FIRMA INVITADA: ANTONIO CHECA LECHUGA

EL ENCINAREJO

No recuerdo a qué ciudad pertenece El Encinarejo, no sé  si pertenece  a Baeza o a Úbeda, lo que sí recuerdo es sus encinas a mitad del camino y a la izquierda o derecha según de la ciudad que partas un cortijo lleno de  vida en el tiempo del estío cuando la gente de nuestra tierra segaba sus trigos o cebadas y dejaba en sus rastrojos ilusiones y sudores. La visión de las personas no puede olvidar lo que llenó su vida en la adolescencia y quien esto escribe vivió muy de cerca la  cebada y el trigo en su antebrazo resguardado por el “Mansín” de material besado por la espiga. Pero las encinas tenían algo poético que en aquellos años yo no comprendía aunque dejé en su sombra alguna colilla después de mirar el horizonte. Luego leería: “Y la encina negra a medio camino de Úbeda a Baeza” llenando mi vida de un sosiego para el aprendizaje poético, para la lectura de unos versos que puedo llamar frontera entre dos pueblos tan iguales como para que hoy sean Patrimonio Mundial de la Humanidad. Pero hay más cosas, desde que un reyezuelo baezano buscase a su hijo por los cerros de Úbeda, ese atolondrado fauno en celo fue engendrando la pasión del intercambio, la novia ubetense y el novio baezano o a la inversa, y en la mezcolanza de los amores personas  unidas por la sangre, la ciudad paisana, el entorno cultural gemelo y la idiosincrasia de las rivalidades donde el “tosino de la pansa” surtía un efecto cómico y los “basines” la respuesta a la simbología de de un habla distinta, pero que muy distinta, porque la z [θ]  y la s [s] no querían ser del mismo molde cultural y dialéctico.
            Llegó el día que uno de los mejores poetas de la lengua española, las segregase de la forma que sigue:

Entre Úbeda y Baeza
loma de las dos hermanas
Baeza pobre y señora
Úbeda reina y gitana.

Y dejó suelto el cuarteto con cierta mala idea que encubre un sentir político/religioso y al mismo tiempo paisajístico, ya que, Baeza, en una decadencia abismal, no supo seguir  la gitanería de su hermana y el levantamiento de susceptibilidades palaciegas ruina de una nueva vida apartada de seminarios.
            Hoy, siguiendo con las rivalidades y las muy lícitas abstracciones de la ley del amor hacia lo tuyo, hay quienes dicen que el mejor alcalde de Úbeda es el Alcalde de Baeza y,  los vecinos, los baezanos, que Úbeda está muy por encima de ellos porque sus gobernantes, no saben combatir al “enemigo”. Lo que no comprenden o no quieren comprender, es que por ley natural las dos ciudades han nacido para vivir viéndose diariamente teniendo como fondo la belleza de sierra Mágina y el grandullón del Aznaytín.
            Es pues algo bello lo que en sí tienen las ciudades hermanas, tienen con ella la historia ramificada de sus culturas y la indisoluble presencia de sus aposentos, de su bellísimos monumentos y sobre todo que las rivalidades son una fuente de energía donde descansa la unión de tiempos compartidos y de familias ligadas por hijos y nietos, que es tanto como decir una familia con sus peculiaridades internas.
            En el devenir de la vida y en los años duros de un tiempo no muy lejano, un ubetense castizo vendía al son de su voz cochinillos para la crianza en manada por las calles de Baeza. Recuerdo a este hombre con un costal en el hombro al son de su voz potente diciendo: “Hay cochinillos de tete” , aquel hombre le decían el Chato de los Costales, el cual, unos días antes de morirse, sin ánimo de hacerlo, me cantó unos fandangos del Niño Gloria, compañeros ambos en el hospital ubetense.
            Es la historia de la humanidad, la de dos pueblos que han sido y son conjunto para muchas cosas. Dos pueblos que tienen en sí la delicadeza de ser la floritura de tres mil años de convivencia con la pedradas y los versos donde juega la vida a sonreír a quienes quieren ser la unión sin la distancia si no la solidaria presencia de la voz cotidiana de la existencia.


                                               Antonio Checa Lechuga