FIRMA INVITADA: EDUARDO A. SALAS (Sobre Jaén y Miguel Hernández)



¿De quién son estos olivos?
Presencias y experiencias jiennenses de Miguel Hernández

por

Eduardo A. Salas



El 18 de febrero de 1937, Miguel Hernández anuncia a su todavía prometida Josefina Manresa, natural de Quesada, un inminente cambio de destino: “Te voy a dar una noticia que no sé si te agradará o no te agradará. A lo mejor ya no puedo recibir carta tuya aquí; en Madrid. Un día de éstos salgo para Andalucía. No te puedo dar muchos detalles sobre mi viaje porque conviene que no se haga público”. Comienza aquí una brevísima pero especial etapa vital del poeta oriolano, pues no en vano coincide con el momento más pleno de su vida por diversas circunstancias a las que en adelante me referiré.
Tras un período de intensa lucha en la campaña de Madrid, pasa al Altavoz del Frente ―órgano encargado de propaganda en zona republicana― bajo las órdenes directas de Vittorio Vidali, conocido como Comandante Carlos Contreras, que había llegado a España en 1934 como dirigente del Socorro Rojo Internacional para auxiliar a los mineros de la revolución de Asturias, el mismo que más tarde comentaría que “Él [Miguel Hernández] estuvo conmigo durante toda la defensa de Madrid. Después vino, lo llevé a Jaén, donde formamos el Frente Sur, que era también un organismo de intelectuales encargados de la propaganda en campo enemigo. Y después vino conmigo a Castro del Río a organizar los guerrilleros que trabajaban en el campo enemigo. De hecho hay una foto de Miguel sobre un camión levantado, donde Miguel habla y recita sus poemas” (1).
Cuando Miguel llega a Jaén el 3 de marzo de 1937 para seguir desempeñando sus tareas culturales, nuestro poeta ―inserto en un momento de especial activismo― carga las tintas de su poesía, a la que considera como arma de lucha, con contenidos propagandísticos y bélicos envueltos en una técnica recitativa que facilitaba su declamación en el campo de combate. Es aquí donde concibe poemas tan significativos como “Aceituneros, “El sudor”, “Campesino de España” o “Jornaleros”, que luego conformarán el núcleo sustancial de Viento del pueblo, considerado durante algún tiempo como una de sus obras paradigmáticas y cuyo significado trascendió las fronteras de su tiempo, de manera que algunos de sus versos fueron utilizados como consignas exportadas, incluso, a otros ámbitos bélicos foráneos.
Escrito y fechado en Jaén, el 4 de marzo de 1937, es “La lucha y la vida del campesino español”, en el que se hace eco de su crudeza vital: “No creo que el fatalismo andaluz de que tanto se habla tenga su origen en su naturaleza de reminiscencias árabes… Ha sido una existencia muy arrastrada la suya hasta hoy. Apenas salía del vientre de su madre cuando empezaba a probar el dolor. En cuanto ha sabido andar, ha sido arrojado al trabajo, brutal para el niño, de la tierra. El hambre le ha mordido a diario. Los palos han abundado sobre sus espaldas” (2).
Y fue también en ese tiempo cuando decide dar el deseado giro a su vida personal, de manera que ese mismo día escribe a su prometida lo siguiente: “Mi queridísima Josefina. Espérame. Voy dentro de cuatro días. Prepárate para nuestro casamiento. Vas a venir a Jaén conmigo. Tengo una alegría muy grande, nena. No se te hará antiguo el vestido…” (3). En efecto, el 9 de marzo, a la 1 de la tarde, contraen matrimonio civil en el Juzgado de Orihuela y el día 11 ya se encuentran en la residencia que el Altavoz del Frente tenía instalada en la casa requisada a unos marqueses, ubicada en la calle Llana, nº 9, hoy calle Francisco Coello. En ella coincidirían con el poeta José Herrera Petere y con su mujer, Carmen Soler, recién casados, también.
Fueron días de gran felicidad que Miguel aprovechó para demostrarle a ella el sentido y la conveniencia de su trabajo y el reconocimiento intelectual que estaba cosechando. Desde allí tuvo la oportunidad de viajar a diferentes pueblos ―se cree que a Lopera y a Porcuna, pues en ellos se situaba la línea del frente― para recitar su versos ante los milicianos, pues la misión de los poetas era seguir a los combatientes y ofrecerles consuelo emocional, y allí conoce a quienes contaría entre sus buenos amigos: los poetas Pedro Garfias y el ya mencionado José Herrera Petere, el diputado Martínez Cartón, Téllez, el fotógrafo, el dibujante Martínez de León, así como Brafia y Andrés Pérez Balmés.
Durante su estancia en Jaén, Miguel y Josefina salían a pasear o iban a Jabalcuz, donde había una alberca en la que se bañaba el poeta. Otras veces permanecían en la residencia y Miguel contemplaba cómo su esposa aprendía con dificultad a escribir a máquina. Durante las estancias de Miguel en pueblos cercanos, ella se dedicaba a hacer lo que veía hacer a las demás mientras discurrían los días de violencia bélica: “En Jaén presencié un bombardeo que me impresionó mucho. Se veían personas que casi se podían salvar. Los familiares a los que les cogió fuera, lloraban desesperados allí en los escombros. Recuerdo a un niño, de unos diez años, muriendo entre una puerta y la pared. Miguel había salido a un pueblo cercano, para dos o tres días, y al enterarse del bombardeo en Jaén me telefoneó preguntándome si me había asustado” (4) .
El 21 de marzo apareció el primer número de Frente Sur, órgano divulgativo del Altavoz del Frente, con una periodicidad de dos números por semana, al que el poeta dedica buena parte de su tiempo y en el que publicaría una quincena de colaboraciones de amplia temática ―incluso la prensa francesa se hizo eco de estas labores propagandísticas que los intelectuales españoles desempeñaban desde el frente republicano― que transparentan el descubrimiento de que “su misión no es otra que la sublimación del pueblo, pero no el pueblo entendido en su tradicional concepción marxista de ensalzamiento del obrero, sino como revolución del campesinado, de las gentes que, como él, han nacido y han muerto laborando la tierra” (5). Se trata de reflexiones que abarcan desde aspectos geográficos e históricos hasta cuestiones poéticas sobre el país como tumba materna y otras más urgentes e intervencionistas propias del momento presente y de la situación que ocupa (6) .

Sus artículos en dicho órgano fueron:

1.- “Compañera de nuestros días”, nº 1 (21 de marzo de 1937), bajo el seudónimo de Antonio López.
2.- “Los evadidos del infierno fascista”, nº 3 (28 de marzo de 1937).
3.- “En el frente de Extremadura”, nº 6 (8 de abril de 1937).
4.- “El Hijo del pobre”, nº 6 (8 de abril de 1837), bajo el seudónimo de Antonio López.
5.- “La ciudad bombardeada”, nº 7 (11 de abril de 1937).
6.- “El hogar destruido”, nº 8 (15 de abril de 1937).
7.- “Sobre el Decreto del 8 de abril. El fascismo y España”, nº 9 (18 de abril de 1937).
8.- “La vida en la retaguardia”, nº 9 (18 de abril de 1937), bajo el seudónimo de Miguel López.
9.- “Los hijos del hierro”, nº 12 (1 de mayo de 1937), bajo el seudónimo de Antonio López.
10.- “La fiesta del trabajo”, nº 12 (1 de mayo de 1937).
11.- “La rendición de la cabeza”, nº 13 (6 de mayo de 1937).
12.- “Los traidores del Santuario de la Cabeza”, nº 15 (13 de mayo de 1937).
13.- “Sobre la toma de la Cabeza. Carta y aclaración”, nº 15 (13 de mayo de 1937 [en contestación a la carta del miliciano Juan Celdrán].
14.- “Los problemas del pan”, nº 15 (13 de mayo de 1937), bajo el seudónimo de Antonio López.
15.- “Familia de soldados”, nº 17 (20 de mayo de 1937).

Todos ellos son testimonio extraordinario de las preocupaciones e impresiones que asedian su vida durante su etapa jiennense. Podemos destacar, en ese sentido, “Compañera de nuestros días”, en el que manifiesta una decidida defensa de la oprimida mujer campesina española, en clara referencia a su propia madre y hermanas, por lo que el artículo está firmado bajo el seudónimo de Antonio López, para no herir los sentimientos de su familia, como ocurre también en algunos otros: “La campesina española aparece ante mí con su imagen de tierra y de encina escuálida, […] mi madre ha sido, es una de las víctimas del régimen esclavizador de la criatura femenina[…]. Recuerdo a mis hermanas cuando escribo estas palabras, y recuerdo a todas las hermanas de los pobres. Yo he visto sangrar manos queridas sobre las piedras donde las sábanas habían de recobrar la blancura perdida en el transcurso de los sueños del hombre que trabaja, suda y lleva a la cama restos de barbecho, polvo de camino, […]”. (7). Igualmente estremecedor es “El hijo del pobre”, esbozo redactado a propósito de su conocido poema “El niño yuntero”, donde podemos leer palabras tan sobrecogedoras como ésta: “He pasado los ojos por los pueblos de España; ¿qué he visto? Junto a los hombres tristes y gastados de trabajar y malcomer, los niños yunteros, mineros, herreros, albañiles, vivamente contagiados por el gesto de sus padres […]. Ha llegado la hora de salvación para los niños que se hundían, y nadie los ayudaba; que se perdían en los surcos, y nadie los encontraba; que se desplomaban en los pozos minerales, y nadie les tendía una mano […]” (8). Por su parte, “La ciudad bombardeada” destila indignación por la indiferencia que muestran determinadas ciudades que estaban en la retaguardia: “La pedregosa ciudad de Jaén, lunar y solar a un tiempo, vivía de espalda a la guerra de su pueblo […]. Jaén yacía indiferente a todo, durmiendo en un sueño blando de aceite local”, palabras que recuerdan fácilmente algunos de los versos de su conocido poema “Aceituneros”. Y cabe destacar también “El hogar destruido”, en el que añora su hogar de recién casados: “Entre tu esposo y tú, compañera, amasasteis con sudor y sangre el yeso de las paredes de tu hogar. Entre tu esposo y tú, en las mejores horas robadas al sueño después de las largas jornadas de trabajo, fortalecisteis con piedras cimientos y umbrales. […] Era un hogar abrazado a vuestra piel como una piel mayor, conyugal, adornada de techos y lámparas, con los balcones ahogados en flores” (9). O, en fin, “La fiesta del trabajo”, en el que canta la grandeza del trabajo en todas sus dimensiones: “En mayo ocupa el trabajo su mediodía. Por eso los jornaleros aprovechan su fecha primera para festejarle. El azadón pone más hiriente su quijada y canta con más pasión el yunque. Los aposentos donde el hombre y la mujer acostumbran a amarse son casi fragorosos. El amor también es trabajo. Mayo es un taller de mujeres y hombres, raíces y animales que resuenan de un modo musical amando y trabajando. La mujer anhela durante este mes ser madre y la tierra es doblemente materna” (10).
Junto a su mujer, produce a un ritmo acelerado, no sólo prosa, sino también poesía y teatro. Durante su estancia en Jaén se data, con fecha 17 de marzo, “El refugiado”, composición breve que, junto c on “La cola”, “El hombrecito” y “Los sentados”, integra el volumen Teatro en la guerra, claro ejemplo de teatro antiburgués y, como ha puesto de manifiesto la crítica, “ramplón y a ras de tierra, muy poco elaborado, pura catequesis que trata de inculcar públicamente conductas ejemplares, dejando en evidencia las condenables a partir de escenas y comportamientos cotidianos” (11) . Cabe decir, no obstante, que “El refugiado”, una de las dos únicas piezas teatrales que se representaron en vida del poeta ―en concreto, en el Teatro Principal de Alicante, el 27 de abril de 1938― y que descubre el diálogo entre un viejo refugiado en Jaén, que debe dejar a su hija enferma en un manicomio, y un combatiente joven que, al conocer su historia, se apiada de él y se compromete a ingresar a la hija enferma en un hospital, presenta más calidad literaria que las demás, a través de una mayor elaboración y riqueza de matices.
Posiblemente, también “Los sentados” fuera escrita durante su estancia en Jaén a juzgar por su temática de invitación al activismo bélico a cuantos se encuentran en retaguardia, como ocurriera en los ya citados “La ciudad bombardeada” y “Aceituneros”, escritos en ese mismo periodo. Cuando, tras ser insultados por su pasividad, los protagonistas se incorporan al combate, el poeta concluye alzando su voz para increpar de la siguiente manera:

Levántate, jornalero,
que es tu día, que es tu hora.
Lleva un ademán guerrero
al ademán de la aurora.

Aunque redactada algunos meses después y concluida a finales de 1937, su obra dramática Pastor de la muerte ―premiada en 1938 con un accésit en el Concurso Nacional de Literatura― cuenta las peripecias y acontecimientos bélicos acaecidos desde agosto de 1936 hasta abril de 1937, por lo que se pueden encontrar en ella reminiscencias de su estancia jiennense en coplas como la que sigue:

¡Cómo relucen!
¡Entre los olivares,
cómo relucen
cuando van a los frentes
los andaluces!

Agustín Sánchez Vidal (12) ha querido ver en las consignas teóricas e instrucciones prácticas de algunas estrofas de esta obra el didactismo propio de las funciones de Altavoz del Frente y las mismas, por tanto, que Miguel Hernández tuviera asignadas en ese tiempo:

Pisa tu cigarro,
que es la orientación
del ojo y la bala
del moro traidor.
Pon frenos al sueño
y a la sombra. Pon
derechos tus huesos,
que curvados no.
Cuida de tus armas
y de tu valor.
No derroches plomo
ni arrogancia atroz,
que arrogancia y plomo
tienen su ocasión.

Pronto se truncó la felicidad del flamante matrimonio pues, el día 19 de abril, reciben la noticia del agravamiento del estado de salud de la madre de Josefina, quien ni siquiera había asistido a la boda de ambos por su delicado estado de salud y que moriría pocos días después, el 22, en Cox, hasta donde Miguel viaja para hacerse cargo del entierro y de cuantas cuestiones acarrean similares circunstancias. Si bien Josefina ya no volverá a Jaén, sino que permanecerá definitivamente en Cox al cuidado de las cuestiones familiares, Miguel, sin embargo, regresa acompañado de Manuel, hermano de Josefina, a quien ocupará en tareas de intendencia.
El dolor por la separación quedará paliado, no obstante, cuando, a los pocos días recibiese la noticia del deseado embarazo de Josefina: “No sé cómo decirte la alegría que tengo con lo que me dices de que voy a ser padre y cuando lo he leído te hubiera llenado de besos de arriba abajo, mujer, compañera, tormento mío. Ya me parece que eres de cristal y que en cuanto te des un golpe, por pequeño que sea, te vas a romper, te vas a malograr, me voy a quedar sin ti”. José Luis Ferris ha querido ver en esa esperanzadora noticia un cambio de actitud poética, más desnuda de retóricas y menos propagandística, en la que el verso aúna, en adecuado equilibrio, lo personal y lo colectivo: “Esta nueva perspectiva es la que le impulsa a escribir […] la «Canción del esposo soldado», ejemplo de esa inflexión entre el encendido combatiente y el poeta cansado del terrible espectáculo de la contienda que es capaz de entroncar con una cosmovisión de validez general, con una poesía individual que atañe al mismo tiempo a cualquier hombre o soldado que se halle en su mismo trance” (13) , donde se puede leer:

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
[…]
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
[…]
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

Este poema sería incluido en Viento del pueblo, emblemático libro dedicado al ya enfermo y postrado Vicente Aleixandre, que se publicaría en septiembre de 1937 en Valencia, ilustrado con fotografías de Tina Modotti, dirigente del Socorro Rojo Internacional (cuyo servicio de publicaciones editaría el libro) y compañera de Vittorio Vidali, y cuyas pruebas corrige nuestro poeta durante esos días, a juzgar por la declaración que hace a Josefina en carta fechada el 21 de abril: “Mi libro ya está puesto en marcha. Después de terminar de escribirte, voy a ponerme a corregir pruebas de él, que me han mandado ya de la imprenta. Si me da tiempo el viaje que voy a hacer hoy a Baeza para un trabajo del períodico […]” (14).
Durante el mes de mayo el frente andaluz adquiere un especial recrudecimiento en la campaña del Santuario de la Virgen de la Cabeza, en Andújar, tomado por el capitán de la Guardia Civil de Jaén Cortés, escudado en centenares de mujeres y niños, y cuya crónica recoge Miguel en su calidad de reportero, donde escribe, entre otras cosas, que “Queipo ha perdido uno de los numerosos admiradores fascistas [Cortés] de su lenguaje cabaretero y uno de los más fieles cumplidores de sus dictados de sangre […]; ha sido culpable de que una preciosa cantidad de nuestra juventud haya caído inútilmente. Por él gimen en el hospital de Andújar muchos hombres de los que mandaba, y en muchas poblaciones, muchas mujeres viudas y enfermas” (15).
En carta remitida a Josefina con fecha 7 de mayo, Miguel dice que “salimos el domingo para Castuera, ese pueblo de Extremadura desde el que yo te telefoneaba la otra vez. Casi todo el Altavoz se traslada allí”. Finaliza, así, su estancia en Jaén, que no dejó, en realidad, muchas alusiones explícitas en su poesía, aunque sí algunas más que significativas del aprecio que siempre sintió por estas tierras y de la huella que dejaron en él. Todas esas alusiones se encarnan en el olivo, que se convierte en el paradigma del fruto de la tierra, como vemos en el poema “Llamo a la juventud”: “Juventud solar de España: / que pase el tiempo y se quede / con un murmullo de huesos / heroicos en su corriente. / Echa tus huesos al campo, echa las fuerzas que tienes / a las cordilleras foscas / y al olivo del aceite. / Reluce por los collados /, y apaga la mala gente, / y atrévete con el plomo, / y el hombro y la pierna extiende”; o en “1º de mayo de 1937”: “Deseo a España un mayo ejecutivo, / vestido con la eterna plenitud de la era. / El primer árbol es su abierto olivo / y no va a ser su sangre la postrera”; o, incluso, en “Canción primera”: “Se ha retirado el campo / al ver abalanzarse / crispadamente al hombre. / ¡Qué abismo entre el olivo / y el hombre se descubre!”; o, en fin, en “Canto de independencia”, donde aparece como paradigmático, al menos, del sur peninsular: “Escoged bien la mano y el cincel decisivo / donde de estos soldados la historia resplandezca, / porque el avance sigue de la encina al olivo / por más que el perro ladre y el cuervo se oscurezca”.
En algún lugar vemos, además, el olivo como emblema andaluz. Es el caso del poema “Visión de Sevilla”: “vengo desde la tierra castellana, / llego a la Andalucía olivarera, […]”; o el olivo como metáfora de la complejidad de la vida, con sus altibajos y vaivenes: “Sonreír con la alegre tristeza del olivo, / esperar, no cansarse de esperar la alegría. Sonriamos, doremos la luz de cada día / en esta alegre y triste vanidad de ser vivo”, perteneciente al soneto que lleva por título el primero de esos versos.
Y en varios momentos aparece el olivo como referente de la dureza de la vida que forja los hombres de su tiempo; el olivo y su fruto como imagen de la fatiga, la dificultad y la pena. Así en “Pena-bienhallada”: “Ojinegra la oliva en tu mirada, […]”; o cuando refiriéndose a “El niño yuntero” escribe: “Entre estiércol puro y vivo / de vacas, trae a la vida / un alma color de olivo / vieja ya y encallecida”; o en “Fuerza del Manzanares”: “Con esta voz templada al fuego vivo, / amasada en un bronce de pesares, salgo a la puerta eterna del olivo, / y dejo dicho entre los olivares…”.
De esa manera, la imagen que, en este sentido, prevalece en su poesía ―y tal vez sea esto lo más significativo― es la del jiennense como paladín, por antonomasia, del hombre andaluz y, por extensión, del hombre español, un ser humano recio y endurecido pero, al par, honrado, noble y valiente. Así queda plasmado en “Andaluzas”: “Andaluzas generosas / nietas de las de Bailén, / dad a los verdugos fosas / antes que fosas os den”; y, cómo no, en fin, en el conocidísimo “Aceituneros”, de Viento del pueblo, que conviene reproducir íntegramente por su carácter paradigmático:

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.



NOTAS

[1] Apud Agustín Sánchez Vidal, Miguel Hernández, desamordazado y regresado, Barcelona, Planeta, 1992, p. 222. Sobre las fotos de Miguel Hernández en Jaén, vid. Ramón Fernández Palmeral, “Las huellas de Miguel Hernández en Andalucía”, Perito (Literario-artístico) (Alicante, 10 de septiembre de 2008).
[2] Apud Agustín Sánchez Vidal, op. cit., p. 225.
[3] Apud José Luis Ferris, (2002), Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Madrid, Temas de Hoy, 2004, p. 375.
[4] Josefina Manresa, Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Madrid, Ediciones de la Torre, 1980, p. 63.
[5] José Luis Ferris (2002), op. cit., p. 377.
[6] Sobre sus colaboraciones en Frente Sur se puede ver una amplia reseña en Agustín Sánchez Vidal, op. cit., pp. 222-228.
[7] Apud José Luis Ferris (2002), op. cit., p. 378.
[8] Apud José Luis Ferris (2002), op. cit., ibid.
[9] Apud A. Sánchez Vidal, op. cit., p. 227.
[10] Apud A. Sánchez Vidal, op. cit., ibid.
[11] A. Sánchez Vidal, op. cit., p. 237.
[12] Op. cit., p. 241.
[13] José Luis Ferris, op. cit., p. 380.
[14] Apud José Luis Ferris (2002), op. cit., pp. 379.380.
[15] Apud Ian Gibson, Cuatro poetas en guerra. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Barcelona, Planeta, 2007, p. 251.

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Eduardo A. Salas es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada 
de la Universidad de Jaén. El presente artículo apareció publicado en 
Piedras lunares. Homenaje a Miguel Hernández, de J. C. Abril (ed.), Jaén, 
Diputación de Jaén, 2010, pp. 37-55.