José Hierro |
REENCUENTROS
Para José Hierro
In memoriam
Yo podía decir:
Querido amigo en el poema.
Pero no (aunque los años muestren
su distancia). Diré, querido Pepe,
cabeza de poema iluminada,
cabeza de marfil, autorretrato fiel
a la palabra que rezuma en tu boca
y repite belleza cuando habla.
Pepe, porque, así te llamó ella
cuando con cocacola y con anís
y con saliva, y con dedos de oro
del tabaco, le pintaste su cuadro.
Y te miramos todos, todos, todos,
después de presentarnos y decirnos:
¡Hola¡ ¿Que tal? ¿Hablamos de poesía?
y... Comimos cordialmente
con la voz que se escapa cuando,
la noche juega arropando los labios.
Fue tu verso el sentido de la noche
y la tarde el recuerdo de tu vida
y tu vida la historia del poema...
Yo incidí (como quien fluye hambriento
ante la humanidad de la palabra
que arropaba el amigo, oh sensible
surtidor de aromas musicales
donde el verso corchea y se vislumbra,
el ayer y el presente y el mañana)
Que nunca suspendí ningún examen
ni me fui de monsergas de latines,
ni horadé las mamparas ni las rejas
donde la flor presume con el beso y el fuego.
Tú, leíste tus poemas y pusiste
tu boca de un sentido sin nombre,
y al derramar tu éxtasis te dije:
Oh claridad de luz.
Oh, tú, poema.
Yo sólo fui testigo de tu esencia
de tu voz sin fatiga y con tu nombre
un discípulo fiel de tu elocuencia,
y te conté el pasado que retengo
en mi boca.
Yo sólo fui –bendita la palabra–
a rajarme la espalda con el ramón de olivo
volteando la tierra cuando el terrón alzaba.
Yo nunca fui tan joven ni tan tierno
como para que Juan Sebastián Bach
me recibiera
y me diese el arpegio iluminado
cual testigo de dios o de su nombre.
Yo sólo viví otro momento,
-idílico momento–
cuando el hombre cantaba entre los labios
un salmo a la ignorancia o a la espera,
y un fandango se oía y se llevaba
a la ilusión mi cuerpo.
Y cantaba, y cantaba, y cantaba.
Y oía, y oía, y cantaba: mi corazón gozaba.
Por eso, me arropo en ese verso que decanta
la humanidad que llevas,
ya que el hombre se hace y se contempla.
Por eso, cabeza de belleza iluminada,
pedazo de pan tierno, ojos de niño
con setenta y cinco niños a la espalda.
San Cristobalón, poeta y legionario.
Te llevo entre mis ojos y en mis versos
y asumo la palabra cuando llega la aurora,
cuando miro las calles esculpiendo
recodos, y tras ellos, reluce tu mirar,
e inigualablemente,
socarrón y perfecto, tu poema. ANTONIO CHECA LECHUGA