LEOPOLDO ALAS, 'CLARÍN': "EL FRONTERO DE BAEZA (RETES Y ECHEVARRÍA)"




NOTA DE PRESENTACIÓN:

Francisco Luis de Retes (1822-1901) y Francisco Pérez Echevarría (1824-1884) escribieron la obra teatral El frontero de Baeza. Drama caballeresco en tres actos y en verso (Madrid, 1877), estrenada en Madrid el 10 de noviembre de 1877. Sobre esta obra publicó un informado artículo Aurelio Valladares Reguero ("La Baeza medieval en un drama histórico decimonónico", Boletín del Instituto Giennenses, 150, 1993, pp. 83-92) donde se ocupa del drama histórico dentro del panorama teatral español de la segunda mitad del siglo XIX, de los autores de dicha obra, de lo que supuso la representación de la obra, así como de aspectos relacionados con la historia allí representada, ofreciendo una valoración y juicio de la misma, sin dejar de traer a colación un artículo que Clarín publicara al día siguiente de haber asistido a la representación de la misma en el Teatro Español de Madrid. Pues bien, dada la altura intelectual del citado crítico, tal vez resulte de más interés conocer lo que sobre esta obra, sus autores y la representación dejara por escrito Leopoldo Alas en uno de sus Solos de Clarín que la obra misma. De ahí que reproduzca a continuación el citado texto crítico tomado de la edición de Solos de Clarín aparecida en Madrid, en 1881, con un prólogo de José Echegaray:


LEOPOLDO ALAS

El Frontero de Baeza
(Retes y Echevarría)

Endeble han dicho algunos diarios que era la última obra de los Sres. Retes y Echevarría: a mí me ha parecido robusta y fortísima, de férrea musculatura, y con más alientos que un mozo de cordel. Pues apenas hay allí asaltos, cuchilladas, mandobles, toques de bocina... ¿y Parreño? ¿Qué me dicen ustedes de Parreño, que es el símbolo del género que cultivan con tan infatigable asiduidad los Sres. R. y E.? Cómo ha de ser endeble drama en que Parreño salga, vestida la férrea cota, dando manotadas en el pecho y moviendo el convulso brazo de arriba a abajo hasta llegar a ocultar los ojos entre la mano (gesto que suele coincidir con la caída del telón).
Pero lo más simbólico del Sr. Parreño es el capacete que luce en El Frontero de Baeza: aquellas dos plumas tan largas y tan iguales, que es imposible atribuir a una gallinácea vulgar, representan, sin duda alguna, las péñolas respectivas de estos Dioscórides del teatro que se llaman Retes y Echevarría. Yo confieso al lector, aquí en puridad, que durante el primer acto apenas hice otra cosa que mirar el plumaje de Parreño; seguían mis ojos con gran atención todos los movimientos del llamativo penacho, y cuando el sesudo actor daba rienda suelta a alguna gran pasión, como el amor paternal o el odio a los Rojas (otros creen que no se llamaban Rojas, sino Roxas; pero esto es cuestión etimológica), decía que cuando Parreño tenía que expresar algo que le llegaba muy adentro, conocía yo toda la vehemencia de sus sentimientos por el gracioso retemblar de las plumas; si El Frontero de Baeza no fuera ya un cadáver, aconsejaría a los espectadores que se fijaran en el plumero a que aludo, y hallarían un no sé qué muy cómico en este detalle de la indumentaria del drama, o mejor dicho de la indumentaria de Parreño.- Pero, en fin, vamos al drama. Estamos en Baeza; al foro dos cafeteras como dos castillos, o dos castillos como dos cafeteras. Sale Parreño, que con su plumero y todo, descuella sobre los castillos como una gran montaña: le dice a su hijo y confidente, para que el público se entere, que él, en cuanto Manrique, no puede menos de profesar un odio feroz a los Rojas: ¿por qué? Dios y él lo saben; el público jamás llega a enterarse de este particular, bien que tampoco muestra gran curiosidad por saberlo. Yo creo que los autores, si el público se hubiera tomado la molestia de preguntárselo, con la galantería que les distingue le hubiesen dicho todo lo concerniente al caso. Sigue el drama desarrollándose con gran interés para los Manriques y los Rojas. Parece ser que una hija de Manrique mayor está enamorada perdida de un Rojas; sin duda la niña es romántica y quiere imitar la historia de Capuletos y Montescos, aunque más bien creo que no es la niña sino los autores quienes imitan. Ello es que la chica, de cuyo nombre no puedo acordarme, pero que en el mundo se llama Matilde Díez, anda con una dueña puertas afuera del castillo, mientas rondan aquellas cafeteras o torres, nada menos que dos caballeros, el uno llamado D. Diego y el otro Rojas de apellido; el cual Rojas es tañedor de guzla; una guzla muy bonita, que el Sr. Zamora debió de haber comprado en las ferias en calidad de guitarrillo. El Sr. Zamora, dicho sea entre paréntesis, no sólo se excedió a sí mismo, sino que excedió al Sr. Parreño con plumas y todo, que es cuanto exceso se puede dar. Ea, ya estamos en la habitación de la doncella en cabellos: no hay que asustarse; cierto es que en el camarín de la dama entran dos hombres, uno por un balcón y otro por una puerta excusada y practicable, que hay siempre en los castillos de los teatros para tales ocasiones, y para tales poetas que sin puertas excusadas y practicables no aciertan a dar paso: decía que no había que asustarse a pesar de estas entradas con escalamiento; ni la hija de Manrique es capaz de faltar a su honor, ni los autores hombres que olviden las conveniencias de la moral; así que los galanes entran y salen a la manera que los rayos del sol pasan por un cristal sin romperlo ni mancharlo, y no de otro modo que el Espíritu Santo encarnó en las puras entrañas de María Santísima.- Pero esto, que es tan claro para el Padre Astete, les parece un poco turbio a los Manriques, padre e hijo, y se empeñan en casar a su hija y hermana respectivamente... ¿con quién?, con D. Diego, precisamente el galán desdeñado. No, y lo que es casar, la casan.
Don Diego, bueno será que Vds. le conozcan, es el mayor galopín que come a manteles: por ganar una apuesta inverosímil, hecha con una cortesana imprudentemente, se cuela en casa de los Manriques, como D. Juan Tenorio en casa de la novia de D. Luis Mejía, solamente que se cuela en mucho peores versos: única circunstancia atenuante para tamaña villanía es en D. Juan su rico lenguaje; pero D. Diego no se anda con retóricas y entra de rondón. Y no sólo comete esta felonía, sino que luego aprovecha infamemente una serie de circunstancias fortuitas para ganar la mano de la niña, que sabe que no le quiere, ni le puede querer siendo tan redomado tunante. (Luego ya veremos que sí le llega a querer, a consecuencia de haber acuchillado el D. Diego a los moros.)- En el segundo acto D. Diego es frontero de Baeza, como consta de un documento oficial escrito en verso y en fabla antigua por D. Enrique el Doliente, de quien no conocía yo decretos rimados: debía ser cosa divertida una oficina de Estado en aquellos tiempos; cualquiera diría que eran ya entonces los empleados actuales de Gobernación y Hacienda funcionarios públicos. Lo que a mí me choca más en ese instrumento es la fabla; ¿por qué el rey usa el castellano antiguo y los demás el castellano moderno? Otra de las preguntas que el público no ha querido hacer a los autores y que se quedará sin satisfacer.- Debo advertir a Vds., que si siguen profesando odio y mala voluntad a don Diego, están muy equivocados: D. Diego es ya muy otro hombre; mientras estuvo en la oposición, anda con Dios, pero ahora que es funcionario público, se ha hecho hombre de gobierno, y ya no piensa más que en comerse ilegales crudos, moros quiero decir. Rojas, alias Zamora, asiste a una cita en casa de D. Diego, que sin duda, para que se le haga la boca -146- agua y le crezcan los dientes de envidia, le recibe a presencia de su mujer, que es, como Vds. recordarán, la novia que le birló de la manera más infame y traidora. Pero, además de esto, la saca a bailar, es decir, la manda que cante, como los paradisiacos al Sr. Robles cuando no les gusta un tenor.- Rojas está que se le llevan los demonios, y para abreviar, se pasa al moro; que, eso sí, en este drama todos son unos cumplidos caballeros: de paso roba a la mujer de D. Diego... pero no teman Vds. tampoco, porque si hemos de creer a la señora frontera de Baeza, y si la creemos por el qué dirán, todo pasó esta vez como la otra, sin romperse ni mancharse


Su castidad, virginidad más santa
que la primera castidad del cielo.


Estos versos no son del drama, sino de Campoamor, no confundir. Mientras moros y cristianos se cascan las liendres extramuros de Baeza, la señora de la casa se entrega a psicologías eróticas, y siente nacer de súbito con toda la premura que exige lo avanzado de la hora, una pasión atroz por su esposo y señor; pasión muy conforme a las buenas costumbres y de ejemplo edificante. Pero, muerto el frontero de Baeza, el amor al... quiero decir que D. Diego vuelve mal ferido de la refriega y se muere en unas quintillas muy medianas (creo que son quintillas, aunque no lo juraría).
También Rojas ha pasado a mejor vida en aquella reñidísima batalla: de modo que en este drama no muere el inocente, que es lo que les gusta a mi patrona y al revistero de El Siglo Futuro. Mueren, y está muy bien hecho, dos pícaros, y los dos mueren de puñalada de pícaro: porque no hay que olvidar que D. Diego fue también un tunante, aunque se arrepintió en cuanto llegó al poder. Los Manriques, que son la inocencia andando, no se mueren durante la representación; pero si la obra tuviera epílogo, de fijo los veríamos en un apoteosis (muy mala por ser del teatro Español) subir, mediante sendas cuerdas de esparto, al limbo de los niños.- En cuanto a la señora de D. Diego es probable que se haya vuelto a casar con cualquier otro matamoros, pues su amor es tan patriotero como voluble.- Para concluir, suplico a los comparsas que sean más consecuentes con sus barbas; tal infanzón hubo que se fue a batallar con un bigote más largo que el de Víctor Manuel y a la media hora volvió lampiño.- Estos pormenores deben cuidarse, más que nunca, en esta clase de obras que dejan al espectador vagar sobrado para fijarse en las menudencias de la representación, a falta de mayor interés en otra parte.- Lector, si tienes novia, y en vez de atender a la escena deseas que atienda a tus miradas, pide a Dios (o a Retes y Echevarría) muchos dramas como El frontero de Baeza.- Histórico: yo oí en un palco, mientras los moros tomaban a Baeza, estas palabras significativas: «¿Pero, hombre, ha visto V. qué tiempo?».- Estos dramas me gustan a mí; tranquilos, y sobre todo morales.