FIRMA INVITADA: ROGELIO CHICHARRO CHAMORRO





LA CIUDAD DE BAEZA EN LA ÉPOCA DE HUARTE DE SAN JUAN


1. Huarte de San Juan en Baeza y en Linares

A los pocos meses de nacer Huarte de San Juan en el pueblecito navarro de San Juan de Pie del Puerto en el año 1529, Carlos I es coronado emperador en Bolonia por el Papa Clemente VII y sólo dos años después Pizarro conquista Perú. Por entonces se trabaja afanosamente en la fachada plateresca de la Universidad de Salamanca, en la Catedral de Segovia y en el palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada. En Baeza, mientras tanto, se inicia la remodelación de la Catedral haciéndose una nueva iglesia de tres naves con pilares góticos y se levanta el primer cuerpo de la bella fachada plateresca de la Antigua Cárcel. Todo lo cual nos da buena idea de que la vida de nuestro personaje, fallecido en Baeza en 1588, se va a desarrollar en un contexto histórico de una trascendental importancia para España, cuando el poder y la influencia de nuestro país en el mundo alcanzan su mayor esplendor.
Es asimismo durante aquellos años cuando la ciudad de Baeza, con su notable actividad económica, su progresión demográfica, su Universidad y el asentamiento en su seno del poder nobiliario y religioso, alcanza el mayor auge y desarrollo de su historia. De alguna manera, dentro de la amplia extensión del Alto Guadalquivir, Baeza bien puede representar el esplendor de la España renacentista. Para ello basta recordar la extensión de su término jurisdiccional conformado durante la Baja Edad Media. El documento más antiguo conservado en Andalucía que se guarda en el Archivo Histórico Municipal de Baeza es un Real Privilegio de Fernando III el Santo, fechado en Burgos el 19 de mayo de 1231, por el que se otorga al Concejo baezano la posesión de su término y donde ya se alude a un amplísimo territorio que abarcaba de norte a sur, desde Sierra Morena a Sierra Mágina, y de poniente a levante, colindante con los términos de Jaén y Úbeda, y que aún en el siglo XVI comprendía las poblaciones de Linares, Baños, Vilches, Rus, Ibros El Rey, Begíjar y Lupión, además de otras aldeas que alternaron su jurisdicción señorial con su pertenencia a Baeza como Bailén, Jabalquinto, El Mármol o Ibros El Señorío. Linares no comprará su libertad hasta el año 1565, en tiempos de Felipe II.
Va a ser, pues, durante esta época, cuando un personaje excepcional de la historia de nuestra cultura como Huarte de San Juan, establezca una vinculación especial entre Linares, la principal población del término y la propia Baeza. Pues si bien fue a esta última ciudad a donde llegó siendo un niño y donde publicó su trascendental obra El examen de ingenios para las ciencias en 1575, al casar con la vecina de Linares de origen vasco Águeda Velasco, se instaló aquí y aquí fue donde, por expreso deseo testamentario, quiso ser enterrado, en la Iglesia de Santa María, junto a su esposa. Y aunque siempre mantuvo su casa en Baeza, que fue donde murió, su morada principal y más largamente habitada, estuvo en Linares. Siempre se sintió de esta tierra porque como él mismo decía “Esto tiene la naturaleza del hombre (...) que luego toma las costumbres de la tierra donde vive y pierde las que traía de otra”.
Hoy el prestigioso Instituto Huarte de San Juan de Linares, ya con la gloria compartida, perpetúa con acierto el nombre de uno de los más grandes intelectuales del Renacimiento Español, un médico que se llamaba a sí mismo “filósofo natural” y cuya sorprendente obra se salió de los cánones del momento hasta alcanzar sus ideas resonancia mundial. Influyó en el Quijote de Cervantes, como muy bien estudió Avalle-Arce en 1976, y en el inglés Bacon. Probablemente en Baeza se relacionara con San Juan de la Cruz en el año 1580, llamado “del catarro universal”. También en Baeza trabajó como médico y todavía se conserva una Real Provisión dada por Felipe II el 16 de Febrero de 1572 en la que se explica la contratación de Huarte para ejercer en la ciudad y donde se le asigna un sueldo de 200 ducados y 50 fanegas de trigo al año.
Huarte fue el precursor de lo psicosomático, el gran descubridor del influjo que sobre lo anímico ejerce lo físico. Su sombra se proyecta sobre la Psicología moderna, se le considera el iniciador de la Psicología diferencial. Su Examen de ingenios sirve para renovar la ciencia de su tiempo, pues rompe con el criterio de autoridad y toma una actitud crítica frente a los fenómenos basada en la observación sistemática y el análisis descriptivo de la psicología humana. Frente a la actitud medieval que lo explicaba todo a lo divino, Huarte manifiesta una actitud humanista y antropocéntrica como demostró al tratar sobre el fenómeno del misticismo, que sin llegar a negarlo, sí que planteó la necesidad de explicarlo por la vía natural más que por lo maravilloso. Para comprender el asombroso éxito de su obra, basta decir que en un siglo aparecieron 23 ediciones del Examen de ingenios en España y en el extranjero, en Londres, Amberes, Venecia, Roma, París, Lyon, etc.
Con una tirada de 1500 ejemplares, Huarte publicó el Examen de ingenios a sus expensas en el año 1575 en casa del impresor baezano Juan Montoya. Con su obra pretende una sistematización enciclopédica y exhaustiva de los saberes, y muestra una severa preocupación por las necesidades que tiene “toda república bien compuesta” de hombres bien preparados y buenos artífices, para lo que estudia de forma bastante pragmática las habilidades individuales y las vocaciones profesionales de las personas, con el fin de poder orientarlas convenientemente por el bien de todos, y sobre todo por el bien de la España de su época que tan necesitada estaba de personas capaces para llevar adelante la impresionante empresa en que se hallaba inmersa. Él mismo, en el Proemio nos señala el objetivo central de su obra cuando dice “Saber, pues, distinguir y conocer estas diferencias naturales del ingenio humano, y aplicar con arte a cada una la ciencia en que más ha de aprovechar es el intento desta mi obra”.
De alguna forma, la naturaleza dota a cada uno con unos dones diversos que lo abocan a un puesto social diferente, y la naturaleza, -considera-, sigue siendo el medio mediante el cual se expresa la voluntad divina, la Providencia. Vemos, pues, el gran pragmatismo de Huarte y la fuerte vinculación que establece entre política y naturaleza al estilo del florentino Maquiavelo. Ese dar a cada uno el rango “que le atribuye su naturaleza” tenemos que valorarlo en su sentido moderno y avanzado para su época pues, de esta manera, trasciende ideológicamente los privilegios de clase propios de la sociedad estamental. Además, Huarte nunca menosprecia los trabajos manuales y las cualidades que necesitan, no habla de “desigualdad” de esas cualidades sino de su “diversidad”.
Parte de su obra alude a los estudiantes y propone teorías pedagógicas. Huarte, que realizó estudios literarios en la Universidad de Baeza y que se doctoró en Medicina en la de Alcalá, conocía perfectamente el ambiente universitario y defendió algunos principios que aún hoy resultan difícilmente rebatibles y que incluso, a raíz de la polémica surgida recientemente con la enseñanza, casi cinco siglos después, cobran una sorprendente actualidad. Defiende la necesidad de seleccionar a los alumnos según sus cualidades, pues, partiendo de la igualdad que existe entre todos los hombres, al ser portadores de un alma, -dice- existe una evidente diferencia en su aptitud para el aprendizaje, lo que él llamaba “diferencia de temperamento”, la cual radica más en la naturaleza del individuo que en su actitud o dirección pedagógica. Confía en la capacidad creativa individual, como pone de manifiesto en el Capítulo V (VIII) de su Examen con una curiosa comparación entre la cabra y la oveja al describir la diferencia de “ingenios”. Según Huarte la cabra, al andar y pacer, “jamás huelga por lo llano; siempre es amiga de andar a sus solas por los riscos y alturas, y asomarse a grandes profundidades...”, siendo ésta la propiedad del alma del individuo de cerebro bien organizado y templado que busca cosas nuevas que saber y entender. Mientras, otros hombres, -dice Huarte- “jamás salen de una contemplación ni piensan que hay más en el mundo que descubrir. Éstos tienen la propiedad de la oveja, la cual nunca sale de las pisadas del manso”.
Con una gran capacidad de observación y un uso antiautoritario de la razón humanística, divide en tres las facultades de la naturaleza humana –la facultad imaginativa, la de la memoria y la del entendimiento- y deriva de cada una de ellas las habilidades y aplicaciones más convenientes.
También habla de la necesaria dedicación y esfuerzo que requiere el estudio, hasta el punto de defender que el estudiante, para conseguir la madurez y las condiciones de ambiente que el aprendizaje de la ciencia necesitan, debe residir fuera de su casa para alejarse de la comodidad y el “regalo” que sus padres les procuran. Y es que la vida de los estudiantes del XVI, sin llegar a la situación extrema que nos presenta Quevedo unos decenios después en su capítulo sobre el pupilaje del Dómine Cabra en El Buscón, debió ser especialmente dura, fundamentalmente para los denominados estudiantes sopistas que no eran de clase hidalga. Asimismo propone reducir el excesivo número de licenciados para evitar un excedente que la oferta de trabajo no pudiera absorber, a la vez que se reduciría el problema que provocaba la presencia de tantos individuos exentos y libres de tributación.
Mª Encarnación Álvarez en su libro La Universidad de Baeza y su tiempo (1538-1824) nos cuenta con mucho detalle la vida estudiantil en aquella época, la cual estaba sometida a severas reglas que desde nuestra perspectiva actual nos resultan especialmente sorprendentes. Así por ejemplo existía especial cuidado en todo lo relativo a la vestimenta y aunque los estudiantes, sobre todo los filósofos, transgredían a menudo las normas, debían vestir traje talar de “paño de color honesto”, manteo, sotana de bayeta, -que era un tejido basto- y bonete. El propio Huarte, durante su estancia en Alcalá vistió de paño pardo cerrado hasta el cuello, con dos agujeros para sacar las mangas, beca cruzada sobre el pecho también de paño y bonete alto y cuadrado.
Se llegaba a castigar a los alumnos indisciplinados con penas de prisión y cepo que cumplían en la propia cárcel de la Universidad, que en Baeza aún se conserva bajo la escalera del patio de columnas del actual Instituto “Santísima Trinidad”. El Rector tenía jurisdicción sobre las personas, casas y propiedades de los miembros de la Universidad y la ejercía acompañado del bedel. Entre los estudiantes circulaban los “versos sucios y groseros” y las palabras “picantes”. Todavía hoy podemos ver en la fachada del Seminario de Baeza los vítores soeces pintados por los universitarios. Muchas de las prohibiciones se hacían porque estaba claro que esas actitudes se producían y algunas de ellas también nos resultan familiares, así dice una “se prohíbe toda gritería, mofa y alboroto, tanto fuera como dentro de la Universidad contra toda persona que entrare o pasare por delante” bajo pena de expulsión de la Universidad. También se prohíbe a los estudiantes “estar parados delante de las puertas de la Universidad, bajo pena de cárcel. Asimismo se prohibía que los estudiantes “jugaran naipes, dados ni otro juego prohibido, ni sean paseadores ni escandalosos...ni traigan armas ofensivas o defensivas...”

2. Baeza como ejemplo de ciudad media de la España imperial

Aunque la población de Baeza constituye un antiquísimo asentamiento y ya durante la época visigótica mostraba cierta importancia, no será hasta su reconquista por Fernando III el Santo en el año 1227, cuando adquiera verdadera categoría, al restaurar oficialmente la diócesis baezana y al asentarse en la ciudad un gran número de nobles con importantes privilegios con la intención de emprender la conquista de los reinos de Córdoba, Sevilla y Granada. Asimismo se le concederá el Fuero de Cuenca que proporcionaba gran autonomía y libertad al Concejo o asamblea ciudadana, bastante más que el Fuero de Toledo que se concedió a las ciudades conquistadas posteriormente, por lo que el gobierno de la ciudad se adaptaba a los usos y costumbres de la población. Su situación fronteriza y el hecho de ser la primera ciudad importante conquistada, serán fundamentales para conseguir su condición de centro administrativo y religioso del Alto Guadalquivir, al menos hasta que se reconquistó Jaén, y el esplendor áureo al que nos vamos a referir. Según nos cuenta Argote de Molina en su libro Nobleza de Andalucía, aquí está la cuna de la mayor parte de las casas señoriales de Andalucía. Durante este siglo el número de hidalgos ascendió a 450. También ayudó mucho a su desarrollo el constituirse como ciudad realenga, es decir, no dependiente de señorío alguno sino directamente de la Corona y disponer, por tanto, de un Concejo Municipal autónomo.
Durante el siglo XVI la ciudad experimenta un notable aumento demográfico, paralelo al de otras importantes poblaciones del valle del Guadalquivir, propio del desarrollo urbano del Renacimiento, llegando a tener 23.000 habitantes a finales de la centuria, lo que la convertía en una ciudad media importante para la época. Debemos tener en cuenta que la España imperial por entonces, frente a los 12 millones de Alemania e Italia o los 19 de Francia, tenía una población de tan sólo 6.600.000 habitantes para sostener un Imperio donde “nunca se ponía el sol”. Probablemente nunca en la historia tan pocos han dado tanto. Este escaso número de habitantes fue uno de los motivos fundamentales de la crisis posterior.
La fisonomía actual de la ciudad, salvo por la expansión más reciente de los últimos decenios, quedó configurada ya durante el siglo XVI, cuando los sectores privilegiados -iglesia, nobleza y patriciado urbano- gestan la construcción de una urbe plenamente renacentista. Baeza se convierte en el quinientos en una ciudad señorial, catedralicia, universitaria y conventual, debido a la numerosa clase aristocrática, la creación de la tercera Universidad andaluza en 1538 con la consiguiente atracción que ejerció sobre las fundaciones monásticas, y la pujanza de la concatedral de la sede Baeza-Jaén. A todo ello se añade el Concejo de realengo de abundantes rentas y la prosperidad económica de los gremios de paños, tintes y pieles. Es cuando el centro urbano se desplaza desde la Plaza de Santa María donde está la Catedral y las Casas Consistoriales, símbolos del poder religioso y civil, a las plazas de la Leña y del Mercado, donde aún hoy radica el núcleo de la vida de la ciudad, ahora denominadas Plaza de España y Paseo. Este espléndido ensanche renacentista sigue siendo siglos después ejemplo de amplitud y belleza. En él se establecieron los comerciantes y artesanos reunidos por gremios y dando nombre a soportales y calles aledañas, tundidores, mercaderes, zapatería, platería, carboneros, etc. Fernando de Cózar en su Historia de Baeza de 1884, con elegante estilo decimonónico, se refiere a este ensanche de esta manera: “La moderna población, al aumentarse de nuevo, tanto en censo cuanto en cómodos edificios, ha formado anchas plazas y rectas vías, completamente desconocidas en las ciudades moras, y ha perdido aquel sabor africano, que le daban la pobreza exterior y mala distribución interior de sus edificios, la pequeñez en los huecos de las fachadas, las arabescas celosías y los raquíticos postigos en las puertas principales, por los que era imposible el paso de un hombre, sin que tuviera que encorvarse”.
La pujanza de Baeza en esta época se comprueba fácilmente analizando los bien conservados documentos de su Archivo Histórico y que nos muestran, por ejemplo, la abundante producción cerealista de la ciudad, hasta el punto de que en el año 1541 su producción suponía más de la tercera parte del total del Reino de Jaén, que estaba dividido en siete arciprestazgos. También tuvo notable importancia la industria textil para la que se importaban grandes cantidades de pieles, lanas, sedas y cueros. La fama de los tintes y paños baezanos llegó a todo el Reino. Todavía pervive en el callejero el nombre de las Atarazanas que alude al recinto donde se trabajaban las telas. Otro gremio destacado lo constituyó el de la platería y orfebrería, al cual perteneció en el siglo XVII el gran poeta conceptista Alonso de Bonilla. En general todos los gremios trabajaban con una estructura profesional parecida dividida en tres niveles: maestro, oficial y aprendiz.
Otro dato que muestra la importancia de la Baeza renacentista lo encontramos en los datos de la emigración jiennense a las Indias y que nos dicen que el contingente más numeroso partió de aquí, concretamente 297 vecinos, casi todos con oficios y puestos de cierto nivel como ballestero, capitán de bergantín, recaudador de diezmos, lavador de oro, regidor, capitán maestre de campo, escribano, licenciado, etc. tal y como han recogido Aurelio Valladares y Rocío Ruiz en su libro La emigración jiennense a las Indias en el siglo XVI (1495-1599). Baezanos fueron Alonso Sánchez de Carvajal, que capitaneó uno de los barcos del tercer viaje de Colón, Diego de Nicuesa, conquistador de parte de Centroamérica, Gil Ramírez Dávalos, gobernador de Quito o Antonio Raya, obispo de Cuzco.
También fue destacada la intervención de Baeza en las campañas militares de la Corona, en Nápoles (1503) junto al Gran Capitán, en el cerco de Amberes (1576) y sobre todo en la Guerra de las Alpujarras (1568-1570), pues dentro del estamento noble eran numerosos los caballeros de las Órdenes Militares de Calatrava y de Santiago, como la famosa Compañía de los 200 ballesteros del señor Santiago.
La nobleza también se dedicó a apoyar económicamente a algunas Órdenes religiosas establecidas en la ciudad, creando patronatos para sostener las necesidades de monasterios y conventos. El mejor ejemplo lo tenemos en la fundación del convento de San Francisco por la familia Valencia Benavides, magnífico edificio de Andrés de Vandelvira, donde ubicó su capilla funeraria esta importante familia. Las fundaciones conventuales y monásticas, atraídas por la Catedral y la Universidad, fueron muy numerosas, hasta 17 templos llegó a haber a principios del siglo XVII en la ciudad, además de varios hospitales y ermitas, de casi todas las órdenes religiosas: franciscanos, mercedarios, trinitarios, mínimos, jesuitas, clarisas, dominicas, carmelitas, agustinas, etcétera.
En cuanto a la organización social de Baeza no difería mucho de lo que pasaba en el resto de España y que tan bien nos ha trasladado la literatura de la época como la novela picaresca. Existían básicamente dos bloques: el de los privilegiados que gozaba de numerosos y exclusivos derechos, libertades y beneficios y el del resto de la población formada por amplias capas populares de labradores pecheros y artesanos, criados, asalariados, viudas, menores, pobres y esclavos. Los primeros tenían sus propios tribunales de justicia, exención de tributos, acceso casi exclusivo a los puestos de gobierno tanto civiles como eclesiásticos, más los sustanciosos beneficios agroganaderos que les proporcionaban sus patrimonios, de todo lo cual carecían todos los demás. Esta enorme diferencia social daba lugar a un contraste muy típico de la España del quinientos: por un lado el esplendor político y cultural del imperio y por otro la vida cotidiana de buena parte de la población que transcurría en la miseria.
En cuanto a la organización familiar podemos decir que la familia baezana del Renacimiento, como la española en general, era corta de componentes, unos cuatro por hogar o fuego, pues, aunque se da una gran precocidad en la edad matrimonial de la mujer, la natalidad es baja por los grandes periodos intergenésicos (unos treinta y dos meses) y la elevada mortalidad infantil. La afición al matrimonio fue muy grande y buena parte de ellos serán de viudos, pues la muerte de alguno de los dos cónyuges era bastante frecuente y el miedo a la soledad obsesivo. Predomina la filiación cognaticia, en la que la herencia no está ligada al sexo y existe igualdad en la cesión de bienes. El amor extraconyugal era bastante normal y con él la existencia de natalidad ilegítima, y es que, lejos de lo que a veces se piensa, en la España del quinientos se tuvo bastante manga ancha con las cuestiones de la carne, y para ello no hay más que fijarse en cómo en las Ordenanzas de Baeza se reglamenta el tema de la prostitución con bastante naturalidad, -el Título XX trata De las mugeres públicas-, ya que era una salida frecuente al fracaso matrimonial, mejor vista que la bigamia que implicaba publicidad y deshonor. El nacional-catolicismo español también fue bastante compresivo con estos temas, hasta el punto de sorprender a muchos visitantes extranjeros, según explica el profesor Ricardo García Cárcel, e incluso la propia Inquisición, tan represiva frente a desviaciones ideológicas y ante moriscos y judíos, fue mucho más benévola en el ámbito sexual. En la España de entonces, el rigorismo ascético del puritanismo apenas tuvo impacto.
La vida cotidiana del pueblo llano giraba alrededor del trabajo y las fiestas religiosas. El ritmo de vida se adaptaba a la luz solar. Al toque de oración quedaba totalmente prohibido a las mujeres circular por las calles que quedaban casi desiertas (todavía en la Baeza del siglo XXI pervive entre el pueblo la expresión “a la oración” para referirse a ese momento de la jornada). Resultaba especialmente dura la vida de los campesinos y aún peor cuando vivían en tierras de señorío porque con las elevadas rentas que debían pagar apenas si podían subsistir. Los aperos eran muy rudimentarios, y no era infrecuente que el propio campesino tuviera que hacer pareja con un animal de tiro por no disponer de ninguno más. Normalmente hacían una comida al día, tanto en las casas humildes como en las pudientes, y aunque estaban muy presentes en la dieta el cordero, los huevos, el queso, las aceitunas, las hortalizas o las legumbres, el alimento básico era el pan. En años de escasez de trigo eran frecuentes las revueltas populares, por lo que se hizo necesaria la construcción de pósitos para almacenar grano y poder redistribuirlo en caso de necesidad. El de Baeza se terminó de construir en 1554 y cumplió una importantísima labor social. La carne, que se cocinaba con muchas especias y condimentos, quizás por la influencia árabe, también desempeñó un papel fundamental en la alimentación, por lo que su abastecimiento y comercio estaba fuertemente regulado en las carnicerías públicas de las que ha quedado en Baeza un precioso ejemplo. El pescado apenas si se consumía salvo en Cuaresma cuando se tomaba bacalao y sardinas conservadas en salazón.
No se bebía demasiado vino y se incluía obligatoriamente en la dieta de algunos trabajadores. Avanzado el siglo la bebida más popular fue el chocolate que se solía preparar muy espeso.
Las festividades más importantes fueron la Semana Santa y el Corpus Christi, así como la romería en honor del Cristo de la Yedra y la Virgen del Rosel que eran las ocasiones más propicias para romper la rígida separación entre sexos que existía entonces y para el galanteo. Hay que tener en cuenta que en estas ocasiones las iglesias permanecían abiertas durante toda la noche y eran muy visitadas por las mujeres.
A partir del XVI se celebran procesiones de penitencia y se fundan varias cofradías y hermandades radicadas en su mayoría en los numerosos conventos y monasterios de la ciudad. En Baeza encontramos la más antigua cofradía de toda la diócesis de Jaén. El Corpus siempre fue una celebración brillante organizada directamente por el Cabildo de la Catedral y el Concejo Municipal. Se engalanaban las calles con juncias, alfombras de flores y altares tal como todavía hoy se hace.
Además de las fiestas religiosas el pueblo siente predilección por el baile, el teatro y los toros. En Baeza las corridas se celebraban en la plaza del mercado y con frecuencia se lidiaban entre 18 y 24 toros. A comienzos del siglo XVII el Concejo hizo construir un balcón para tener las autoridades un acomodo digno desde el que contemplar los espectáculos, el cual aún se conserva.
Un aspecto curioso de la vida cotidiana lo encontramos en las ordenanzas de Baeza que rigieron y reglamentaron la vida local desde el siglo XIV hasta bien entrado el siglo XVI. El propio Emperador Carlos V escribió unas palabras al comienzo del manuscrito conservado en el Archivo de Baeza y que recogen multitud de aspectos de la vida local. Se trata de un valioso documento escrito con una pequeña letra gótica humanística de principios del siglo XVI que consta de 76 folios encuadernados con pastas de maderas empergaminadas, broches metálicos, adornos de dibujos vegetales y cinco clavos dorados. Está dividido en 37 títulos que tratan, entre otros, sobre los taberneros, los sastres, los carniceros, los vagabundos, las mujeres públicas, los hortelanos, los yeseros, los aguadores, los boticarios, del pan del depósito, de las obras públicas y el obrero, de los colmeneros, del cabildo y regimiento, y así hasta completar los 37.
Como ejemplo recojo un apartado del título XXV denominado “Del pan, como e donde se debe vender” y que dice así “Hordenamos e mandamos que ninguna ni algunas personas sean osados de vender pan cozido en su casa, salvo públicamente en la plaça e non en otra parte alguna, so pena que el que lo vendiere en su casa incurra en pena de perder el pan y de seisçientos maravedís, la terçia parte para la çibdad e la otra terçia parte para justiçia, e la otra terçia parte para el que lo acusare. Y que ninguna persona se escuse si lo vendiere en su casa, de pagar la pena por dezir que su muger, e hijos o criados, lo vendieron sin su liçençia, y que no lo supo; e lo mismo se entienda si lo vendiere por las calles”. Este título se completa con ocho capítulos más de minuciosa reglamentación, lo que da idea de la importancia que el asunto tenía entonces.
En estas ordenanzas, entre otras numerosísimas cuestiones, se manda salir de la ciudad en menos de tres días a los holgazanes y vagabundos; que los albañiles, carpinteros, obreros y jornaleros sean contratados en la plaza pública con un horario de sol a sol; que la mujer que quiera ganar dinero con su cuerpo lo haga en la mancebía pública; que los aguadores no vendan un cántaro de agua por más de una blanca vieja; que los taberneros no tengan naipes ni dados ni herrones ni tablas en sus tabernas; que los cabritos se vendan en el rastro; que no se venda carne mortecina; que los zapateros sean vigilados para que no engañen a la gente; que no echen a un caballo más de treinta y cinco yeguas; que los boticarios no tengan medicinas corrompidas; que haya veedores del oficio de sastre; que el molinero no lleve el trigo sin que primero lo mida; que los cazadores no cacen perdices con caldero y candil y así otras numerosas disposiciones descritas con mucho detalle y que nos trasladan una espléndida fotografía de los usos y costumbres de la Baeza renacentista, que por extensión, como dijimos, reflejan la España de este tiempo.

3. El entramado urbano renacentista

Como hemos podido comprobar, hasta aquí se ha aludido más a la vida cotidiana de la Baeza de Huarte, a ese contexto histórico por el que se movió este médico ejemplar, de transcurrir modesto en el día a día pero de grandeza de pensamiento y obra, que a la descripción detallada de su importante conjunto arquitectónico renacentista. Ese entramado urbano, que hace hoy día a la ciudad estar propuesta junto a Úbeda para ser declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, por su envergadura y valor artístico, requeriría ser tratado con un espacio y un aporte documental que exceden los límites de la presente exposición, y por supuesto merece la visita de todas las personas sensibles y amantes de nuestra historia y nuestro arte.
Disfrutar de un paseo por esta preciosa ciudad, orgullo de todos los jiennenses y que se proyecta con su arte a toda la humanidad, constituye un verdadero goce para los sentidos. El núcleo histórico por el que anduvo Huarte de San Juan, a pesar de los siglos transcurridos, no ha cambiado mucho y mantiene la mayoría de las notables construcciones que entonces se levantaron.
Entre las muchas cosas que sorprenden al visitante encontramos la situación geográfica de la ciudad sobre un promontorio eminente de casi ochocientos metros de altitud, totalmente exenta y abierta a todos los vientos, lo que le proporciona un aire majestuoso y una amplísima perspectiva que nos permite vislumbrar desde sus numerosos miradores bellas panorámicas que van desde Sierra Nevada a Despeñaperros. Esta visión ha estado siempre presente en cuantos escritores han pasado por Baeza, sobre todo Don Antonio Machado - “Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea”-, o un joven Federico García Lorca que escribió “...se contempla la majestuosa sinfonía de un espléndido paisaje. Una hoya inmensa cercada de montañas azules, en las cuales los pueblos lucen su blancura diamantina de luz esfumada.(...) Tiene una tranquilidad musical el crepúsculo visto desde estas alturas...”.
A pesar de que es durante el Renacimiento, tal como hemos dicho, cuando se configura fundamentalmente la fisonomía de la ciudad, todas las épocas históricas nos han ido dejando su impronta en el trazado urbano con algunos elementos arquitectónicos característicos. Así por ejemplo, de la época musulmana, encontramos la delimitación de la muralla, de la que aún quedan restos notables como la torre de los Aliatares, la Puerta de Úbeda o el Arco del Barbudo, el uso del ladrillo mudéjar en la Puerta del Perdón de la Catedral o del arco polilobulado en la puerta de la Luna.
Al ser Baeza la primera ciudad importante de Andalucía reconquistada por los cristianos en el año 1227, es aquí donde también podemos encontrar ejemplos de estilo románico tardío como la Iglesia de Santa Cruz.
De estilo gótico son muy numerosos los ejemplos en iglesias y palacios, y concretamente del llamado estilo Reyes Católicos, el Palacio de Jabalquinto es un edificio emblemático y esencial en toda la arquitectura andaluza de la época.
Como hemos dicho, con el siglo XVI llega el esplendor de Baeza y con él su principal ensanche –las plazas del Mercado y de la Leña- y embellecimiento, con la construcción de numerosos edificios civiles y religiosos. Es el siglo de Huarte y del Humanismo, de la transición entre el Gótico florido de las Casas Consistoriales Altas y la portada renacentista de San Andrés y cuando, ante las necesidades de una ciudad en expansión, se levantan la Casa de la Cárcel, la Audiencia y Escribanías, la Alhóndiga y la Carnicería. También cuando la Iglesia impulsa la Catedral, el convento de la Encarnación o la parroquia de San Andrés y la importante nobleza construye sus palacios en la calle San Pablo y sobre todo el grandioso monasterio de San Francisco como capilla funeraria de la familia Benavides.
La primera mitad del Siglo XVII mantiene un importante proceso constructivo ya con claras influencias barrocas, levantándose la nueva sede de la Universidad con la capilla anexa de San Juan Evangelista, el Seminario y diversos conventos y hospitales.
A esta etapa sucede un largo periodo de dos siglos, el XVIII y el XIX, en los que a la circunstancia de que las grandes obras ya estaban hechas y por tanto las necesidades cubiertas, se une una clara decadencia de la ciudad, por lo que no nos encontramos edificios de especial relieve, limitándose sobre todo la labor constructiva a la edificación de viviendas, muchas de excelente traza, y que renovaron las céntricas calles Barreras, Ancha y San Pablo. No obstante, todavía en 1745 se inaugura la Iglesia de los Trinitarios Descalzos y en el siglo siguiente, en el año 1892 una preciosa plaza de toros.
Durante el siglo XX la expansión urbana es muy notable, sobre todo en sus dos últimos decenios, hacia el Ejido y hacia la antigua iglesia de Santa María de Gracia.
Es probable que el viajero también se sienta sorprendido por la extensión del casco urbano, propio de una población mayor, en parte porque ya en otras épocas Baeza albergó a un número muy superior de habitantes que los dieciséis mil actuales y en parte por las generosas dimensiones de sus calles y plazas y la ausencia de edificios altos. En la actualidad, la ciudad cuenta con un Plan Especial de Protección, pero a lo largo de su historia resulta evidente que sobre todo ha contado con el buen criterio y mejor juicio de sus pobladores que siempre mostraron una especial disposición para el cuidado y conservación de su ciudad, tal como demuestra la importante nómina de edificios con valor artístico que podemos disfrutar en la actualidad.
Si como dijo Ganivet “La síntesis espiritual de un país es su arte”, bien podremos percibirlo aquí, en esta pequeña y acogedora ciudad, erguida y majestuosa sobre un promontorio eminente y cuyo espléndido trazado urbano es la consecuencia más palpable y evidente del espíritu de un pueblo y del relevante papel que Baeza ha tenido a lo largo de la historia, como el de haber albergado entre sus muros a notables personajes de nuestra cultura como el Doctor Huarte, el cual, a su “ingenio” y extraordinarias condiciones intelectuales, unió sin duda como condición necesaria, un contexto de intensa vida cultural como el que se desarrolló en su época de la mano de la importante Universidad de Baeza.

BIBLIOGRAFÍA

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-RODRÍGUEZ-MOÑINO SORIANO, Rafael y CRUZ CABRERA, José Policarpo, Breve Historia de Baeza, MÁLAGA, Sarriá, 1999.
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Rogelio Chicharro Chamorro (Baeza, 1960), Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, se dedica a la enseñanza desde 1983. Actualmente es profesor de Lengua y Literatura Españolas en el IES “Santísima Trinidad” de Baeza. Es Profesor-Tutor de Lengua Española y de Literatura Española de la UNED. Ha publicado artículos en diversas publicaciones y revistas de literatura. Desde el año 1994 es colaborador habitual de la prensa diaria. Asimismo ha participado en numerosos cursos relacionados con su especialidad organizados por diversas universidades y centros de profesores. El trabajo reproducido se publicó con el título de La ciudad de Baeza en la época de Huarte de San Juan (Alicante, Fundación Creación de Empleo Juan Huarte de San Juan, 2001).