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ANA I. CONEJO, PREMIO "ANTONIO MACHADO EN BAEZA"


Tras siete libros de poesía, la también novelista y traductora Ana Isabel Conejo (Tarrasa, 1970) da bajo el título Rostros un libro que no es una sucesión de poemas reunidos, sino un auténtico libro unitario, cuyos materiales provienen del cine. Además de un “Preámbulo” y un epílogo, titulado “The End”, consta de 37 poemas, cada uno de los cuales tiene como asunto un actor o actriz, un “rostro” de la fábrica de sueños. Así, el “rostros” genérico del título se concreta en estrellas cinematográficas, pero éstas a su vez han sido intérpretes y, por tanto, personajes, de manera que el poema “Rita Hayworth” comienza diciendo “Antes que nada, eres la bofetada”. Y es que lo que se sabe de los actores pasa por lo que se conoce de los personajes, por sus fingimientos, por lo que han sido en la pantalla y que lo han sido, en propiedad, sin serlo. Según todo esto, lo que los poemas del personaje de este libro ponen en juego no es sólo su pasión por el cine, su admiración por una serie de actores y sus ficciones encarnadas sino sobre todo el que ser uno mismo es ser otro, otros, lo que, si gravita por todos los textos, va a culminar en “The End”. Allí, la voz dice: “Yo soy todos los rostros que me habitan”, lo que evidencia que, más allá del anecdotario fílmico, hay aquí toda una reflexión sobre la identidad. Si en lo señalado radica un valor de gran peso, los méritos de Rostros no acaban ahí. Conejo tiene un muy buen sentido del ritmo. Además, aunque cada poema trata de un actor, el libro no se hace reiterativo, sino que la variación va dando su carácter a cada texto, de manera que su lectura no decae en ningún momento.
En “Preámbulo” se propone toda una teoría del mito. Partiendo de que las estrellas brillan y mueren, “Un mito” “es lo que queda de una estrella”. Y, en ese encadenamiento de supervivencias, “un rostro es lo que queda de un mito cuando toda su carga de verdad se disuelve”, lo que deja ya planteada la cuestión de la ficción, de la representación, del ser de la literatura y del propio libro, todo ello dicho sin la aridez de lo expositivo. Por el contrario, aquí hay en todo momento una calidez sentimental que hace que el poema en cuestión termine diciendo que un rostro es “un desafío extraño al corazón”. No se arrepentirá quien entre en Rostros.


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Publicado en El Cultural, Madrid, 27/03/2008.