecidos en el reinado de Pedro I el Cruel. Más adelante, hacia la segunda mitad del siglo XV, empiezan a componerse romances sobre temas novelescos, carolingios, bretones o tomados de las baladas divulgadas por Europa, dando lugar al vasto corpus poético que constituye el Romancero español.
Entre los romances noticieros sobresalen los llamados “fronterizos”, calificados por Milá y Fontanals como “joya incomparable de la poesía en lengua castellana”.[5] Forman una crónica poética y popular del avance de la Reconquista desde el último tercio del siglo XIV y de la difícil convivencia de moros y cristianos en los territorios de frontera. Frente a los romances viejos o tradicionales que surgieron de los cantares de gesta, esta nueva muestra de cantos épicos emerge de manera esporádica, al socaire de las correrías, algaradas, rebatos y saqueos de villas, acontecidos en territorios fronterizos con el reino de Granada. En ellos se acumulan “instantáneas recogidas por el ojo sobresaltado del algarador, diálogos vibrantes que más que referidos parecen escuchados, rápidas pinturas que más parecen vistas que descritas”,[6] bien porque así lo concibió el poeta popular, bien porque el texto que conservamos es un fragmento superviviente de un romance más extenso. “Los romances fronterizos no mienten nunca. Ninguna fábula propiamente tal ha entrado en ellos, de tantas como recargan nuestros anales de reinos y ciudades. Lo que suele haber es confusión de personas, lugares y tiempos, fácil de desembrollar casi siempre, cuando se tiene a mano el hilo conductor de la cronología histórica”.[7]
 El contenido de estos poemas populares refleja la intrahistoria de las dos comunidades enfrentadas, “la historia personal de muchos fronteros con sus aciertos y sus errores, con sus triunfos y sus fracasos”,[8] poetizando unos hechos históricos, de los que se nutren con frecuencia las crónicas de la época. Lo mismo que los cantares de gesta, los romances fronterizos tienen un evidente carácter histórico: hechos intranscendentes o personajes de significado muy secundario adquieren especial relieve cuando al testimonio de la historia unimos los relatos poéticos. Unas veces dan noticia del cerco o la toma de una ciudad (Baeza, Antequera, Álora...), otras se hacen eco de las correrías por territorio enemigo (romances de Fernandarias, de los caballeros de Moclín, Sayavedra...), otras recrean retazos de importantes hechos de armas protagonizados por un héroe histórico o legendario (el Maestre de Calatrava, Albayaldos, Ponce de León...) y otras finalmente reflejan los duelos habidos entre moros y cristianos durante el asedio de Granada (Garcilaso de la Vega) o expresan la admiración que los castellanos sentían por la ciudad nazarí (Abenámar).
En algunos de los hechos de guerra contados estas crónicas poéticas populares conectan con problemas políticos que se vivían en la frontera, como es el caso de los romances que componen el ciclo de Pedro I. En otros casos se observa una estrecha relación del juglar con familias nobles comprometidas con la guerra de Granada, las cuales desean verse inmortalizadas en los versos épicos del romance. Así “los antañones apellidos castellanos viejos de los Lara, Gustioz y González, ceden el paso a los Fernández y Díaz, más humildes como simples jefes de escuderos, y los de Almanzor a los modestos Venegas, Reduán, Audalla, y así hasta un innominado rey de Granada cuyo beneficiario a la postre será el Rey Chiquito, de triste historia engrandecida por la leyenda.[9]
El auge de estos cantos épicos de frontera se iniciará a partir de la toma de Antequera por el infante don Fernando en 1410 y culminará con la conquista de Granada en 1492. Como es natural, muchos textos se han perdido, pero conservamos una variada muestra de ellos, que nos induce a pensar en el profundo arraigo que estos cantares tuvieron entre las gentes que poblaban la frontera, a veces tan difuminada, de moros y cristianos.


1. Cerco y toma de ciudades

1.1. Baeza
El Romance del cerco de Baeza, es el más antiguo de todos los fronterizos, recogido por Argote de Molina en su libro Nobleza de Andalucía (Sevilla, 1588), el cual está inspirado en el sitio de dicha ciudad andaluza y es el único conservado del siglo XIV. Pertenece al grupo de los que se difundieron sobre el rey don Pedro, escritos después de su muerte (1369) por los partidarios de don Enrique, que entonces gobernaban Baeza. Por razones de enemistad política don Pedro ayudó al rey granadino a poner cerco a la ciudad en 1368.
El romance cuenta el cerco que sufrió Baeza por las tropas del caudillo moro Audalla Mir, ayudado por las fuerzas del rey don Pedro, llamado despectivamente “el traidor de Pero Gil”,[10] como le decían sus enemigos, los partidarios de don Enrique:
Cercada tiene a Baeza - ese arráez Audalla Mir
con ochenta mil peones - caballeros cinco mil;
con él va ese traidor, - el traidor de Pero Gil.
(vv. 1-3)
Gracias a la heroica intervención de Ruy Fernández, caballero principal y caudillo de los escuderos, fracasa el asalto a los muros:
Ruy Fernández va delante, - aquese caudillo ardil,
arremete con Audalla, - comiénzale de herir,
cortado le ha la cabeza, - los demás dan a huir
(vv. 8-10)
El Romance del asalto de Baeza, más breve que el anterior y narrado desde la perspectiva mora, es una muestra palpable del fragmentismo de los romances fronterizos. Está constituido por una intervención del rey moro, instando a sus “moricos” a tomar Baeza, matar a los ancianos y someter a la juventud
Y los viejos y las viejas - los meted todos a espada
y los mozos y las mozas - los traed en cabalgada,
(vv. 3-4)
Ordena, además, que le lleven a la hija de Pero Díaz, el defensor de la ciudad, para ser “su enamorada”, encomendándole la acción al capitán Vanegas, personaje también histórico, apodado el tornadizo,[11] ya que él no levantaría sospechas:
Id vos, capitán Vanegas, - porque venga más honrada,
porque, enviándoos a vos, - no recelo en la tornada
que recibiréis afrenta - ni cosa desaguisada.
(vv.7-9)


1.2. Antequera
La toma de Antequera en 1410 tras varios meses de asedio tuvo especial resonancia entre los castellanos por ser “el más honroso triunfo que las armas cristianas lograron desde la batalla del Salado hasta la rendición de Granada”[12], no sólo por la importancia de la villa conquistada y su valor estratégico, sino también por la heroica resistencia de sus habitantes y los denodados esfuerzos militares y diplomáticos que los granadinos hicieron para levantar el cerco. Después de la conquista, Antequera queda en situación de villa fronteriza, cuyos pobladores debían vivir en un continuo alerta, aunque esta circunstancia no impedía los contactos de moros y cristianos más allá de las algaradas y saqueos.
Los poetas de fines del XV y del XVI reflejan en sus romances el recuerdo de aquellos momentos heroicos, ennobleciendo la figura del moro derrotado, que relata con tristeza y dolor la pérdida de su tierra. Curiosamente todos los romances, excepto el del caballero de Orbaneja, cuentan la historia de la conquista de Antequera desde la perspectiva del moro perdedor. El esquema, que se repite con algunas variantes, es el siguiente: 1) un moro sale hacia Granada para informar al rey del asedio o de la toma de Antequera, 2) dolor que experimenta el rey al recibir la noticia y 3) envío de tropas contra los cristianos. En el Romance muy antiguo y viejo del moro alcaide de Antequera el emisario llega clamando desde Archidona :
- Si supieras, el rey moro, - mi triste mensajería
mesarías tus cabellos - y la tu barba vellida
(vv. 15-16)
hasta Granada, donde encuentra al rey en la Alhambra:
-¿Qué nuevas me traes, el moro, - de Antequera esa mi villa?
- No te las diré, el buen rey, - si no me otorgas la vida.
- Dímelas, el moro viejo, - que otorgada te sería.
(vv. 24-26)
y le informa de la trágica situación de Antequera:
- Las nuevas que, rey, sabrás - no son nuevas de alegría:
que ese infante don Fernando - cercada tiene tu villa.
Muchos caballeros suyos - la combaten cada día:
   (vv. 27-30)
De día le dan combate, - de noche hacen la mina;
los moros que estaban dentro - cueros de vaca comían;
si no socorres, el rey, - tu villa se perdería.
(vv.32-34)
Por su parte el Romance del moro de Antequera no termina aquí, sino que continúa relatando la severa reacción del rey ante la noticia: el envío de un potente ejército contra los cristianos, que resulta vencido en la batalla de la Boca del Asna, tras la cual comienza el asalto:
Después de aquesta batalla - fue la villa combatida
con lombardas y pertrechos, y con una gran bastida
con que le ganan las torres - de donde era defendida
(vv.49-51)
y la conquista de Antequera:[13]
Después dieron el castillo - los moros en pleitesía,
que libres con sus haciendas - el infante los pornía
en la villa de Archidona,- lo cual todo se cumplía.
Y así se ganó Antequera -  a loor de santa María.
(vv.52-55)

En el Romance de la mañana de San Juan se nos informa de la repercusión que tuvo en Granada la noticia de la conquista de Antequera. En la mañana de San Juan, cuando los cortesanos granadinos celebraban por la vega la fiesta, un viejo moro llegó a Granada para comunicar al rey la pérdida de Antequera:
Dando voces viene un moro - y mesándose la barba.
Como antel Rey fue llegado, - dijérale esta palabra:
- “con tu licencia, señor, - te diré una nueva mala:
que ese infante don Fernando - tiene Antequera ganada.
Han muerto allí muchos moros, - yo soy quien mejor librara,
[cuatro] lanzadas trayo,- que el cuerpo todo me pasan”.
(vv. 25-30)
Como se sabe, Antequera fue ganada en septiembre (el 16 la villa y el 24 el castillo), por ello situar la noticia de la conquista en el día de San Juan constituye un anacronismo histórico, pero funciona como recurso literario. El sintagma “la mañana de San Juan” del primer verso, tan cargado de sugestiones festivas, marca el escenario donde el moro emisario revelará su mala nueva. Además esta introducción, en la que el poeta se recrea describiendo los cortejos amorosos y los ricos vestidos de caballeros y damas, como sucederá más tarde en los romances moriscos, sirve de contrapunto a la noticia del desastre anunciado por el mensajero. Menéndez Pidal llama la atención sobre el efecto artístico de hacer surgir la noticia después de la dilatada descripción “del festival bullicioso de la corte” y explica a continuación que “el poeta escoge el día de San Juan por ser fiesta muy señalada, que juntamente con los cristianos celebraban los moros, lo mismo en Oriente que en Andalucía”.[14] El rey reacciona con celeridad, después que “la color se le mudara”, mandando hacer una correría por tierras de Alcalá la Real, de la que vuelven victoriosos a Granada. Esta acción le reconforta, pero prosigue su dolor por la pérdida de Antequera:
Bien fue desto el Rey contento, - mas Antequera lloraba,
que lo que el Infante toma, - siempre bien lo conservaba,
que la gente de Castilla - defiende muy bien la plaza.
(vv. 55-57)
Pérdida, a la que no se resigna, por lo que prepara tropas para reconquistar la plaza y nombra capitán a Muley Guadalpujarra, quien se compromete bajo juramento a recobrar la villa o a morir en su empeño:
Éste hizo un juramento - y sobre el Alcorán jurara
de cobrar presto Antequera, - y aun Córdoba la llana,
aprender a don Fernando - o morir en la demanda.
(vv. 71-73)
El fuerte impacto y la amarga aflicción que supuso para los granadinos la toma de Antequera se manifiesta en algunos casos como arranque de un romance fronterizo, que evoluciona por la mitad a morisco. Así ocurre en el romance que Joan de Timoneda refundió en su Rosa de Amores, haciendo de él dos versiones, que continúan lo que Menéndez Pelayo consideraba el primitivo romance (los 24 primeros versos). En él el rey de Granada se lamenta de la pérdida de Antequera:
En Granada está el rey moro - que no osa salir della.
De las torres del Alhambra - mirando estaba la vega.
Miraba los sus moricos - cómo corrían la tierra.
El semblante tiene triste, - pensando está en Antequera.
De los sus ojos llorando - destas palabras dijera:
- ¡Antequera, villa mía, - oh, quien nunca te perdiera!
(vv. 1-6)
y desearía canjearla por Granada:
Si le pluguiese al buen rey - hacer conmigo una trueca,
que le diese yo a Granada - y me volviese Antequera.
(vv. 15-16)
El carácter épico se trunca estrepitosamente a partir del verso 19, adquiriendo un tono lírico cuando el poeta pone en boca del rey la causa por la que quiere canjear Granada por Antequera: no por el valor de la villa, sino porque en ella ha quedado su “morica”:[15]
No lo he yo por la villa, - que Granada mejor era,
sino por una morica - que estaba dentro della,
que en los días de mi vida - yo no vi cosa más bella.
(vv. 19-21)



1.3. Álora
La muerte del adelantado don Diego de Rivera, acaecida en el cerco de Álora en 1434, recogida en la Crónica de Juan II, sirve de tema para el romance que comienza Álora la bien cercada, calificado de “verdadero y antiguo” en un pliego suelto de la biblioteca de Praga. De él se hace eco Juan de Mena en el Laberinto de Fortuna (estrofa 190, dedicada al Adelantado):
  Aquel que tú vees con la saetada,
que nunca más faze mudança del gesto,
mas por virtud de morir tan honesto
dexa su sangre tan bien derramada
sobre la villa non poco cantada,
el adelantado Diego de Ribera
es, el que fizo la vuestra frontera
tender las sus faldas más contra Granada                 
El romance debió de componerse poco tiempo después del hecho histórico y probablemente fuera más extenso y pormenorizado; incluso podían haberse realizado varias versiones del mismo hecho como parece desprenderse del verso 5 de la estrofa del Laberinto. El romance, que por su distribución temática y dinamismo, constituye un buen ejemplo de romance fronterizo, comienza con un apóstrofe, mediante el cual el poeta (que participó o finge haber participado en los hechos que relata) en cuatro versos recrea para sus oyentes la situación de Álora con una economía de medios admirable: hace referencia a lo ocurrido (el cerco de la villa), al protagonista (el Adelantado) y a los medios empleados (peones y hombres de armas más la imprescindible artillería).
Continúa el relato el que podíamos llamar narrador cronista, el cual ofrece al auditorio una panorámica del bullir intranquilo y temeroso de los habitantes de la villa por medio de la forma verbal “viérades”, una de las fórmulas épicas empleadas para testimoniar la veracidad de lo narrado:
Viérades moros y moras - todos huir al castillo:
las moras llevaban la ropa, - los moros harina y trigo,
y las moras de quince años - llevaban el oro fino
y los moricos pequeños - llevaban la pasa e higo
(vv. 5-8)
El aedo retoma de nuevo la narración para contar lo que constituye el motivo central del romance: la muerte del Adelantado por una saeta enemiga, como resultado de una trampa tendida por un moro apostado entre almena y almena, que llama a voces al Adelantado:
-¡Treguas, treguas, adelantado, - por tuyo se da el castillo!-
(v. 13)
y de la imprudencia del castellano, el cual
Alza la visera arriba - por ver el que tal le dijo;
asestárale a la frente, - salido le ha al colodrillo.
(vv. 14-15)
A pesar de los esfuerzos realizados por sus criados Pablo y Jacobillo, que le prestaron los primeros auxilios antes de llevarlo al médico, el Adelantado muere:
A las primeras palabras - el testamento les dijo.
(v. 19)

1.4. Alhama
La serie de romances dedicados a la conquista de Granada se inicia con el Romance de la pérdida de Alhama, de marcado tono elegíaco. Muy divulgado en su tiempo, conservamos de él varias versiones, y Ginés Pérez de Hita presentó dos distintas en su libro Guerras civiles de Granada (1595): una, la más poética, que cuenta con el estribillo cada dos versos “¡Ay de mi Alhama!” y otra sin estribillo. Creía Pérez de Hita que este romance había sido escrito originalmente en arábigo y traducido posteriormente al castellano. Así lo entendieron los eruditos Milá y Fontanals y Menéndez Pelayo, pero más tarde Menéndez Pidal[16] demostró que fue escrito en castellano, pero desde una óptica mora, como ocurrió con otros muchos: “Desde antiguo revelan los romances influjo, a veces muy fuerte, de ideas y sentimientos moros, simpatía al pueblo enemigo, pero no traducción de originales árabes”.[17]
El romance refleja la conmoción que produjo en el rey de Granada la pérdida de una plaza tan importante y tan cercana a la capital nazarí. En 1482 las tropas de los Reyes Católicos, capitaneadas por Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, tomaron la villa de Alhama, lo que constituyó sin duda un duro golpe para la monarquía granadina. El rey granadino Muley Abul Hasan (1466-1485), trató sin éxito de recuperar la plaza, pues eran conscientes de que a partir de esa conquista los castellanos tenían allanado el camino para el asalto a la capital del reino.
El texto poético, que cada dos versos hace caer como lúgubre son de campana el estribillo “Ay de mi Alhama”, se abre con la airada reacción del rey granadino al conocer la pérdida de Alhama cuando paseaba tranquilamente:
Cartas le fueron venidas - que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego, - y al mensajero matara.
(vv. 3-4)
Sin pérdida de tiempo (“descabalga de una mula y en un caballo cabalga”) se dirige a la Alhambra para convocar urgentemente a sus vasallos al toque de trompeta y al son de tambores de guerra:
Los moros, que el son oyeron - que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos - juntado se ha gran batalla
(vv. 11-12)

Después que el soberano les informa de la caída de Alhama, un venerable alfaquí, “de barba crecida y cana”, lo anatematiza, culpándole de la derrota por haber tomado partido por los cegríes, “tornadizos de Córdoba”, contra los abencerrajes, “que eran la flor de Granada”, durante la guerra civil que enfrentó a ambos bandos. La dura imprecación del alfaquí culmina en una acerada maldición:
Por eso mereces, rey, - una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino, - y aquí se pierda Granada.
(vv. 21-22)
En la versión sin estribillo, mucho más prosaica, finaliza el romance con una apología de los vencedores, don Rodrigo de León y Martín Galindo, “que primero echó el escala”, y con la frustración del rey, que regresa a Granada triste y abatido, después de haber intentado sin éxito recobrar Alhama:
De que el rey no pudo más, - triste se volvió a Granada.
(v.26)
Completan la materia de Alhama dos breves romances fragmentarios, desgajados sin duda de otro más extenso, con asonantes uno en ía (“Moro alcaide, Moro alcaide,- el de la barba vellida”) y el otro en áa (“Moro alcaide, moro alcaide,- el de la vellida barba”). En estos romances-escena se trata la pérdida de Alhama mostrando la intrahistoria de la contienda, el lado personal y humano de uno de los protagonistas de la guerra, el alcaide de la villa. El rey manda prender al alcaide para exigirle responsabilidades por haber estado ausente el día que Alhama fue tomada por los castellanos. En su descargo el alcaide responde que tuvo que irse a Ronda a la boda de una prima, pero que dejó bien guardada la villa:
Yo dejé cobro en Alhama,  - el mejor que yo podía.
(v.6)

Por último profundamente enfadado, le espeta al mensajero que su dolor no es más pequeño que el del rey, pues
 Si el rey perdió su ciudad  - yo perdí cuanto tenía:
perdí mi mujer y hijos, - la cosa que más quería.
(vv. 7-8)


1.5. Baza
Importa por su frescura y vigor el Romance del cerco de Baza, conservado en el Cancionero Musical de los siglos XV y XVI de Barbieri. “Debió de ser compuesto entre septiembre y octubre de 1489, cuando el Rey ordenó hacer, en vez de tiendas de campaña, casas de tapia y teja para resistir la invernada durante el cerco, y ese romance se cantaría en las grandes fiestas y músicas con que la Reina fue recibida en el campamento el 5 de noviembre”.[18] Con ese tipo de campamento los Reyes Católicos querían dar a entender a los moros que no se moverían de allí hasta que Baza cayera en sus manos. Esta firme actitud colaboró a la rendición de la ciudad, que se entregó a los castellanos el 4 de diciembre de 1489.
El texto que conservamos es un fragmento desprendido del original más extenso y es un ejemplo más de romance-escena. Consta de dos partes, la primera narrativa (vv. 1-5) y la segunda dialogada (vv. 6-13).
La parte narrativa nos presenta desde el punto de vista cristiano al rey don Fernando mirando la ciudad cercada:
Sobre Baza estaba el rey, - lunes después de yantar
(v. 1)
En los cuatro versos siguientes el narrador enumera lo que tiene ante su vista, desde lo más próximo a lo más lejano (“las ricas tiendas del real”, “las huertas grandes”, “el arrabal”, “el adarve fuerte” y “las torres espesas”), valiéndose del recurso de la anáfora (“miraba”), tan extendido en el romancero viejo.
En la parte dialogada un moro intenta disuadir al rey castellano de que levante el cerco:
                        que los fríos de esta tierra - no los podrás comportar.
(v.8)
Por si el frío no hace cambiar de opinión a don Fernando, el moro le manifiesta su capacidad de aguantar:
Pan tenemos por diez años, - mil vacas para salar;
(v. 9)                
y su firme disposición a la defensa
veinte mil moros hay dentro,- todos de armas tomar;
ochocientos de a caballo -  para el escaramuzar;
siete caudillos tenemos - tan buenos como Roldán,
y juramento tienen hecho - antes morir que se dar.
(vv.10-13)

2. Correrías de frontera
            Los saqueos, golpes de mano y demás ataques por sorpresa llevados a cabo en territorio fronterizo, tanto por cristianos como por moros, eran una práctica habitual en los años de la guerra fronteriza, motivados por afán de riqueza, deseos de venganza o de atemorizar a la población vecina a fin de tenerlos pacificados. Todos estos ataques sorpresivos, protagonizados por fronteros arrojados y ambiciosos (muchas veces imprudentes y temerarios) finalizan con éxito o con fracaso y originan con frecuencia romances, en los que se cuenta aquel suceso protagonizado por un alcaide o por un jefe de frontera. Su carácter noticiero a veces sirve a las crónicas de fuente de información, aunque también hay muchos casos en los que el romance pone en verso rimado el texto de la crónica o el poeta echa mano de ella para componer algún pasaje oscuro de la historia.

2.1. Fernandarias
Uno de los primeros romances que relata una historia de correrías es el Romance de Fernandarias, el cual, según Menéndez Pelayo[19] es una paráfrasis de la Crónica de Juan II, pero Milá y Fontanals y posteriormente Menéndez Pidal[20] han demostrado lo contrario, es decir, que la crónica acude al romance como fuente de información. El texto cuenta la venganza de Fernán Arias Saavedra, alcaide de Cañete la Real, por la muerte de su hijo Fernando a manos de los moros, acaecida en una correría por Setenil, realizada de forma irreflexiva y temeraria cuando sustituía a su padre al mando de la plaza. Comienza con un apóstrofe, en el que se resume lo sucedido, es decir, la muerte del imprudente hijo en una incursión contra los moros:         
Buen alcaide de Cañete, - mal consejo habéis tomado:
en correr a Setenil - hacho se había voluntario.
¡Harto hace el caballero - que guarda lo encomendado!
Pensasteis correr seguro - y celada os han armado.
(vv. 1-4)
y la venganza del padre:
Fernadarias Sayavedra,- vuestro padre os ha vengado,
(v.5)
el cual se lamenta ante sus compañeros de armas la inmadurez y temeridad de su hijo, cuando van camino de Ronda con ánimo vengativo:
Nunca quiso mi consejo,- siempre fue mozo liviano
que por alancear un moro - perdiera cualquier estado.
(vv. 9-10)
En la última parte, narrada en tercera persona, se cuenta la venganza sobre los moros de Ronda, cuyo éxito se vio empañado por la muerte de Juan Delgadillo y otros compañeros. Pero el dolor por la muerte de su hijo era tan grande que
... el buen viejo Fernandarias - no se tuvo por vengado.
(v. 22)





2.2. Caballeros de Moclín
El Romance de los caballeros de Moclín relata una algarada de los moros de Moclín contra las villas de Huelma y Alcalá, al Sur de Jaén, ocurrida en 1424. En ella encuentra la muerte Pedro Hernández, hijo del alcaide de Alcalá la Real.
El romance se abre con una reunión de “caballeros de Moclín” y “peones de Colomera”, en la que deciden correr los campos de Alcalá, saqueando primero los molinos de Huelma:
Allá la van a hacer - a esos molinos de Huelma:
derrocaban los molinos, - derramaban la cibera,
prendían los molineros - cuantos hay en la ribera.
(vv. 4-6)
Pero un viejo, “que era más discreto en la guerra”, les recrimina el exiguo resultado de su cabalgada:
-Para tanto caballero - chica cabalgada es ésta.
(v. 8)
y les propone soltar a un prisionero herido (“que en llegando luego muera”) para que comunique a los de Alcalá el escarmiento dado a los habitantes de Huelma. Recibida la información:
Caballeros de Alcalá, - no os alabaréis de aquesta,
que por una que hicisteis - y tan caro como cuesta,
que los moros de Moclín - corrido vos han la presa.
(vv. 16-19)
don Pedro, sin atender los consejos de Sayavedra, su padre, cabalga impetuoso a enfrentarse con el enemigo, adivinándose en el final abrupto del romance el desenlace fatal del joven imprudente:
-No vayades allá, hijo,- si mi maldición os venga;
que si hoy fuera la suya - mañana será la vuestra.
(vv. 23-24)


2.3. Sayavedra (“Río Verde, Río Verde”)
Del Romance de Sayavedra (“Río Verde, Río Verde”) conservamos tres versiones, que corresponden: una al Cancionero de Romances, s.a., que se sustenta en los hechos históricos, y otras dos a las Guerras civiles de Granada (1595) de Ginés Pérez de Hita, que mezclan dos sucesos distintos acontecidos en Sierra Bermeja, uno protagonizado por Sayavedra en 1448 y el otro por Alonso de Aguilar en 1501.[21]
La historia en la que se basa el romance se remonta al 10 de marzo de 1448, cuando las unidades del ejercito cristiano, en una correría de castigo por la costa malagueña, sufrieron una aparatosa derrota cerca de Sierra Bermeja y Río Verde, en las proximidades de Marbella. Al mando de los cristianos iban Juan de Saavedra, alcaide de Jimena de la Frontera, y Pedro de Ordiales o Urdiales, ilustre caballero sevillano. Urdiales murió y Saavedra cayó prisionero de los moros, siendo rescatado dos años después mediante la intervención de Juan II.
Este acontecimiento fronterizo produjo gran consternación entre los cristianos andaluces, como reflejan las crónicas de la época y demás textos literarios. El romance que nos ocupa recrea la derrota de la cabalgada cristiana acaecida en Río Verde desde una perspectiva literaria popular, alejándose novelescamente del suceso, pero sin faltar al principio aristotélico de la verosimilitud y a la lógica interna textual. Por eso no llama la atención que Sayavedra muera por defender su fe en un acto de heroísmo de cristiano militante, tan en boga en la literatura con temática de la Reconquista.
Comienza ex abrupto, como tantos otros, con un apóstrofe que personifica al Río Verde y la Sierra Bermeja y sirve para comunicar al auditorio la noticia del desastre militar sufrido en esos parajes. En él “murió gran caballería” y “mataron a Ordiales”, amigo de Sayavedra, “que huyendo iba” escondiéndose entre los arbustos y matorrales del bosque, hasta que al tercer día, vencido por la sed y el hambre,
Por buscar algún remedio -a l camino se salía.
Visto lo habían los moros - que andan por la serranía;
los moros desque lo vieron - luego para él venían.
(vv. 7-9)
Sayavedra cayó prisionero y fue presentado luego ante el rey. Después de ser identificado como
                        el que mataba tus moros - y tu gente destruía,
el que hacía cabalgada - y se encerraba en su manida.
(vv. 16-17)
se entabló un diálogo entre el rey y el prisionero. El rey moro quería saber qué haría Sayavedra con él si fuera su prisionero y el cristiano le contestaba:
Si cristiano te tornases - grande honra te haría,
si así no lo hicieses - muy bien te castigaría,
la cabeza de los hombros - luego te la cortaría.
(vv. 23-25)
El rey le mandó callar y le propuso lo mismo si abjuraba de su fe cristiana. La propuesta causó hondo dolor al héroe cristiano, quien prefería morir antes que renegar. Finalmente y como castigo a su obstinación los caballeros lo mataron, cumpliendo la orden del rey, si bien Sayavedra se defendió como un valiente:
Echó mano a su espada, - de todos se defendía;
mas como era uno solo - allí hizo fin a su vida.
(vv. 35-36)

3.- Un respiro en la frontera: Abenámar
En medio de la referencia constante a hechos de armas y sus consecuencias, reiterada en los romances del ciclo fronterizo, emerge como un recoleto oasis Abenámar, “tan ajeno por su espíritu y por su forma a la inspiración general de los cantos de frontera”,[22] en el que se cambia el fragor de la batalla por el diálogo sobre los monumentos granadinos. Sin duda éste es el romance fronterizo más bello, “es, además de una obra de arte inmortal, un documento histórico imperecedero, o, mejor dicho, un documento histórico que aparece en forma artística. El romance es historia que llega a ser arte, estremecimiento histórico hecho beldad”.[23] Muchas páginas se han escrito sobre este hermoso poema, debido fundamentalmente a su originalidad y a sus valores estéticos, también la identificación histórica del moro Abenámar ha llevado a estudiosos del romancero a bucear en la historia de la Reconquista granadina.
El texto refiere ante todo un vivo diálogo entre el rey Juan II de Castilla y el moro Abenámar, en el que el rey pregunta al moro acerca de los monumentos que divisa a lo lejos en Granada y éste le responde identificándolos con sus nombres y características. Se admite generalmente que esta escena revive el encuentro histórico de don Juan con un moro granadino, lo que resulta más discutible es la identificación de Abenámar. Menéndez Pidal[24] estima que se trata de Abenalmao (Yusuf Ibn Alahmar), noble granadino amigo de los castellanos, cuyo encuentro pudo celebrarse en junio de 1431, cuando el rey castellano estuvo acampado cerca de Granada. Por su parte Torres Fontes[25] cree que Abenámar era un capitán que traicionó a Yusuf Ibn Alahmar pasándose a los cristianos, a cuyo servicio estuvo desde 1431 a 1436. Sin embargo P. Benichou se aparta de la historicidad de los personajes, sosteniendo que resulta difícil identificar al “moro de la morería”( “puede ser Abenalmao; puede ser Abenámar el capitán; y también, para decirlo todo, igual puede ser un interlocutor inventado, frente al rey de Castilla, en el proceso de elaboración del poema”[26]). Por su parte el rey don Juan “que descubre y desea a Granada” está tan poco individualizado, que podría pasar por Enrique IV o Fernando el Católico, y Abenámar, que “ni siquiera se nos presenta como príncipe o caballero granadino”, desempeña la función de “interlocutor inventado”, siendo “su única función en el poema revelar, como moro, la excelencia sin par de la ciudad, y exaltar el deseo del rey”.[27]
Conservamos del romance tres versiones: la primera, corresponde al Cancionero de Romances, s.a. de Amberes; recogida también en la Silva I de Zaragoza (1550) y en la Rosa Española de Timoneda (1573). Hay una segunda más larga, que incorpora una introducción situacional y añade al final unos versos que hablan de un supuesto ataque a Granada, y una tercera, incluida en las Guerras civiles de Granada (1595) de G. Pérez de Hita, que es la más estudiada, es además la más corta y sin lugar a dudas la que llega a más altas cotas de belleza literaria. Ésta es la que sigo en el presente trabajo.
En su estructura compositiva el romance “responde a una de las tres fases contempladas por la teoría tradicionalista en las gestas: el nacimiento como poesía noticiera, la reelaboración en variantes y la adición de temas secundarios, motivos descriptivos o novelización”.[28] Empieza en abrupto, como nos tiene acostumbrados el romancero viejo, con apóstrofe reiterado (“Abenámar, Abenámar”) en medio de un diálogo entre Abenámar y otro personaje desconocido, del que luego sabremos que es el rey don Juan. “Vaga y misteriosamente comienza el diálogo con los augurios del nacimiento de Abenámar y la declaración de su genealogía”[29]:
-¡Abenámar, Abenámar, - moro de la morería,   
el día que tú naciste - grandes señales había!
Estaba la mar en calma, - la luna estaba crecida;
(vv. 1-3)
A continuación el interlocutor de Abenámar quiere asegurarse de que le va a responder con verdad a lo que ansía preguntarle, apelando a las señales extraordinarias que concurrieron en su nacimiento. Por su parte el moro se muestra dispuesto a ello y para ganarse la credibilidad del cristiano, ya que los castellanos desconfiaban siempre de los moros, afirma ser hijo de moro y de cristiana, la cual le enseñó de niño a no mentir. Confiando el rey en Abenámar, le pregunta:
¿qué castillos son aquellos? - ¡Altos son y relucían!
(v. 12)
En los versos que siguen Abenámar se recrea en la contestación, ponderando los detalles de cada monumento granadino (la Alhambra, los Alijares, el Generalife y las Torres Bermejas), suministrando incluso información erudita sobre los artistas:
El moro que los labraba - cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra - otras tantas se perdía.
(vv. 15-16)
El rey, fascinado por la pormenorizada descripción que el moro Abenámar ha hecho de las maravillas de Granada, en un rapto de amor apasionado, la pide en matrimonio, emulando fórmulas alegóricas de la poesía árabe:
-Si tú quisieses, Granada, - contigo me casaría;
darte he yo en arras y dote - a Córdoba y a Sevilla.-
(vv. 20-21)

La respuesta negativa de la bella ciudad personificada sorprende por inteligente y discreta:
-Casada soy, rey don Juan, - casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene - muy grande bien me quería.
(vv. 22-23)


4. El ejército cristiano se aproxima a Granada
El último tramo de la reconquista granadina produce un importante repertorio de romances fronterizos, escritos en su mayoría por poetas cortesanos con objeto de halagar a los reyes y a la nobleza andaluza, que llevaba el mayor peso de la guerra. En esta época los romances se cantaban en los campamentos cristianos para recrear y enardecer a los soldados y también servían para amenizar las fiestas populares de los enclaves cristianos fronterizos. Prueba de ello es que los poetas tienden a la idealización de la materia, sin importarle demasiado la distorsión de la historia. En algunos casos estos romances están muy próximos a los moriscos, pues gustan de las descripciones de los trajes de moros y cristianos y de las banderas e insignias de los ejércitos. “La moda morisca comienza a hacerse presente en estos años así como la trovadoresca, esto explica las variedades de matices que sorprendemos en las muestras de este periodo y las interferencias que se advierten. Así, ciertos romances se basan casi exclusivamente en la lucha a muerte entre dos caballeros, uno moro y otro cristiano, al estilo de los duelos tradicionales”.[30]
El romance que comienza “Mensajeros le han entrado - al Rey Chico de Granada” no responde a un acontecimiento histórico concreto, sino a los movimientos de tropas castellanas previos al sitio de Granada. El romance tiene dos versiones, que se hallan en las Guerras civiles de Granada (1595) de G. Pérez de Hita, cuya autoría o adaptación le pertenecen. En ambas aparece la misma apología de Isabel y Fernando, el firme propósito manifestado por los monarcas de permanecer allí hasta la toma de la ciudad y el carácter religioso de la empresa. En la primera versión (que sigo en este trabajo) hay una referencia a la guerra civil granadina entre cegríes y abencerrajes, cuestión que no aparece en la segunda.

Se abre el romance con la presencia ante el Rey Chico de dos mensajeros. El primero que llega, Mahomad Zegrí, malherido y “con el rostro demudado” es el que transmite al soberano las noticias:
- Nuevas te traigo, Señor, - y una mala embajada
(v.7)
Le informa en primer lugar de la proximidad a Granada de los ejércitos cristianos, acaudillados por los Reyes Católicos, quienes han hecho el juramento:
de no salir de la vega - hasta ganar Granada;
(v. 15)
En segundo lugar les revela que las heridas que trae son consecuencia de una batalla en la vega entre cegríes y abencerrajes:
treinta zegrís quedan muertos, - pasados por el espada.
Los cristianos bencerrajes - con braveza no pensada,
con otros acompañados - de la cristiana mesnada,
hicieron aqueste estrago - en la gente de Granada.
(vv. 20-23)
El final resulta patético: el mensajero Zegrí se desmaya y lo llevan a su casa mientras que el rey se queda sumido en la tristeza:
Estas palabras diciendo, - el Zegrí allí desmaya:
desto quedó triste el Rey, - no pudo hablar palabra.
Quitaron de allí al Zegrí, - y lleváronle a su casa.
(vv. 26-28)

5. Desafíos y duelos: paladines admirados

En una guerra fronteriza tan larga no podían faltar paladines y esforzados caballeros que sobresalieran sobre los demás y sirvieran de admiración al pueblo. Su fortaleza y bravura hicieron que la gente sintiera verdadera pasión por ellos y engrandeciera y mitificara sus proezas. Este es el caso del Maestre de Calatrava, con sus contendientes moros Albayaldos y Aliatar; don Manuel Ponce de León y Garcilaso de la Vega.

5.1. El Maestre de Calatrava
“Todo un ciclo romancístico se forja en torno a la figura anónima del Maestre de Calatrava, haciendo de él un caballero sin par, modelo de valentía y entrega, debelador constante de los paladines moros, empedernido justador, símbolo de la caballería cortesana del siglo XV”.[31] Parece ser que la personalidad del Maestre corresponde a don Rodrigo Téllez Girón, hijo de don Pedro, intrigante y valeroso caballero, conquistador de Archidona (1462) y aspirante audaz al matrimonio con Isabel de Castilla.
Don Rodrigo sucedió a su padre en el maestrazgo a la edad de 12 años, en la guerra civil por el trono de Castilla tomó partido por la Beltraneja, distinguiéndose por su ferocidad y crueldad con los enemigos en el asalto a Ciudad Real; finalizada la contienda, se pone al servicio de los Reyes Católicos y participa en la guerra de Granada, aunque por poco tiempo, pues murió heroicamente a los 27 años el 5 de julio de 1482 en el primer asalto a Loja. Su ferocidad en el ataque, su temple bizarro y porte gallardo y su muerte temprana hicieron del Maestre un héroe fronterizo rayano en la leyenda, pues la voz del romancero le atribuyó arriesgadas y espectaculares hazañas. “No tuvo tiempo para ser un gran capitán, pero fue, sin duda, un arrojadísimo aventurero, y nada conmueve tanto la fibra popular como el ver truncadas en flor las esperanzas de gloria. Empresas de caballero andante son las que cuentan de él los romances, y forman juntos una breve leyenda”.[32]
Sobre el Romance del Maestre de Calatrava disponemos de varias versiones. La más antigua y también la más breve pertenece a la Silva de Zaragoza de 1550. A juicio de Menéndez Pelayo esta versión básica constituye el germen de los otros romances más extensos en torno a las gestas del Maestre. Las demás versiones parten de este cuerpo fundamental, que complementan con toda suerte de aventuras caballerescas hasta límites inverosímiles, alimentadas por la fantasía popular. El texto del romance primigenio se limita a la presentación del héroe con la fórmula característica de los romances que componen el ciclo de los Infantes de Lara:
¡Ay Dios, qué buen caballero - el Maestre de Calatrava!
¡Cuán bien que corre los moros - por la vega de Granada!,
(vv. 1-2)
investido de sus atributos más sobresalientes, como son la arrogancia y la valentía en su lucha pertinaz contra los moros:
Con su brazo arremangado -arrojara la su lanza
Cada día mata moros, - cada día los mataba,
vega abajo, vega arriba, - ¡oh, cómo los acosaba!
Hasta a lanzadas metellos - por las puertas de Granada.
(vv. 3, 4-6)
Tan grande es su bravura y fortaleza que
Tiénenle tan grande miedo - que nadie salir osaba.
El rey, con gran temor, - siempre encerrado se estaba;
no osa salir de día; - de noche bien se guardaba.
(vv. 8-10)
A un personaje real, pero envuelto en la leyenda, como es el Maestre de Calatrava, la ficción poético-histórica tenía que crear la figura de un antagonista que estuviera a su altura. Éste fue el paladín Albayaldos, un héroe inventado, sin apoyatura histórica, que la imaginación popular hizo venir de África, pues en Granada no había ningún caballero capaz de enfrentarse al Maestre. Es probable que en el fondo de la radicación africana de Albayaldos estuviera el conocimiento que existía entre los cristianos de la fallida petición de auxilio cursada por el rey nazarí a los soberanos africanos. Fuere como fuere, resulta que Albayaldos emerge como habitual contendiente de don Rodrigo en casi todos los romances del ciclo. Así en una versión más extensa, incluida en Rosa Española. Segunda parte de Romances (1573) de Joan de Timoneda, aparece el moro Albayaldos, pues en su tierra había tenido conocimiento del miedo que los granadinos profesaban al Maestre:
Oído lo había Albayaldos - en sus tierras donde estaba;
arma fustas y galeras, - por la mar gran gente armaba,
saléselo a recebir - el Rey Chico de Granada
(vv. 8-10)
Una vez en Granada, el monarca le confirma los estragos que don Rodrigo produce entre los moros:
-“La verdad, dijo el moro, - la verdad te fue contada,
que no hay moro en mi tierra - que lo espere cara a cara,
si no fuere el buen Escado, - que era alcaide del Alhama;
y una vez que saliera - ¡caro costó a Granada!”
(vv. 19-22)
y Albayaldos pide al rey prestados los caballeros que habían asolado en una correría las tierras de Jaén y emprende de nuevo la cabalgada, ocasionando los destrozos y calamidades que en otro tiempo perpetraran los caballeros de Moclín. Un prisionero que liberaron fue quien dio al Maestre la nueva de la presencia de Albayaldos:
Por las puertas de Jaén - al Maestre voces daba:
-“¿Dónde estás tú, el Maestre? - ¿Qués de tu noble compaña?
Hoy pierdes toda tu gloria, - Albayaldos te la gana”.
(vv. 50-52)
Al grito de “¡Al arma, mis caballeros!”, Don Rodrigo se pone en marcha rápidamente y por el camino se topa con la cabalgada de Albayaldos, quien al ver al Maestre se desmaya y cae muerto:
Andando en la pelea - con Albayaldos topara:
con la fuerza del Maestre - Albayaldos se desmaya.
Cayó muerto del caballo, - su fin allí lo acabara.
Los suyos desque lo vieron - cada cual a huir se daba
(vv.64-67)


El Maestre-Albayaldos
En el Romance de la muerte de Albayaldos, que comienza “Santa Fe qué bien pareces”, Albayaldos roba protagonismo al Maestre. El poema discurre entre el moroso diálogo del paladín venido de África con el rey sobre la forma de combatir al Maestre y la preparación del ataque. La muerte de Albayaldos la despacha el narrador en tan solo dos versos al final del romance. El argumento arranca del mismo tema que el romance anterior, es decir, el miedo que el Maestre (instalado ahora en Santa Fe) infundía entre los granadinos, incapaces de hacerle frente, pero Albayaldos, sabedor de la situación, se apresta a cruzar el Estrecho para ofrecerse al rey nazarí como rival del temido castellano. Hasta aquí igual que el romance anterior, pero a partir de este punto el aedo traslada el enfrentamiento de los campeones a las inmediaciones de Granada, cada uno con sus correspondientes caballeros y peones. A Albayaldos:
Diérale el rey dos mil moros, - los que él le señalara:
todos los toma mancebos, - casado no le agradaba.
     (vv. 47-48)
Con estos hombres sale por la vega a medir sus fuerzas con don Rodrigo, el cual

salióse los a recebir - por aquella vega llana
con quinientos comendadores, - que entonces más no alcanzaba.
   (vv. 50-51)
En el fragor de la lucha se encuentran los héroes cuando Albayaldos hería a un cristiano:
                    ...el maestre que llegaba
a grandes voces diciendo: - “¡Santiago! y ¡Calatrava!”
(vv.58-59)
y es entonces cuando don Rodrigo de una lanzada da muerte al moro Albayaldos:
Álzase en los estribos, - y la lanza le arrojaba:
diole por el corazón, - salido le había a la espalda.
(vv. 60-61)
El romance finaliza con la retirada de los moros a Granada ante la vista del rey, que después de esta derrota ve su miedo acrecentado.

El Maestre-Alatar
El Romance del moro Alatar, que comienza “De Granada parte el moro”, relata otra hazaña del Maestre, el enfrentamiento con Alatar cuando iba camino de Antequera. Los hechos narrados no responden a la realidad histórica, pero eso le importaba poco a la inventiva popular, que había instalado al Maestre en la leyenda. Alatar, el Aliatar histórico, alcaide de Loja y suegro de Boabdil, se encuentra con el Maestre yendo camino de Antequera:
Camino va de Antequera, - parecía que volaba.
..........................................................................
Antes que llegue Antequera, - vido una seña cristiana;
vuelve riendas del caballo - y para allá lo guiaba,
la lanza iba blandiendo - parecía que la quebraba.
Saléselo a recebir - el maestre de Calatrava.
(vv. 15, 17-20)
Sin mediar palabra, “arremete el uno al otro”, después de encomendarse cada uno a su Dios respectivo. El narrador apenas se entretiene en los pormenores de la lucha, como si los diera por sabidos entre sus oyentes, y remata enseguida la pelea, en la que vence el Maestre:
Acometió recio al moro, - la cabeza le cortara;
(v. 30)
El texto poético está muy próximo artísticamente a los romances moriscos, ya que el poeta se recrea en la descripción del atuendo militar de Alatar (vv. 5-12), más propio para la galantería cortesana de las justas y los torneos que para la guerra, si bien la acción vivida por los personajes se inscribe en la guerra fronteriza de Granada.

El Maestre- Barbarín
La fama del maestre don Rodrigo perduró durante mucho tiempo y el eco de sus empresas sirvió de motivo poético para un romance artístico, que constituye otra versión del Romance del Maestre de Calatrava ofrecida por Timoneda en Rosa Española. En este romance, a imitación de los viejos, pero “introduciendo rasgos de galantería, que entonces eran novedad y luego se prodigaron con exceso, pinta el triunfal paseo del Maestre por la vega de Granada y su desafío con el moro Barbarín”.[33] En la Alhambra el Maestre comparece ante la Reina, a quien solicita venia para la celebración de un duelo con el moro que acepte su reto. El moro Barbarín será su contrincante:
Oídolo ha Barbarín, - que quiere tomar la empresa;
las damas lo están armando, - mirándolo está la Reina.
Muy gallardo sale el moro, - caballero en una yegua,
por las calles donde iba - va diciendo: “¡Muera, muera!”
(vv. 18-21)
Después de un tenso diálogo los dos paladines inician el duelo:
Apártanse uno de otro - con diligencia y presteza,
juegan muy bien de las lanzas, - arman muy buena pelea.
                                                                                                (vv. 28-29)
El Maestre, “más diestro”, consigue malherir a Barbarín, el cual huye “desesperado” sin atender a su enemigo, que lo reclama a grandes voces apelando a su reputación entre las damas. Al ver que no retorna, le arroja su lanza hiriéndolo de muerte:
Acertádole había al moro,- el moro en tierra cayera;
apeádose ha el Maestre,- y cortóle la cabeza.
(vv. 36-37)
Pone punto final al romance un gesto de autosatisfacción y cortesía de don Rodrigo, que se ofrece a la Reina como leal caballero.

5.2. Ponce de León
Un tratamiento distinguido obtiene en el Romancero don Manuel Ponce de León, primogénito de los condes de Bailén y hermano del Marqués de Cádiz, a quien prestó ayuda con escasa notoriedad en alguna empresa. Figura más legendaria que histórica, ha sido tratado con generosidad en el Romancero, sobre todo en el Romancero nuevo. Su pase a la leyenda probablemente se deba a sus galanteos amorosos con las damas cortesanas, por cuyos efectos se agigantaron y embellecieron sus acciones caballerescas. Muchos fueron los actos de heroísmo que la ficción poética le atribuyó: sobresalió en los combates con moros ilustres a las puertas de Granada, destacó asimismo en el enfrentamiento con el alcaide de Ronda y Juan de la Cueva lo enfrentó en un romance a un caballero francés “desnudos los dos en carnes - sin adargas ni lorigas”. Pero la leyenda que más nombre ha proporcionado sin duda a Ponce de León es la del guante arrojado por una dama a una jaula de leones y sacado después por el audaz caballero.[34]
El Romance de don Manuel Ponce de León trata de una arriesgada y valiente proeza. El texto se abre con una pregunta angustiada del rey, por la que solicita la intervención de algún caballero de los suyos “más preciado” para decapitar a un moro que resulta invencible en la lidia. Don Manuel Ponce de León se ofrece voluntario, a pesar de su debilidad a causa de unas heridas. Por ello
Gran lástima le dan las damas - de velle que va tan flaco.
(v. 10)                                        
Ya en la plaza don Manuel se encuentra con el moro Muza, que trata de intimidarlo para que se retire, revelándole su identidad:
“Que yo soy el moro Muza, - ese moro tan nombrado:
soy de los almoradíes, - de quien el Cid ha temblado”.
(vv. 17-18)
Pero el caballero cristiano no puede contrariar a las damas, pues en definitiva son quienes alientan su enfrentamiento:
“que pues las damas me envían, - no volveré sin recaudo”.
(v. 20),
evidenciando con esa actitud la doble responsabilidad contraída, por una parte su deber marcial y por otra, su galanteo amoroso. Después de este corto diálogo empieza la pelea, y aprovechando que Muza se ha apeado del caballo para luchar en tierra, don Manuel lo alancea mortalmente y le corta la cabeza, que se la ofrece al rey.




5.3. Garcilaso de la Vega
De los romances que narran desafíos entre moros y cristianos durante el asedio de Granada, el más conocido de todos, debido a las posteriores versiones teatrales,[35] es el que trata de la victoria de Garcilaso de la Vega sobre el moro retador, que llevaba la leyenda del Ave María colgada en la cola de su caballo. El Romance de Garcilaso de la Vega es un romance fronterizo con ribetes novelescos que se halla inserto en el capítulo XVII de las Guerras civiles de Granada de G. Pérez de Hita (1595) y no parece ser tan antiguo como afirma el autor, sino obra de un poeta del siglo XVI, que refundió historias correspondientes a personas distintas, las cuales tenían en común el nombre de Garcilaso de la Vega. El autor del romance atribuye la leyenda de la estela del Ave María (que corresponde a un Garcilaso de la Vega que luchó en la batalla del Salado)[36] al Garcilaso que combatió en la guerra de Granada. Comienza el poema con la ubicación espacio-temporal donde va a acontecer la historia: Santa Fe, concurrida de altas dignidades nobiliarias junto al rey Fernando y las nueve de la mañana. A continuación aparece desafiante un moro montado en un caballo negro, que se dirige al campo cristiano. El poeta describe su atuendo guerrero con tintes moriscos, señalando al final con preocupación:
Aqueste perro, con befa,- en la cola del caballo
La sagrada Ave María - llevaba haciendo escarnio.
(vv. 15-16)
Cerca de las tiendas cristianas lanza el reto:
-“¿Cuál será aquel caballero - que sea tan esforzado
que quiera hacer conmigo - batalla en aqueste campo?
 (vv. 18-19)
Sin importarle que salga uno, dos, tres o cuatro caballeros, el narrador pone en boca del moro, en su apelación retadora, una relación de caballeros cristianos de alto linaje con clara intención encomiástica, encabezada por el Alcaide de los Donceles y cerrada por el mismo de Ponce de León, orlado con su leyenda del guante echado en la jaula de leones. De entre los caballeros dispuestos a enfrentarse con el moro se adelanta Garcilaso, “mozo gallardo, esforzado”, que sale al campo a pesar de no haber obtenido la venia real por su corta edad:
Pero muy secretamente - Garcilaso se había armado
y en un caballo morcillo - salido se había al campo.
(vv. 39-40)
Se dirige al moro con valentía, mientras que éste lo ningunea y menosprecia por su mocedad, pidiéndole que se aleje y en su lugar venga un hombre barbado. Enojado Garcilaso arremete contra el moro altanero con tal ímpetu, que de una lanzada le produce la muerte; después de cortarle la cabeza, le retira el Ave María de la cola del caballo, besándola con fervor:
quitó el Ave María - de la cola del caballo:
hincado de ambas rodillas, - con devoción le ha besado
(vv. 59-60)
Finaliza el romance con el reconocimiento y admiración del rey y de la nobleza por su hazaña y como explicación al auditorio el aedo apostilla erróneamente que el apellido “de la Vega” lo lleva desde hoy por esta proeza:
Garcilaso de la Vega - desde allí se ha intitulado,
porque en la vega hiciera - campo con aquel pagano.
(68-69)


6. Granada ha sido perdida
Después de la rendición de Granada, el Rey Chico emprende el camino hacia el exilio de la Alpujarra. Poco tiempo después surge una leyenda tradicional, probablemente entre los moriscos, titulada Suspiro del Moro, que se populariza en seguida en los ambientes cristianos. Una de las versiones más antiguas se debe a fray Antonio de Guevara, Epístolas familiares: Letra para Garci Sánchez de la Vega, en la cual escribe el autor una cosa muy notable que le contó un morisco en Granada (20 parte, carta 60), s.a., aunque Menéndez Pelayo estima que puede ser de 1526. En el texto de Guevara un morisco cuenta cómo se perdió Granada por la contienda entre el rey y los abencerrajes, permitiendo a los Reyes Católicos tomarla “en tan poco tiempo y con tan poco daño”. Continúa el relato del morisco con la historia que da nombre a la leyenda, y dice así:
Otro día después que se entregó la ciudad y el Alhambra al rey Fernando, luego se partió el rey Chiquito para tierras del Alpujarra, las cuales tierras quedaron en la capitulación que él las tuviese y por suyas las gozase. Iban con el rey Chiquito aquel día la Reina, su madre, delante, y toda la caballería de su corte detrás; y como llegasen a este lugar, a do tú y yo tenemos agora los pies, volvió el Rey atrás la cara para mirar la ciudad y el Alhambra, como a cosa que no esperaba ya más de ver, y mucho menos de recobrar. Acordándose, pues, el triste rey, y todo los que allí íbamos con él, de la aventura que nos había acontecido, y del famoso reino que habíamos perdido, tornándonos todos a llorar, y aun nuestras barbas todas canas a mesar, pidiendo a Alá misericordia, y aun a la muerte que nos quitase la vida. Como a la madre del Rey (que iba delante), dijesen que el Rey y los caballeros estaban todos parados, mirando y llorando el Alhambra y ciudad que habían perdido, dio un palo a la yegua en que iba , y dijo estas palabras: “Justa cosa es que el Rey y los caballeros lloren como mujeres, pues no pelearon como caballeros”.
Concluye el relato con un aserto contundente del Emperador, a quien en otra ocasión le contó la misma historia:
Muy gran razón tuvo la madre del Rey en decir lo que dijo, y ninguna tuvo el Rey su hijo, en hacer lo que hizo; porque yo si fuera él, o si él fuera yo, antes tomara esta Alhambra por mi sepultura, que no vivir sin reino en el Alpujarra.
Es muy probable que la Carta de fray Antonio de Guevara y la tradición popular granadina constituyan la fuente de inspiración del Romance del Rey Chico que perdió Granada, descubierto en los años cuarenta en la Biblioteca de la Universidad de Cracovia. En él se cuenta esencialmente la partida del Rey Chico hacia la Alpujarra. El poema principia con una presentación del protagonista, el Rey Chico, y sus circunstancias, es decir, la salida hacia la Alpujarra el año1492, “un lunes a mediodía”, acompañado de su madre y de sus mejores caballeros:
Por ese Genil abajo - que el Rey Chico se salía,
los estribos se han mojado - que eran de gran valía.
(vv. 6-7)
Al llegar a una cuesta muy alta desde la que se veía Granada, la miró profundamente dolorido y prorrumpió en un largo lamento, que recuerda las lamentaciones de don Rodrigo por la pérdida de España. En él manifiesta su admiración por la ciudad perdida:
“¡Oh Granada la famosa, - mi consuelo y alegría!,
¡oh mi alto Albaicín - y mi rica Alcaicería!,
¡oh mi Alhambra y Alijares - y mezquita de valía!,
                                ¡(mis baños, huertas y ríos, - donde holgar me solía!”
(vv. 12-15)
y pronuncia una reflexión filosófico-moral sobre los avatares de la fortuna:
¡Oh rueda de la fortuna, - loco es quien en ti fía,
que ayer era rey famoso - y hoy no tengo cosa mía!
(vv. 19-20)
Después cayó desmayado y el séquito se paró. Preguntando la sultana la razón de la parada, un moro viejo le respondió que su hijo miraba afligido a Granada. Entonces la madre le respondió con esta sentencia firme que da fin al romance:
“Bien es que como mujer - llore con grande agonía
el que como caballero - su estado no defendía”.
                (vv. 29-30)




BIBLIOGRAFÍA:

 ALVAR, M. (1968), El Romancero, Madrid.
- - - - -  (1970), El romancero. Tradicionalidad y pervivencia, Barcelona.
- - - - -  (1979), Romancero viejo y tradicional, México.
ARGOTE DE MOLINA, G. (1588), Nobleza de Andalucía.
ARIOSTO, L. (1989), Orlando furioso, traduc. de Jerónimo de Urrea, ed. de F. J. Alcántara, Barcelona.
AVALLE-ARCE, J.B. (1985), “El romance Río Verde, Río Verde”, en Homenaje a Álvaro Galmés de Fuentes, vol. I, págs. 359-370
BENICHOU, P. (1968), Creación poética en el Romancero tradicional, Madrid.
CARRASCO DE URGOITI, M. S (1989), El moro de Granada en la literatura, Granada.
CATALÁN, D. (1969), Siete siglos de Romancero (Historia y Poesía), Madrid.
CERVANTES, M. DE (1975), Don Quijote de la Mancha, ed. Martín de Riquer, Barcelona.
CORREA, P.(1999), Los romances fronterizos, I, II, Granada.
DÍAZ ROIG, M (1995), El Romancero, Madrid.
DI STEFANO, G. (1973), El Romancero. Estudio, notas y comentario de texto, Madrid.
FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G. (1555), Las Quincuagenas de la nobleza de España, manuscrito.
GARCÍA DE SANTA MARÍA, A. (1877), Crónica de Juan II, manuscrito de la Biblioteca Colombina de Sevilla, fol. 150 v.
LAFUENTE ALCÁNTARA, M. (1845), Historia de Granada, I-IV (ed. Facsímil, Universidad de Granada, 1992).
LAPESA, R. (1967), “La lengua de la poesía épica en los cantares de gesta y en el Romancero viejo”, en De la edad media a nuestros días, Madrid.
LARA GARRIDO, J. (1990), “Introducción” a ALVAR, M. Granada y el romancero, Granada.
- - - - -  (2000), “Estudio preliminar” a OROZCO, E., Granada en la poesía barroca, Granada.
LÓPEZ ESTRADA, F. (1956), La conquista de Antequera en el romancero y en la épica de los Siglos de Oro, Sevilla.
- - - - -  (1958), “La leyenda de la morica garrida de Antequera en la poesía y en la historia”, en Archivo Hispalense, Sevilla, págs. 141-231.
- - - - -  (1987), “Historia de la poesía antequerana II. La guerra y el amor en la toma de Antequera (la morica garrida), en Revista de poesía antequerana “Galeote”, nº 1-2, 20 época, Antequera, págs.7-9.
MARTÍNEZ INIESTA, B.(2000), “La toma de Antequera y la poética del heroísmo”, en Las tomas: Antropología histórica de la ocupación territorial del Reino de Granada, págs. 383-417, Granada.
MENA, J. de (1960), El laberinto de Fortuna o Las Trescientas, ed. José M. Blecua, Madrid.
MENÉNDEZ PELAYO, M. (1944), Antología de poetas líricos castellanos, VI, VII, Madrid.
MENÉNDEZ PIDAL, R. (1953), Romancero Hispánico (hispano-portugués, americano y sefardí). Teoría e Historia, I-II, Madrid.      
- - - - -  (1959), “El Romancero” en La epopeya castellana a través de la literatura española. Madrid.
- - - - -  (1973), Estudios sobre el Romancero, vol. IX, Obras Completas, Madrid.
- - - - -  (1997), Flor nueva de romances viejos, Madrid.
PÉREZ DE HITA, G. (1975), Guerras civiles de Granada, Madrid.
PIÑERO, P. M. (1999), Romancero, Madrid.
SPITZER, L. (1980), “El romance de Abenámar”, en Estilo y estructura en la literatura española, Barcelona.
SZERTICS, J. (1967), Tiempo y verbo en el romancero viejo, Madrid.
TORRES FONTES, J. (1972-1973), “La historicidad del romance de Abenámar, Abenámar”, Anuario de Estudios Medievales, VIII, págs. 225-256.
VEGA, LOPE DE (1944), El triunfo del Ave María, BAE, Madrid.
- - - - -  (1969), Los hechos de Garcilaso de la Vega y el moro Tarfe, ed. de Federico C. Sáinz de Robles, Madrid.
VICTORIO, V. (1985), “La ciudad-mujer en los romances fronterizos”, Anuario de Estudios Medievales, XV, págs. 553-560.